Echando humo, o La paciencia tiene un límite

         Estoy reflexionando hace tiempo sobre la zona de confort, las redes sociales y otros temas; y no es fácil, porque no sé muy bien cómo atacar el problema. Es decir, no sé cómo explicar sensaciones, temores, vivencias y, sobre todo, premoniciones, que no son buenas.

        Vargas Llosa, en su novela  Cinco Esquinas, trata -aparentemente- de la vida en el Perú de Fujimori, que debió conocer muy bien. Pero, en realidad, lo que creo que pretende es dar un aviso a navegantes: Una vez que la sociedad ha asimilado las malas prácticas morales, aunque destruyas a los que las promovieron ya no puedes erradicarlas.

        Y creo que llegó en un momento crucial para la democracia española, porque aquí, cuando de publicó esta novela y quizás desde un poco antes, la crispación política estaba comenzando a hacer mella entre la gente: No los políticos, sino la gente.

        Vivo en una urbanización de clase media en la sierra de Madrid, pero parece que la opinión dominante es que solo los ciudadanos con opiniones políticas de derechas están legitimados para tener dinero; los "rojos" o similares, por lo visto, debemos estar apartados de aquello que criticamos -la sociedad capitalista- en su modalidad "situación acomodada", porque, si no lo hacemos, estamos renegando de nuestros principios. En fin. No quiero entrar en todos los temas de legitimidad de nuestro valor laboral  (y su traducción, el salario debido) uno a uno, persona a persona; o la reivindicación de que lo que exigimos es que todo el mundo tenga zapatos y no que todo el mundo vaya descalzo (y es una metáfora, porque los hay que interpretan literalmente estas cosas); o que estamos mentalizados de que la sociedad capitalista es la peor de las posibles si exceptuamos a todas la demás, como decía Weber... No entro en eso. 

        Toda esta introducción es para constar que vivo rodeada de personas de derechas. Y, hablando con ellas, porque hay amigos -nunca he dudado de que las ideas no separan a la gente, sino todo lo contrario, la gente dispar abre la mente y enriquece-, que durante los penúltimos años me sorprendía mucho comprobar que, vistos nuestros comentarios respectivos sobre la situación política, económica, etc, parecía que no vivíamos en el mismo país. Nuestras opiniones eran tan dispares, que yo no podía reconocer lo que decían como perteneciente al mismo lugar donde vivíamos todos, y supongo que a ellos les pasaba lo mismo. Pero nadie llegaba a enfadarse, y todos reconocíamos en algún momento que el otro tenía razón en una parte, más o menos pequeña, de lo que sostenía. No había puentes rotos, ni gritos (metafóricos, otra vez) de Dios está conmigo!

        Pero, con el tiempo, la cosa ha ido derivando hacia peor. En el momento en que la coalición de izquierdas formó gobierno, los partidos de derechas han venido proclamando su derecho inalienable a gobernarnos a los españoles, les votáramos o no. Porque es exactamente lo que está pasando: Al margen de las urnas, hay una rabia fóbica hacia la izquierda, a la que tienen que atacar como sea. 

        En el caso de los políticos es una estrategia, así que los penúltimos años fueron un caramelito comparados con los últimos, en los que la crispación, teatralizada en el Congreso, ha llegado a la calle, porque nos hemos creído que la teatralización del PP y Vox era real. Y no, los diputados no se enfadan, sólo siguen un guión y luego hablan en el bar, que es como debe ser, además, porque se necesitan los entendimientos, pactos y demás mamandurrias, como diría nuestra ínclita Espe. 

        Pero en la calle ha ocurrido lo que avisaba Vargas Llosa: Ha calado la crispación, que era una herramienta y un paripé en manos de los políticos, pero que se ha convertido en algo que ya forma parte de nuestras vidas, y nos está dividiendo, haciendo otra vez dos Españas, sin ninguna razón más que la histeria de la derecha por volver a tener su cortijo, que sólo podrán recuperar con métodos democráticos -elecciones, pactos-, pero que se tienen que reeducar para conseguirlo, porque les falta costumbre.

        ¿Y por qué escribo esta entrada hoy? Porque, en esta ocasión, he sido yo la que me he rebelado ante un vídeo muy viral que me ha llegado por las redes sociales, y me he dado cuenta de que también yo estoy ya en el lado de la intolerancia. Se trataba de  reírse de unos (se supone) inmigrantes que hacen el ridículo ante situaciones que no entienden. Este es el principio del maltrato, pero hasta hace poco tiempo yo toleraba algo mejor la crueldad que supone reírse de la ignorancia del prójimo. 

        Mi profesor de Filosofía decía que es ignorante el que no sabe una cosa que no tiene la obligación de saber, ergo no hay nada malo en serlo: De hecho, todos lo ignoramos casi todo. Pero eso no importa. Estar en el lado de la verdad da seguridad, que el cerebro no trabaje haciéndose preguntas debe de ser muy descansado, y, en fin, saber dónde estamos o qué queremos de la vida debe de hacernos muy felices, a tenor de la cantidad de gente irritada que veo porque conoce la verdad y "los otros" le llevan la contraria. 

     Excepto yo, que debo ser muy tonta, porque me irrito pero, a pesar de ello, sigo haciéndome preguntas. Será que algunos sospechamos de tanta felicidad.



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