Es la brecha digital, ¿estúpida?
Voy a empezar el comentario de hoy haciendo mi ficha técnica: No soy vieja, aunque sí jubilada. He trabajado en cuatro grandes empresas en mi vida laboral, y, para lo que nos ocupa, tengo que decir que, en mis últimos años de trabajo (y últimos quiere decir desde 1990, la mitad de mi vida laboral), he tenido que convivir con los llamados antes ordenadores, últimamente tablet, portátil, ipad, de sobremesa...
También he de decir que, durante estos casi veinte años, he tenido que aprender y manejar, si no se me olvida nada, seis bases de datos diferentes, dos programas de contabilidad y gestión de pagos, dos programas raritos de gestión, uno de contratación pública, otro de gestión de personal... y me han parecido juegos divertidos (lo divertido era hacer trampas, claro)
Pero nada me había preparado para la agresión de los bancos a mi autoestima con esto de lo digital. Porque ha tenido dos fases: La de los cajeros, y la venta online. Y especialmente sangrante ha sido la de los cajeros, porque tuve una de las primeras tarjetas de crédito que se dieron: El Banco de Bilbao tuvo a bien dar a todos sus empleados una tarjeta de crédito casi en cuanto se crearon (mil novecientos setenta y tres, dinosaurios puros). No es que sirvieran para mucho, porque entonces sólo había tres cajeros en todo Madrid -los tres de VISA, claro-, pero fue un detalle. Así que estaba muy tranquila. Hasta que tuve que ingresar dinero de mi empresa todos los meses en un cajero de Bankia, sucursal de Cercedilla, comunidad autónoma de Madrid.
Bajo al pueblo desde mi "hotelito", mal llamado albergue juvenil, con mi secretaria, para ingresar el efectivo del mes en la cuenta bancaria, y me topo con el horario del banco: A partir de las once de la mañana no hay servicio de caja, y hay que ingresar el dinero en el cajero automático de la calle. Bien. Como los ingresos de efectivo son menores de quinientos euros, no hay problema.
Llega mi turno. Tecleo ingresar, y me pide el número de cuenta. Lo tengo. Tecleo. Nueva pantalla en la que tengo que poner el importe. Primer problema: Hay que ir saltando de una pantalla de letras, donde pones el concepto, a otra de números. Pero como el sistema binario es lo que es, y mi cerebro no es binario, me lío con las comas, los espacios y el menage que nos montan a los simples mortales los ceros y unos, y me sale una pantallita de Se acabó su tiempo. Vuelva a empezar. Entonces miro hacia atrás, veo la cola que he formado y me voy con mi secretaria a tomarme una tila a la cafetería de enfrente, desde donde puedo ver de reojo cuándo el cajero se queda de nuevo libre para volver a intentarlo.
Esta vez voy preparada: Mi secretaria me ha dado un curso rápido de cómo manejar las dos pantallas, números y letras, y voy en moto. Bastante malo es ya tener un coche más antiguo y más pequeño que los de mis empleados para, además, ser una inútil en un cajero, con lo puestos que están todos en las aplicaciones del móvil. Así que la jefa ataca de nuevo. Y llego a la pantalla de Ingresar la cantidad: Maldición! El cajero devuelve el cambio, pero sólo se pueden ingresar billetes. Se me debía haber ocurrido. Rebusco en la cartera, después de dejar el bolso, la tarjeta donde apunté el número de la cuenta, mi abrigo y, seguro, alguna cosa más, en brazos de mi secretaria, y me dedico a resbuscar billetes. Nada. Otra vez Se acabó su tiempo. Así que ya, decidida a no perder autoridad ante una máquina de m...., entro en la oficina, me dirijo a una mesa y le digo muy amablemente a la empleada (que era la que estaba en la caja hasta las once, ¿recordáis?) que soy una inútil pero tengo que ingresar un dinero y que siento molestarla pero tiene que salir de la calentita oficina para hacer su trabajo en la p... calle gracias al nuevo modelo de la banca, que es gestionar nuestro dinero pero no sólo, sino pagando lo menos posible en nóminas de empleados que nos dén el servicio que ahora, por fin, alguien ha reclamado con éxito.
Y pobrecita, fue un dechado de amabilidad y paciencia mientras duró. Pero entonces, cuando ya estaba reconciliada de nuevo con los bancos -gracias a sus empleados, no a sus políticas-, llegó la nueva tarjeta del BBVA, y vuelta a empezar. Porque yo compraba mucho por internet hasta el nuevo modelo de seguridad: Tan seguro, tan seguro, que es prácticamente seguro que las compras se hayan reducido al mínimo, ¿y qué hay más seguro que eso?. Porque yo había conseguido, después de mucho sudar, comprar desde casa con el sistema de compra segura, y estaba chupado. Seleccionabas la compra, tecleabas los datos de la tarjeta, y ya. Hecho!.
Ahora, no. Ahora, por seguridad, en la tarjeta no se ve el número, ni el CVV, ni la caducidad. Así que empiezo la tortura abriendo dos páginas de google en el ordenador, la de la compra y la del banco. Pero entonces se presenta el primer problema: ¿Cuándo abro la del banco? Porque, si no pulso ninguna tecla en minutos, se cierra sola por seguridad. Así que abro sólo la de la compra, porque tardo un rato en ver si me gusta algo de lo que veo. Por fin tengo la cesta de la compra terminada, y entonces busco la tarjeta -se me ha olvidado que los datos ya no están en el plástico-, maldigo mi mala memoria cuando me doy cuenta, y abro la página del banco. Busco el número de tarjeta, hago un cortapega, busco el número de la CVV (que no es tan fácil porque todavía no recuerdo dónde está), lo copio, confirmo datos, y zasca!, hay algo mal. Cuando me doy cuenta de que es el número de tarjeta, porque la he copiado con espacios y hay que teclearla sin espacios (otra vez los ceros y unos de los c...), me ha caducado el tiempo del CVV, que dura un suspiro por seguridad. Vuelta a empezar. Esta vez, como ya sé lo que quiero comprar, todo va más deprisa: Abro las dos páginas, selecciono la cesta de la compra, copio el número de tarjeta, le quito los espacios, confirmo la pantalla, y ¡maldición!, recuerdo que me van a mandar un sms al móvil por seguridad. Corro a por el móvil, que se me ha olvidado, (no está descargado, qué suerte!), y llego por pelos a teclear el sms antes de que se me acabe el tiempo de respuesta. ¿Creéis que eso es todo? Pues no. Porque ahora el sitio web de la compra me pide que confirme en la página de mi banco que quiero hacer esa compra, así que tengo que volver al banco. Y el banco no confirma nada. Pero esta vez me sé el truco: Tengo que cerrar la página del banco, volverla a abrir, y entonces, oh, la, la, ahí está la confirmación de mi compra. Por fin!!!
No sé si me vais a creer, pero desde que tengo las nuevas tarjetas sólo he comprado por internet las entradas para los conciertos del Auditorio. Lo que voy a ahorrar!
De verdad que me lo he pasado como los indios. Deberías mandarle ideas a José Mota , que ya va sie do Kira de que renueve repertorio…
ResponderEliminarBueno, todo es rigurosamente cierto, como ya sabrás porque me conoces. Un beso
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