Yo quería ser profe

            Hoy es 14 de abril, Día de la República. Tenía pensado contar un recuerdo divertido, como fue la primera vez que la celebré, en el pleistoceno. Pero me he levantado, y he mirado al cielo: gris, con nubarrones negros. Luego he pensado que tenía que mirar mi cuenta, y recordando lo que dijo ayer un chaval con mucho humor en el programa de Wyoming, "me sobra mes para llegar a fin de sueldo", decidí que mejor otro día. Después puse la tele, y estaban retransmitiendo la bronca de siempre en el Congreso. Así que decidí ponerme a tono con el día, olvidar el dicho grabado en una calle de mi pueblo, "unas veces se gana y otras se aprende", y lanzarme a la autocompasión y el espíritu de perdedor. Y como no me da tiempo a ver una película de llorar con palomitas, porque dentro de un rato habrá que comer, he dejado a un lado la peli y he recurrido al plan B: Escribir esta entrada, muy a tono con la mierda de día que tengo, y que tenía título desde el 18 de febrero pero ni una sola línea escrita: Es bastante duro hablar de una vocación frustrada, aunque Antoñita la Fantástica (es decir, yo misma) no tenía una sola vocación. Pero eso lo contaré otro día.

         El caso es que tenía el título: "Yo quería ser profe", y el comienzo: "Soy Shutruk Nahunte, rey de Anshan y Susa, soberano de la tierra de Elam. Por orden de Inshushinak, destruí Sippar, tomé la estela de Niran-Sin y la traje de regreso a Elam, donde la erigí como ofrenda a mi Dios , Inshushinak" . La moraleja de que esto sea totalmente desconocido es, en la peli El club de los emperadores -otra peli más de colegio inglés-, porque "La ambición y la conquista sin contribución al bien común no tienen ningún valor". Que sea cierto que en los coles de élite se pretende inculcar el Nobleza obliga, creo que los alumnos se lo pasan por el forro casi siempre. Lo cual no quiere decir que no sea el ideario del colegio, al menos, el teórico: Los valores tienen que ser altos; si no, no son valores.

            Así quería empezar a contar la historia de mi vocación frustrada. El resto no estaba claro. En realidad, nunca estuvo claro en mi casa lo que debía estudiar, porque nunca estuvo claro que mis estudios universitarios eran para mí como el aire hasta que no cogí el toro por los cuernos, me presenté a una oposición de un banco sin pedir permiso a nadie, la aprobé y llegué a mi casa con el aprobado y el siguiente "manifiesto": No hace falta que me paguéis una carrera, porque me la voy a pagar yo

          Pero esa es otra historia. El meollo del cuento "Yo quería ser profe" era mi mala suerte cuando me decidía: Como aquella vez que estuve mirando en el Ateneo de Madrid los BOEs de todo un mes, y justo el BOE de la convocatoria de oposiciones a profe de instituto tenía una página arrancada, y era aquella; así que se me pasó la convocatoria. O la progresión en el prestigio de la carrera de Magisterio (me alegro por los maestros, se lo merecen): Cuando yo estaba en Primaria, se pasaba a esos estudios desde el bachillerato elemental; cuando llegué al bachillerato elemental, lo subieron al bachillerato superior; y cuando hice el bachillerato superior, exigían el COU. Vamos, que siempre me ponían la zanahoria un poco más lejos, hasta que, cuando lo dije en mi casa, mi padre lo zanjó con un "No te voy a pagar una carrera que es de muertos de hambre". Se acordaba del maestro de su pueblo. Pero también iba a ser "una carrera de muertos de hambre" la de Bellas Artes, la de Sociología... Vamos, todas las que se me ocurrían. Así que me la pagué, y en paz. Eso sí, me dejaron muy claro que "estudiaba porque yo quería", lo cual quería decir, en román paladino, que tenía que trabajar, luego hacer mis tareas del hogar, no fuera que se me olvidara que debía ser una perfecta ama de casa, y luego, en mi "tiempo libre", podía estudiar si quería, "porque nadie me obligaba". También podía ir al cine, hacer punto de cruz... Tiempo de ocio. 

            Así que me enseñaron a organizarme, priorizar, no perder el tiempo y convertirme en alguien absolutamente seguro de lo que quería, porque, con el trabajo que me costaba, quién iba a dudar. Vamos, que se lo agradezco (Unas veces ganas y otras aprendes, ya sabéis). Ahora se llama resiliencia, pero no había necesidad de darle un nombre nuevo: Siempre se llamó "Tienes la cabeza más dura que una piedra", aunque reconozco que resiliencia no es tan largo.

