A dónde va Europa

         El libro En casa. Una breve historia de la vida privada de Bill Bryson, es sorprendente. No es de extrañar, ya que Bill Bryson se ha especializado -casi- en escribir libros de divulgación de ciencia y viajes, amén de biografías literarias y otros asuntos. Y digo sorprendente porque habla de todo, menos de cómo fueron evolucionando las viviendas y cada una de sus estancias -dormitorios, cocinas, despensas, comedor-. En su lugar, habla de cómo las chimeneas nunca sirvieron para calentar las estancias, o de que la tradición. moda o costumbre de tener todos los muebles de las diferentes habitaciones pegados a la pared se hizo por la necesidad de no golpearse contra ellos en las fiestas o veladas nocturnas, cuando todavía no había luz artificial, carencia que duró muchísimos años. Todavía miro con asombro, cada vez que las veo,  las marcas que dejaron en el piano de la abuela de mi marido -de antes de 1900, según he podido averiguar- los candelabros incorporados para ver las partituras a la luz de la velas. Yo no vería un pijo, la verdad.

        Pero vayamos al lío: Lo que me ha dejado impactada realmente de este libro (además de enterarme del origen del "jardín inglés", tema muy interesante y sorprendente), fue una afirmación perfectamente contrastada, documentada y, aparentemente, anticuada: La creencia de la aristocracia y la alta burguesía, tanto inglesa como europea en general, de que los pobres son pobres por méritos propios. Es decir, y a ver si lo explico bien: No es que los pobres sean pobres porque se lo merezcan por algún tipo de característica moral o intelectual intrínseca a su condición como ser malos o tontos per se; es, simplemente, que su naturaleza es ser pobres. Vamos, su lugar en el mundo. Y, claro, cuando intentan salir de su pobreza, trastocan el orden establecido y, además de no estar legitimados para subvertir ese orden, porque por alguna justificación cósmica estarán donde les ha tocado estar, molestan a los que deben mantenerlos en su sitio, porque les obligan a pensar cómo mantenerlos en su lugar, y eso es un trabajo que se les "añade" a sus otras "cargas" como clase social, sea ésta cual sea y tenga las obligaciones que tenga.

        Hasta aquí, el pensamiento de las clases altas del siglo XIX, que parece un poco lejano. Pero creo que esta filosofía ha vuelto. Y no es que haya llamado a la puerta, sino que ha entrado en tromba. Me refiero a lo que se denomina "populismo de extrema derecha", término que uso única y exclusivamente para definir, sin añadirle calificativos. Porque, haciendo un análisis rápido de la situación: Cuando llegó la Revolución rusa del 17, la derecha (vamos a llamarla derecha, también sólo con el ánimo de definir) se dio cuenta de que tenía que impulsar las democracias como sistemas políticos opuestos al autoritarismo de las "dictaduras del proletariado". Y esas democracias, cuyo colchón han sido siempre las clases medias, comenzaron a engordar las prestaciones públicas para que esas clases medias las apoyaran. Y llegó a tanto el "engorde de las prestaciones", que apareció el Estado del Bienestar, inventado por las socialdemocracias: Billy Brandt y Olof Palme empezaron a gobernar en 1969, ya ha llovido desde entonces. Después de eso, llegó la caída del muro del Berlín y el desmantelamiento (obligado por su propio fracaso) de la Unión Soviética, y todo el mundo pensó que, sin un oponente con el que compararse, el sistema económico liberal no tendría límite y volveríamos a las desigualdades manifiestas e irreversibles. 

        Y eso pareció, porque Margaret Thatcher lideró el "rearme ideológico" de la derecha europea, aunque se vio bastante sola en su intento. Pero llegó la crisis de 2008, cuando ya habían gobernado en USA presidentes como los Bush, había pasado la guerra de Irak. y tantas otras cosas que todo el mundo pareció que volvía a la idea de que los pobres "debían seguir siendo pobres" para preservar el orden; en consecuencia, en 2008 se aplicó lo que se dio en llamar el "austericidio", que es innecesario que explique, porque todo el mundo lo sabe. Y, en consecuencia también, aparecieron los partidos populistas, de extrema izquierda, que en seguida desaparecieron o se "domesticaron", y los de ultraderecha, que se hicieron fuertes en el clima dominante. Y la derecha, esa derecha conservadora, que no fanática, trabajadora, que, simplemente, teme los cambios, reaccionó: 

        Porque a cualquiera se le viene a la cabeza, si lo piensa un poco, varias cosas: La primera, que la clase media es el colchón de las democracias, y cuando hay crisis económica la clase media matemáticamente adelgaza; conclusión, la democracia peligra. La segunda, que la clase media no puede contar como socio con el populismo de ultraderecha para preservar la democracia porque el populismo de cualquier tipo lleva en su ADN el autoritarismo y el culto al líder y a los "principios fundamentales" (y lo he dicho a posta) de su proyecto. Así que, con el populismo, la democracia peligra. La tercera, que el autoritarismo, el partido único y todas esas "menudencias" no respetan en absoluto los principios de la clase media: Ni el trabajo, ni la propiedad, ni la libertad, porque el individuo siempre debe sacrificarse por el bien superior, llámese Estado o Partido. Y si no se sacrifica, lo sacrifican, tanto da.

        Y cuando la derecha no fanática se ha dado cuenta de que tiene otra vez un enemigo, llamado populismo, ha comenzado ¡afortunadamente! a tomar medidas: Mario Draghi fue, no un soplo de aire fresco, sino un huracán que casi se llevó la crisis del covid (aunque después llegó la de Ucrania); Liz Truss demostró, en el tiempo récord de quince días, que la receta liberal es nefasta en las crisis actuales; la teoría del "emprendedor" del tándem Aguirre-Ayuso de la Comunidad de Madrid, no ha tenido ningún éxito. El éxito ha sido de la reforma laboral de una ex-comunista, Yolanda Díaz (negociando con los empresarios, por cierto, esos terribles ogros). Los políticos europeos de derechas han dado luz verde a unos fondos europeos que están consiguiendo sacarnos de la crisis, al menos en parte, y se están tomando medidas como los impuestos extraordinarios a los que más ganan (También esto lo han visto bien, incluso alguno lo ha hecho, los políticos de derechas salvo alguna excepción poco honrosa, como Christine Lagarde) 

       En fin, para mí, esto es un reconocimiento de que tanto la derecha como la izquierda no extremistas han apostado por una clase media fuerte y ancha en el espectro social que defienda la democracia como el peor de los sistemas si excluimos a todos los demás, como decía Weber. Y me alegro, porque en una democracia cada ciudadano es un voto, y casi todos somos ciudadanos. Sólo falta más educación en general, sin entrar en ideologías, y dar la papeleta de voto a los inmigrantes, nuestra asignatura pendiente.

        Y si os parece todo muy optimista, os cuento que, cuando era pequeña, mi segundo nombre era Antoñita La Fantástica. 

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