El 8 de marzo y Cervantes
No puedo por menos que decir algo de este día, pero son tantas las cosas que se pueden contar, y tantas las cosas que faltan por hacer, que pensé, y descarté, unos cuantos comienzos y unas cuantas historias.
Como la de mi amiga Feli, del banco xxx, que un día contó cómo su padre, después de aprobar las oposiciones para trabajar en el banco, le negó el permiso para que trabajara, obligatorio entonces, porque su hija no trabajaría nunca mientras él pudiera mantenerla, y perdió la plaza... hasta que volvió a aprobar, años después, cuando fue mayor de edad.
O como la de mi amiga xxx, a la que su hermano un día pidió dinero para comprarse un coche nuevo y guay, y cuando ella le negó el préstamo, se puso furioso porque su idea de las mujeres de su familia era que tenían que vivir y trabajar para que él pudiera permitirse la vida que le gustaba. Hay que decir en su descargo que su madre había sido la principal valedora de tal idea, aunque para hacérsela comprender a su hija no tuvo tanto éxito.
O como lo que contó otra compañera -Mari Paz- , muerta de risa, en la oficina, una mañana cualquiera: La víspera estaba en su casa pasando la aspiradora, después de su jornada de trabajo, cuando se dio cuenta así, como un mazazo, de que su marido y sus dos hijos -ya talluditos, con 18 y 20 años muy bien crecidos y nada artríticos- estaban cómodamente en el sofá, viendo la tele. Así que paró muy ostensiblemente la aspiradora, cogió un libro, también muy ostensiblemente, pasó por delante de la tele para que la vieran bien y se puso a leer en una butaca. Y automáticamente el marido se levantó, les hizo una seña a los chicos, y uno se puso a seguir con la aspiradora, otro entró a la cocina a ver qué había por recoger, y el tercero también miró a su alrededor a ver cómo podía hacer algo productivo.
Pero éstas eran historias viejunas. Años setenta, años ochenta, años noventa, una historia de cada. Aunque ahora hay otras igualmente sangrantes, y sobre todo, ese amor romántico, posesivo, celoso y cosificante que están vendiendo a las adolescentes. Pero esto ya lo están trabajando en otros foros y yo no iba a decir nada nuevo si me ponía a ello, así que también lo he dejado.
Y entonces me ha llegado la inspiración de lo que quiero escribir en el día de hoy. Sobre Cervantes. Sí, Cervantes. Y sobre uno de sus biógrafos, Manuel Fernández Alvarez, un maravilloso historiador que escribe unas biografías muy amenas y clarificadoras sobre personajes como Cervantes, claro, pero también sobre Isabel la Católica o Juana la Loca. Y esto da confianza en lo que cuenta, porque no escribe sobre cualquier tema que se le ocurra, como tantos otros, sino sobre lo que conoce, un siglo concreto, o 150 años quizás, que cuando no eres exacto siempre hay alguien que te corrige.
Así que hemos llegado a Cervantes, ¿Y en qué se parece un huevo a una castaña? ¿Qué se puede decir de Cervantes un 8 de marzo? Pues a mí me gustaría hablar de su vida, de su tesón, y, sobre todo, de su idea de que lo importante es el mérito y no el abolengo. Porque su padre era barbero, con lo cual, él, de abolengo, nada. Pero le sobró de todo lo demás. Y, como le sobraba de todo lo demás y no se estuvo quieto -como el movimiento feminista-, le pasó también de todo -como al movimiento feminista-. Pero, sobre todo, desgracias -como al...- Y consiguió dejar una obra maestra: Es decir, triunfó, y lo vio en vida, aunque lo que no vio nunca fue el dinero del éxito: Eso se lo birló su editor.
Pero vamos por partes. Cervantes héroe: Cuando le apresaron en Lepanto y lo encarcelaron en Argel, yo estudiaba en el bachillerato que los padres trinitarios lo rescataron pagando un rescate altísimo, y por eso tardaron una eternidad en reunir el dinero. Aprenderse esto era un aburrimiento en sí, y no tenía ningún interés para una adolescente. Pero leyendo a Fernández Alvarez te enteras de por qué pedían un rescate tan alto los musulmanes: Cervantes era tan buen militar, tan valiente y tan buen estratega que, en una prisión en la que había muchos nobles castellanos y donde los estamentos sociales eran muy rígidos, todos acordaron que su jefe fuera Cervantes, sin nobleza ni títulos, cosa absolutamente inédita. Y tenían razón, porque Cervantes consiguió que escaparan; se refugiaron en una cueva de una playa a la espera de un barco con el que ya habían contactado, y todo salió bien hasta que el capitán del barco se rajó y, tras estar un día fondeado en la playa donde ellos estaban refugiados, levó anclas sin enviar a tierra una barca para recogerlos. Decepción al canto. Bueno, pues aún así, lo intentó dos veces más, si no recuerdo mal la historia.
Cervantes víctima: Cuando consigue ser rescatado, intenta con sus amigos que le dén algún oficio para compensar tanta penuria, pero Felipe II ya está a otra guerra (nunca mejor dicho) y le importan un rábano los héroes de Lepanto y los prisioneros de Argel. Y su mala suerte le sigue persiguiendo, porque muchos años después, cuando consigue hacerse con un capitalito después de un duro trabajo como recaudador de contribuciones, le entrega su dinero a un banquero -de los poquitos que empezaban entonces, estamos hacía el año 1590- y el banquero decide que, efectivamente, es un capitalito, y se fuga con él. ¿Hay más mala suerte que un banquero te robe tu dinero? ¿Os suena de algo?
Cervantes ejemplo: A mí Cervantes siempre me ha recordado esos muñecos, dontancredos creo que se llaman, que, les tumbes todas las veces que quieras, vuelven a quedar tiesos. Y eso es lo que hacen los ejemplos, creo yo: Vuelven a quedar tiesos después de las desgracias que tengan que sufrir, y son más ejemplos que antes. Y no estoy hablando de la gente que no cambia nunca, porque debemos evolucionar con los tiempos y con nuestras experiencias. Estoy hablando de la gente que se mueve con los tiempos, pero que no mueve sus principios a conveniencia: Las mujeres que dicen no cuando les ofrecen unos estupendos puestos con contrapartidas extralaborales; las mujeres que pelean todos los días para que su pareja friegue los platos o bañe al niño, y que tiene que plantearse -también todos los días- si le compensa repetir todos los días, otra vez, el mismo mantra -somos iguales, aquí vivimos dos- o le es menos gravoso hacerlo ella y ahorrarse la charla.
Porque, al final en el Quijote, Cervantes lo que reivindica, después de su paso por la sociedad de privilegios en la que ha tenido que bucear y sobrevivir, es la meritocracia: No lo que has nacido, sino lo que eres. Exactamente la reivindicación feminista. No lo que has nacido, sino lo que eres. Y la reivindicación trans, también: Lo que eres. Tú, y sólo tú. Estamos en la misma lucha que hace 500 años, la de la sociedad igualitaria. Primero se consiguió (muy relativo y discutible, lo sé, pero dejadme zanjar esto, que hoy quiero hablar de las mujeres) la meritocracia en una sociedad estamental; ahora hay que conseguir la meritocracia en una sociedad machista.
Seguimos en la lucha por la igualdad, pero ahora está en juego la igualdad de la mitad de la raza humana.
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