Cinco nuevos presidentes, cinco

        Cuando comenzó el año y en las noticias de televisión, como suelen hacen, repasaron el año que terminaba, me sorprendió que durante 2021 hubiera habido cinco elecciones presidenciales en Latinoamérica, y, por tanto, cinco nuevos presidentes de sus respectivas repúblicas. Y pensé, algo -sólo algo, porque es demasiado complicado para entenderlo-, en aquellos países, de los que sólo sé, o casi sólo sé, lo que cuentan las novelas. Pero las novelas dan para mucho.

        Tenemos, por ejemplo, Perú. Perú tiene a su maravilloso Nóbel, aunque yo no comparto sus ideas, que sin embargo dijo, cuando decidió participar activamente en política, algo muy cierto, un reproche muy justificado hacia las democracias occidentales, muy paternalistas y pagadas de su superioridad: Que los latinoamericanos tienen el mismo derecho que los europeos a tener democracias formales, porque es considerarlos inferiores defender que en Latinoamérica es legítimo que haya movimientos revolucionarios (y autoritarios/totalitarios, no vamos a engañarnos); pero eso no vale para Europa, porque está más adelantada política y socialmente. Y luego, Santiago Roncagiolo -Abril rojo- nos cuenta cómo y qué es en realidad Sendero Luminoso, el movimiento revolucionario de Perú, pero también lo que hace el poder político con las etnias indígenas: Cerrar la puerta y tirar la llave.

        Vamos a otra: Argentina. Argentina tuvo a Cortázar, con su maravillosa denuncia de las dictaduras militares anteriores a la fatídica, la de las Malvinas y los desaparecidos (Casa tomada, Bestiario), pero, ya entrados en harina, a Sábato con su Informe sobre los desaparecidos de la Dictadura de Videla. Sobre este Informe sólo puedo decir que Sábato dio una conferencia en el Ateneo de Madrid y contó que, hasta que vio la luz, pasaron por su casa más de diez secretarias que, según copiaban lo que leían, se despedían llorando porque no podían soportarlo. También tenemos a otro Nóbel, García Márquez, que algo dijo en preciosos artículos publicados en la revista Triunfo (una revista roja, claro), sobre los jóvenes argentinos, a los que llevaron a la guerra con zapatillas de deporte y sin haber visto un arma en su vida para hacer frente a las fragatas inglesas con militares profesionales que los masacraron.

        Y Brasil. Brasil, conocida hasta ahora, por la Samba, el Carnaval y La chica de Ipanema, y ahora por Bolsonaro. Para saber algo de Brasil puede que baste con leer la novela de Manuel Puig Cae la noche tropical: Aparentemente hay una clase media culta, equiparable al resto de democracias, de profesionales liberales, rentistas de buen pasar y otros grupos igualmente respetables y respetados, pero debajo hay todavía un pueblo primitivo que sigue luchando por lo básico: vivir hoy, y mañana ya veremos, que el futuro no existe. El mismo auge de cierta clase media que muestra también Claudia Piñeiro sobre la Argentina actual. Realmente, se reproduce -o ha sobrevivido- el modelo de sociedad del siglo XIX que estudié en Literatura: Una clase alta y media alta de criollos (descendientes de europeos sin mestizaje) que, a pesar de haber protagonizado la independencia y creación de nuevos países, saltan de unos a otros sin tener sentimiento de pertenencia hacia ninguno, sólo a su clase, basada en una conciencia de superioridad y un sentido de pertenencia a una élite. 

        Y qué decir de Panamá, si ya lo dijo todo John Le Carré en El sastre de Panamá: Cuando los americanos quieren algo, buscan cualquier excusa para justificar su intervención. Si no hay motivo, adoptan cualquier patraña que les venga bien, creíble o increíble, y si nadie les proporciona esa patraña, se la inventan ellos mismos (véase otra novela de Le Carré, Amigos absolutos)

        Para  la República Dominicana basta una frase: La fiesta del chivo (Vargas Llosa)

        Guatemala?: Viento Fuerte (Miguel Angel Asturias)

        Tampoco es que me olvide de Colombia o de Méjico, pero mejor no recordar vagones cargados de muertos que se vacían en el mar (Cien años de soledad, García Márquez), o el pueblo fantasma de Pedro Páramo (Juan Rulfo), donde "sólo se ve el gentío de ánimas que andan sueltas por la calle".

        Y recojo otra vez aquí las palabras sobre el derecho a la democracia de América Latina que dijo Vargas Llosa hace ya años, pero que siguen vigentes. Y si no, que se lo digan a los nicaragüenses con su camarada Daniel Ortega, o a los cubanos, que no se han librado de Fidel ni siquiera después de muerto, como El Cid.

         Hemos creado un monstruo. ¿O ha ocurrido lo mismo con el resto de imperios coloniales? Porque Africa o algunos países de Asia no están mejor. Hemos sido, los europeos, el ombligo del mundo. Y, por tanto, seguro que algo -o algos, o muchos algos- hemos hecho mal. Aunque creo que los españoles estamos libres de culpa, después de 500 años. Ya son adultos. En todo caso, recojo las palabras de un embajador español cuando un latinoamericano le reprochó la explotación de la metrópoli: No fueron mis antepasados los que los han explotado, porque los míos nunca salieron de la península. Fueron los suyos

        Y no es por quitarnos culpas. Es por ver si olvidan al "enemigo exterior" y comienzan a mirar hacia adentro, en lugar de hacia afuera. Aunque el Gran Hermano -pensamos algunos- sí que tiene cancha en lo que está sucediendo.

Comentarios

  1. Casi preferiria “hispanoamericano”. Lo de “latino” por no se qué malicia me suena a definición sajona, y soy un poco paranoico con la leyenda negra. Saludos

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