Socialistas
Estaba yo esperando mi turno en la oficina de la Seguridad Social, en la calle Cedaceros de Madrid, y pensando en las musarañas, cuando por fin vi mi número en las pantallas y me acerqué a la mesa nueve. Era julio, así que no me agobiaban abrigos o chaquetas; solté encima de la mesa el bolso y el libro que siempre llevo, por si alguna vez se me ocurre abrirlo en el viaje hasta Madrid. No es algo que suela pasar, porque, aunque el viaje desde mi pueblo -a 50 km de la capitáshh- dura cuarenta minutos, el paisaje del invierno, o el del verano, o el de otoño o primavera, me entretienen, y, cuando me doy cuenta, ya estoy en el intercambiador de Moncloa. Así que el libro de turno se pasea, coge cierto barniz cosmopolita y vuelve a casa, a la mesa del salón, hasta el siguiente viaje o hasta la tarde tranquila en que, por fin, avanza el marcapáginas. Había ido a tramitar mi jubilación voluntaria -anticipada- y esperaba que la funcionaria de turno me diera la brasa sobre el dinero q...