Cuando somos malas, somos malísimas

         Tenía pensado desde hace días hacer una entrada sobre el covid y el charco en el que nos vamos a meter en Navidades casi todos, ahora que vemos el final del túnel, pero ahora también que no vale la pena hacer menos cuando llevamos tanto tiempo haciendo más. Mi idea era comentar que en el sprint final de una carrera como ésta no se cambia de táctica y sólo se aprieta, o, como dicen, en tiempos de turbación no hacer mudanza. Pero mientras abría el ordenador, se cargaba, entraba en google, me ha dado tiempo a pensar -porque cada día tarda más- que me importan un rábano el covid y el 2020, y que lo que realmente quiero de este año y estas fiestas es lo que dice el anuncio de la sidra: Que le dén al 2020!

        Así que, cuando por fin he entrado en google, en lugar de irme al blog he entrado en Spotify, he pinchado mi lista de canciones de amor y he buscado mi solitario favorito para hacer dos cosas a la vez, que, si no, me aburro. Pero esta vez me he fijado, sin darme cuenta apenas, de que mis canciones de amor, oídas con un poco de atención, eran pelín raritas. Y eso que hay desde la de 1969 (no voy a decir cuál) hasta la de 1992 (tampoco voy a dar pistas). Todas del siglo pasado, eso sí. En todas, eso sí, las mujeres somos malas, malísimas. Repasando:

        Está la de la chica que va a casa del chico a posar para un retrato; el retrato siempre está igual, porque el chico se emboba mirándola y aquello va como el tapiz de Penélope. Y ella se dedica a sonreír y a darle más cuerda para que se ahorque. ¿Sádica, o cosas mías?

        Siguiente: Hay tres amigos inseparables que han ido juntos a cientos de manis, han pasado días en carabanchel también juntos (en la cárcel de carabanchel, se entiende); como quien dice, cagan juntos. Y entonces, llega ella y los separa por el sencillo método de ser la novia de uno y luego la de otro. Y el tercero, que no tiene pelos en la lengua, abronca al "traidor", que se ha dejado engatusar por unos ojos bonitos y un buen culo, porque "¿Que te has enamorado? Pero si eso no le pasa ni a un colegial!". Mata Hari, Viuda Negra, devoradora de hombres... Y los hombres no se enamoran: Eso que quede claro, cristalino.

        Y va la tercera: Chico conoce a camarera, camarera se lo lleva a la pensión, pasan una noche de amor y, cuando el chico vuelve a buscarla, era un fantasma. El está loco. ¿Hay mujer más mala que ésta, que aparece sólo para volver loco a un hombre, y luego desaparece para siempre? Una mujer que sólo existe para ser la tentación -o la perdición, porque lo llevan al cuartelillo- de un hombre. Tufillo a azufre,  ¿no? Pues ésta es del 92.

       (Este chico en concreto -el autor, digo-, en el 84 había dicho a otra mujer que "Cuando la ceremonia de vivir se te vuelva repetir, si en la película de ser mujer estás harta de tu papel, pisa el acelerador, quema las ruedas". Así que, doctor Jekyll y Míster Hyde).  

        Pero no había tanto lío: Todos en el fondo, -muy profundo, eso sí, para que no se les notara-, suspiraban porque alguna bella carcelera les obligara a renunciar a su querida compañera la libertad, a ser posible en la edad provecta,  o porque una dulce piel de veinte años les hiciera olvidar los desengaños de diez lustros de amor, tío Alberto. Y, mientras la hija de veinte escribía una tierna carta a papá en la que le decía que "Me voy con él, no sé dónde, pero sé por qué", el cantautor le decía a la madre de la veinteañera que "El tiempo pasa deprisa, señora", y ya has olvidado lo que ella siente porque eres vieja.

        Resumiendo: Mis canciones de amor pintaban un panorama en el que, como dice la novela, las chicas buenas  -como la pobrecita Penélope, que se quedó sentada en la estación para siempre con su vestido de domingo- iban al cielo y las malas a todas partes. Pero amor, lo que se dice amor, no pintaban mucho. Y entonces descubrí Yolanda. Difícil, porque en el 82 a Pablo Milanés todavía había que buscarlo en los "otros" circuitos. Pero allí se hablaba de un hombre que declara tener sus sentimientos al desnudo delante de su amor, ni más ni menos: "Cuando te vi sabía que era cierto este temor de hallarme descubierto. Tú me desnudas con siete razones, me abres el pecho siempre que me colmas de amores". Y que ella es, casi casi, su Dios: "Si alguna vez me siento derrotado, renuncio a ver el sol cada mañana, rezando el credo que me has enseñado, miro tu cara y digo en la ventana Yolanda".

        Y ahí nos quedamos muchas, creyendo que había hombres valientes que se enamoraban, lo decían, y algunos -como el mío- hasta lo bailaban. Y después de algunos años, han llegado nuestras niñas y, en esto de la pareja como en todo lo demás, nos han pasado por la derecha, por la izquierda y por el centro del campo, nos han quitado el balón -afortunadamente- y nos ha dicho, más o menos, que a casita, que estamos algo obsoletas. 

        ¡Qué bien os hemos educado, chicas! Y ahora que habéis tomado el relevo, hala, pico y pala, que todavía queda tajo. 





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