             El caso es que, con trabajo y sin trabajo, en la universidad o en casa, a mí me seguía fascinando la enseñanza. Y leí todo lo que caía en mis manos (que, en Sociología, era mucho) sobre experimentos pedagógicos varios: Summerhill, educación liberal para ricos; Paulo Freire, alfabetización de adultos en Brasil;  Makarenko, experimentos con delincuentes juveniles durante el leninismo; Ferrer Guardia, la Institución Libre de Enseñanza, las Misiones Pedagógicas... Con un título cualquiera, todavía pensaba que podía dedicarme a mi vocación. Y en este momento, con mi flamante título en la mano, entra en juego mi otro título, el de medalla de oro en gafe. Porque, de cero a diez, ahí van tres intentos (hubo más).

        En el Curso de Adaptación al Profesorado, máster obligatorio para dar clases en la enseñanza pública, conocí a un profesor que se interesó por mis lecturas de pedagogía varia, y me propuso escribir un artículo para publicar en la revista del Ministerio. Con el tiempo sospeché que lo que quería en realidad era ennoviarme con su primo, otro profesor del máster estupendo, pero más tímido que guapo (y era muy guapo), que me llevaba todos los días hasta la parada del metro más cercano, pero nunca me dijo "ahí te pudras" (y juro que fui muy simpática). Escribí el artículo, se lo llevé, y, justamente entonces, las "altas instancias" decidieron dedicar la revista del Ministerio a un "Libro Blanco" de la Educación que nunca se convirtió en ley, pero que frustró el intento de ver mi nombre en letras de molde. Uno-cero para el gafe.

            Algo peor fue mi incursión en una academia que preparaba oposiciones a Magisterio: Mi vecino Miguel tenía una academia en la calle de Atocha donde los opositores a todo tipo de esperanzas encontraban acomodo, y me ofreció dar clases de comentarios de texto de lengua y literatura para sus opositores de magisterio, a lo que accedí encantada. Las clases iban perfectas, mis alumnos estaban encantados, cada vez había más, y, al verme feliz, funcionó mi medalla de oro: El Ministerio cambió el temario de las oposiciones, eliminó mi clase -que, por cierto, obligaba a los alumnos a pensar- y la sustituyó por otra cosa. Dos-cero

          La guinda del pastel. Me fui hasta Valladolid en busca de una salida pedagógica a mi carrera de Sociología (que mira que era difícil), y, ¡milagro!, la encontré en un contrato de socióloga en una cárcel de Valladolid. Ya, ya sé, una cárcel. Pero al director, con el que tuve una entrevista ¡de más de una hora! le gustaron mis ideas sobre la educación de adultos, que mayormente podían aplicarse a la mayoría de los presos, aquellos que, muchos años más tarde, alguien llamó "robagallinas" con mucho fundamento.  Así que salí muy contenta.

            Y nunca me llamaron.  

             Muchos años después, cuando yo ya ni me acordaba, "alguien" olvidó que yo no lo sabía y "se le escapó" que sí habían llamado de aquel trabajo, y que, horrorizados "porque era una cárcel" y "porque me iba de Madrid", en casa habían contestado "que no me interesaba". El pequeño detalle de que a mí sí me interesaba no le quitó el sueño a nadie. Las chicas, (o sea, yo) a lo suyo. No a decidir su vida. Tres-cero.

            Y me da exactamente lo mismo. Porque, ahora que estoy jubilada, me he dado cuenta de que, ahora sí, puedo ser profe. Porque se profe, como me enseñaron en la facultad de Sociología -y como, afortunadamente, también han enseñado a mi hija-, no es enseñar conocimiento, aunque también; es, sobre todo y ante todo, enseñar a pensar. Plantear dudas, obligar a elegir, y, luego, obligar a reconocer que, a lo mejor, hemos elegido mal; explicar algo, y, luego, obligar a pensar que lo contrario también podría ser posible. Amueblar la cabeza, pero inculcar la idea de que, cuando hay demasiados muebles, hay que tirar para dejar sitio, porque debemos evolucionar.

            Así que, al final, sí que he conseguido ser profe. Porque Antoñita la Fantástica creo que, en este blog, está cogiendo temas y retorciéndolos para darles otro aire, o eso me gustaría. Porque mi idea con estas confidencias, confesiones, divagaciones, ideas, es hacer pensar, sorprender, dar otra mirada... Ser profe. Obligar a pensar. 

            Y, como soy optimista antropológica, quiero creer que sí, que he conseguido ser profe.

            Ya ha dado el timbre. Un beso, chicos.     

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