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Mostrando entradas de diciembre, 2020

Cuando somos malas, somos malísimas

            Tenía pensado desde hace días hacer una entrada sobre el covid y el charco en el que nos vamos a meter en Navidades casi todos, ahora que vemos el final del túnel, pero ahora también que no vale la pena hacer menos cuando llevamos tanto tiempo haciendo más. Mi idea era comentar que en el sprint final de una carrera como ésta no se cambia de táctica y sólo se aprieta, o, como dicen, en tiempos de turbación no hacer mudanza. Pero mientras abría el ordenador, se cargaba, entraba en google, me ha dado tiempo a pensar -porque cada día tarda más- que me importan un rábano el covid y el 2020, y que lo que realmente quiero de este año y estas fiestas es lo que dice el anuncio de la sidra: Que le dén al 2020!           Así que, cuando por fin he entrado en google, en lugar de irme al blog he entrado en Spotify, he pinchado mi lista de canciones de amor y he buscado mi solitario favorito para hacer dos cosas a la vez, qu...

Princesa

 Mi padre tenía tres hermanos. Dos eran chicos, y vinieron a Madrid cuando tuvieron la edad, que en los pueblos era de catorce años, a la sombra de su hermano mayor, mi padre. La cuarta era chica, y se quedó en el pueblo. Mis tíos vivían con nosotros, lo que quería decir que estaban a cargo de mi padre a todos los efectos. Pero, cosas de la época, en casa no cabíamos, así que dormían fuera, en habitaciones alquiladas, y el resto de funciones de una vivienda familiar se resolvían dentro. También la de ser una familia. Sobre todo, la de ser una familia. Por eso, cuando mi padre se casó, los trajo a casa con el beneplácito de mi madre, que para eso mis padres eran primos hermanos y los dos venían de circunstancias similares. Así que, cuando nací, ya tenía dos tíos jóvenes y solteros dispuestos a ejercer de caballeros andantes, príncipes o lo que hiciera falta con la única princesita que había en la casa. Y ejercieron, vaya que ejercieron. Yo diría que con una brillantez rayana en la e...