Socialistas

Estaba yo esperando mi turno en la oficina de la Seguridad Social, en la calle Cedaceros de Madrid, y pensando en las musarañas, cuando por fin vi mi número en las pantallas y me acerqué a la mesa nueve.
Era julio, así que no me agobiaban abrigos o chaquetas; solté encima de la mesa el bolso y el libro que siempre llevo, por si alguna vez se me ocurre abrirlo en el viaje hasta Madrid.

No es algo que suela pasar, porque, aunque el viaje desde mi pueblo -a 50 km de la capitáshh- dura cuarenta minutos, el paisaje del invierno, o el del verano, o el de otoño o primavera, me entretienen, y, cuando me doy cuenta, ya estoy en el intercambiador de Moncloa. Así que el libro de turno se pasea, coge cierto barniz cosmopolita  y vuelve a casa, a la mesa del salón, hasta el siguiente viaje o hasta la tarde tranquila en que, por fin, avanza el marcapáginas.

Había ido a tramitar mi jubilación voluntaria -anticipada- y esperaba que la funcionaria de turno me diera la brasa sobre el dinero que iba a perder, como ya me había pasado con demasiados compañeros, cuando vi que, por contra, lo que miraba era mi libro: el Manual de resistencia de Pedro Sánchez. Y, tanteando, comenzó una conversación que no nos comprometía gran cosa pero daba pistas: que por fin teníamos un presidente profesor de universidad, doctor, que hablaba inglés perfectamente, que eso nos ponía en la modernidad... y ya, hablando de modernidad, nos lanzamos y empezamos a hablar de la modernidad previa: la ley de matrimonio homosexual, la ley de violencia de género... ZP, el impronunciable.

Y ya tranquila, sabiendo que yo iba a comprender, me contó una historia que le había ocurrido allí, en aquella mesa:

"Un día se sentaron donde está vd. una pareja de hombres de pueblo-pueblo, de los de boina: Venían a tramitar la jubilación de uno de ellos. Comencé a hacerle la ficha, y cuando llegué a la casilla Estado civil, me respondió: Casado; miró a su compañero, le hizo un guiño, le dio un codazo, y apostilló: Con éste. Y yo pensé cómo tenía que haberlo pasado aquella pareja de hombres mayores, en un pueblo pequeño, y qué felicidad debía haber sido para ellos convertirse en ciudadanos que ya no se tenían que esconder ante nadie, y que se fueron aquella mañana cogidos de la mano como cualquier pareja de tortolitos en cualquier lugar del mundo"

Cuando terminó la historia, entró en el ordenador y comenzó a teclear; yo busqué algo en el móvil y, cuando se nos pasó el conato de ojos con mota de polvo, terminamos el trámite, nos levantamos, nos dimos dos besos y nos despedimos.

Y por historias como ésta voto socialista.

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