¡Vete al médico!

         Hace algunos años leí que los psicólogos habían puesto nombre al problema de esos niños que, como consiguen todo lo que quieren con sólo pedirlo, se aburren de todo. Lo llamaron "el síndrome de Midas" por aquel rey que convertía en oro todo lo que tocaba, con el funesto resultado de que murió de hambre, porque la comida también se transformaba en oro. Frustración pura. 

            Cuando iba al teatro con mi amiga Amparo (creo que en otra vida), vimos una obra muy crítica, muy ácida, muy cómica ( y muy simple): El número uno. Si no se llamaba así -porque no lo recuerdo- , era el título que se merecía. Porque toda la obra estaba centrada en tres únicos personajes y una raya en el suelo. La raya sólo servía para ponerse detrás y ser "el primero de la fila". Y a la raya la cambiaban de sitio los tres personajes, según iban discutiendo entre ellos, para ser "el primero de la fila", por el simple procedimiento de separarla del suelo y llevársela a otro lugar para colocarse delante. La fila no era nada, ser el primero era todo.

       Es lo que nuestra gran inspectora Petra Delicado, el personaje de Alicia Giménez Bartlet, llama "la moral calvinista, para la que la pérdida de tiempo y de talentos es el peor pecado que se puede cometer", y mi hija llama "la lógica neoliberal, que hace que nos veamos como una suerte de empresas, que tenemos que estar siempre invirtiendo en nosotros mismos y trabajando para aumentar nuestro valor en la sociedad, tanto en lo laboral como en lo personal o lo afectivo". Es decir, con el traje de guapos, jóvenes y listos hasta para ir a cagar. Puro estrés.

        Los psiquiatras y los neurólogos están de acuerdo en que se pueden prevenir ambos. Porque nuestro cerebro es plastilina pura: La forma del cerebro cambia, y las sinapsis se modifican, según cómo organicemos nuestras actividades y rutinas. Hablando en plata, que la "cultura del esfuerzo" de mi generación, la resiliencia, como se dice ahora, son un antídoto contra la frustración, porque es exactamente lo contrario de la satisfacción inmediata y sin esfuerzo. Y la educación en una filosofía de la vida que no sea la competición permanente, el no ser el número uno sólo por serlo, es el antídoto contra el estrés.

           Sin embargo, cuando un diputado (de izquierdas) habla en el Congreso de la salud mental de los españoles, y afirma que la mitad de la población se medica, bien con ansiolíticos, bien con antidepresivos, le gritan desde las gradas "Vete al médico!". Pues no, señor, no hay que ir al médico. Hay que ir a casa, a educar a nuestros hijos, y contarles, si somos cristianos, que, de los siete pecados capitales, el primero y el peor es el de la soberbia, directamente responsable de la competitividad, y el séptimo y último, el de la pereza, responsable de querer satisfacciones sin esfuerzo. Primero y último. 

       Porque la prevención está en casa. Según las últimas investigaciones, no sólo el cerebro se modifica con nuestras costumbres y rutinas, sino que los hijos heredan las modificaciones que sus padres han hecho en sus cerebros con sus buenos hábitos, su organización, su prioridad de objetivos... con su conducta, en suma. Y no su conducta en situaciones puntuales, sino en las cotidianas, las que marcan carácter. Y los niños educados en el "esto no te lo doy porque es caro y no somos ricos", "esto no te lo compro porque todavía eres pequeño", "no se tiran las cosas que no están rotas", "tienes que compartir tus juguetes con los demás", "tienes que repetir ese trabajo hasta que te guste a tí"... A esos niños ya se les forma el cerebro para tener resiliencia, para competir sólo consigo mismos y no con otros -siempre habrá alguien más guapo, más joven, más listo, pero no tendrán ansiedad por ello-, para ser felices sin dejar de ser brillantes, buenos, simpáticos. 

          Porque ser brillantes, buenos, simpáticos, no será un fin: Sólo estará ahí como parte de sí mismos, sin entrar en conflicto con otros, sin comparaciones odiosas. Y entonces bajará el consumo de fármacos que necesitamos ahora para soportar la presión de esta sociedad invivible.

        En denunciar el estrés y la depresión y buscar un remedio deberían haber estado de acuerdo el diputado que lo denunció y el que le insultó con ese ¡Vete al médico!. Pero aparentemente entre los diputados conservadores (ya lo he dicho, el de Vete al médico era del PP) todos tienen el cerebro muy bien amueblado y sano, sanote, y no necesitan ni diagnóstico, ni ayuda. 

        Ya había sepulcros blanqueados en tiempos de Jesucristo. No íbamos a ser menos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una vida larga y feliz

Dios está con nosotros

El que tiene un pueblo tiene un tesoro

El 8 de marzo y Cervantes

Es la brecha digital, ¿estúpida?

Qué asco, otra vez jamón!

A dónde va Europa

Lo que nos define

Cuando somos malas, somos malísimas

Algo más que flores