Cortarse el pelo

            Hago este espich en honor de mis dos peluqueras, que se atreven a peinarme y cortarme el pelo como les digo, cuando casi siempre me han tomado por loca en otras pelus. Y les queda muy bien. Fantásticas! Y ahora va el espich   

            No sé si mucha gente se habrá dado cuenta, pero con los pelos del personal se ha hecho de todo. Tomemos el ejemplo de la Biblia: Sansón, seducido por Dalila, pierde su fuerza al perder su pelo (por confiar en una mujer impía (im-pía, no-piadosa, qué bonito para decir no-judía). Pero más tarde, al arrepentirse, consigue derribar el tempo de Gaza donde le habían llevado, librando al pueblo de Israel de sus enemigos filisteos. Y Absalón, hijo de David, cuando se rebela contra su padre, pierde una batalla y al huir al galope su pelo se le enreda en una encina, permitiendo que le alcancen sus enemigos. Dos historias de pelos que ponen los nuestros de punta; al menos, los míos. Es algo sospechoso que Sansón y Absalón mueran ambos dos, pero no quita para que los pelos largos sean símbolos de fuerza en Sansón, de poder en el heredero del rey (porque no sería muy útil a un pastor, por ejemplo, tener el pelo largo, visto lo fácilmente que se enreda a poca maleza que haya)

        Sobre este tema de los pelos largos mi primo Santi -y sin querer comparar ni por asomo a los pobres perros, que no tienen culpa de nada, con los humanos- me contaba, cuando le regaló a mi hija un cachorrito de perro de caza, que a la mayoría de estos perros les cortaban el rabo para que los pelos no se enredaran con la maleza cuando levantaban piezas. Aplicando esto a las modas masculinas, los pelos largos tienen tal plus de incomodidad, cuidados y tiempo, que me parece muy razonable hacer la regla de tres pelos largos-riqueza, poder, prestigio, y pelos cortos-pobreza, imperio de lo práctico. 

        Así que parece que, en los hombres, los pelos largos son símbolo de poder y fuerza. En las mujeres, sin embargo, es al contrario: Cuando en los años 20 del siglo pasado se puso de moda el corte de pelo bob, fue un símbolo de modernidad y de fuerza. Todavía recuerdo que en la saga de Sissi que se leía en mi infancia -ya no tan infantil pero todavía no adolescencia-, me los tragué todos toditos: Sissi, Otra vez Sissi, Sissi emperatriz, Sissi reina de Hungría, Sissi en el Tirol, Sissi y el Danubio Azul...; bueno, pues en una de esas novelitas para chicas se contaba que, para tener una preciosa y brillante melena había que darle cien pasadas con el cepillo cada noche. Cien pasadas! Me lo imaginaba, delante de un espejo como el que tenía mi madre en su gabinete, sentada delante de la coqueta, y me parecía la mejor manera de conseguir que tu brazo se tire al suelo y salga corriendo en cuanto vea un peine. 

        Para que nadie se llame a engaño con el gabinete, éramos más pobres que ricos y vivíamos en Lavapiés en un piso pequeño, pero mamá tenía un gabinete y papá tenía su buró para hacer las cuentas en una esquina del cuarto de estar (el comedor era sólo para las visitas). Preciosas palabras, gabinete, coqueta y buró, que ya no recuperaré: Ahora el gabinete no existe, la coqueta se llama cómoda y los burós son preciosos adornos de algunas casas, porque a efectos útiles se han sustituido por mesas de ordenador. Pero aquellas palabras eran tan francesas, que ellas solas ya ponían un granito de fantasía y cuando te asomabas al balcón y veías los días claros, allá al fondo, los dos Carabancheles y luego el campo, podías llenar aquel campo vacío con cualquier aventura.

        Aunque de lo que yo iba a hablar es de que me voy a rapar. Sí, rapar. Y me he dado cuenta de que para mí, igual que en estas mini historias con las que me he dispersado como he querido, el pelo es mi precursor del cambio, ese cambio consciente que se suele llamar rebeldía, y que sienta tan bien!  

        Mientras fui adolescente, me gustaba cortarme el pelo en la peluquería de caballeros (así rezaba en la puerta) donde se lo cortaba también mi padre. Hacían una excepción conmigo, supongo que en parte porque mi padre era un buen cliente (tenía la barba tan cerrada que se tenía que afeitar todos los días a navaja; si se afeitaba con maquinilla, tenía que afeitarse mañana y tarde), y en parte por mi empeño en cortármelo a lo chico; me parecían tan injustas las diferencias entre los chicos y las chicas que se hacían en mi familia y mi barrio, que hacía todo lo posible porque me confundieran. No es que lo consiguiera, porque en seguida tuve un físico evidente, pero lo intentaba. Después, ya no sé en qué momento empecé a ser coqueta, y me dediqué a la cabellera como objeto fundamental del cambio:  Insistí con alisados y teñidos hasta lograr una preciosa melena rubia que me corté al rape (de nuevo) cuando conseguí romper con mi primer novio formal, formalísimo, tan formal que aquello era un aburrimiento monumental. Resultado: Rapado al canto. 

           Y no digo que haya sido una pauta, porque todo ha sido inconsciente; pero sí que, en mi caso, el raparme era quitarme de encima una preocupación por mi aspecto, por la opinión de los demás (el famoso qué dirán), un respiro que me daba aire, energía, cuando me agobiaba; y confundiendo ocupaciones con preocupaciones, el volver a tener para mí el tiempo que había dedicado a aquel pelo rebelde y batallador con el que tenía que luchar a brazo partido cuando quería uniformar una melena que no era ni melena, ni lisa, ni ná, me quitaba una losa de tiempo perdido y obligaciones desechadas que eran una nueva vida, tal cual y exagerando sólo lo imprescindible.

        Así que quiero hacer un llamamiento a quienes lean este espich: Soltaros el pelo, o cortároslo, o lo que sea que os pille pensando "qué hago yo aquí"; dedicad algún minuto a pensar cuál es vuestro gong, cuándo ha llegado  vuestro tiempo del cambio, como diría Miguel Ríos, y, cuando sintáis la llamada de la tentación, no la dejéis pasar. Re-novarse viene a significar  "volver a ser nuevo", y no está nada mal. Hay que hacerlo de vez en cuando. 

        Atentos a las señales!

       

             







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