La realidad es bella cuando la cuenta la literatura
Hubo una vez un carpintero que hizo una jaula, la más bella del mundo. Todo el pueblo fue a verla cuando la colgó de su puerta, de lo bella que era, y alguno la quiso comprar, pero ya estaba comprometida: Era para el hijo del cacique local. Pero cuando el carpintero la llevó a la casa del hacendado, éste la mandó de vuelta y no la quiso comprar. Nadie había contado con él, y eso no le había gustado.
El carpintero, entonces, herido en su orgullo porque había dicho a todo el pueblo que la jaula estaba vendida, y porque había dado su palabra de hacerla y la otra parte no había cumplido la suya de aceptarla, respondió: "No importa. La hice expresamente para regalársela a Pepe. No pensaba cobrar nada". Entonces saltó el orgullo del poderoso, con un: "Estúpido. Lo último que faltaba es que un cualquiera venga a dar órdenes en mi casa". No podía ser que un pobre del pueblo, en su hacienda, tuviera un pensamiento independiente, menos todavía un gesto de orgullo.
Pero aquí no acaba la historia: El carpintero, de vuelta al pueblo, como ya había dicho que la jaula estaba vendida, no quiso decir que se la habían rechazado; y como todo el pueblo lo esperaba en la cantina para celebrar la venta de la portentosa jaula, invitó a todo el pueblo hasta caer rendido, borracho y exahusto, en la plaza; tan borracho, que le robaron los zapatos, y tan pobre, que tuvo que dejar su reloj en la cantina, en prenda de la deuda.
Un cuento de Gabriel García Márquez en el que, en doce exactas páginas, analiza el orgullo del pobre ante el rico, del rico ante el pobre y del pobre ante el pobre; el orgullo, el honor, según cómo se quiera llamar, Da lo mismo: Es aquello que nos impele a levantar la cabeza y demostrar que nadie nos pisa, o lo que es lo mismo, que somos libres para morirnos de hambre, pero sin agacharla ante el poder de los de arriba. Menos todavía, ante la admiración o la envidia de nuestros iguales.
Mi padre llamaba a esto "No tener amor propio", así que tiene muchos nombres. Pero, se llame como se quiera, he visto muchos ejemplos de lo mismo, literarios o no, como la siguiente historia:
Mi tía Jesusa (mi madrina) tenía una vecina, Conchita, a la que llamaban Conchita por soltera y por muy, muy bajita más que por lo joven, porque de joven ya tenía poco. Y como todo el mundo sabía que yo me comía los libros más que leerlos, me prestó (y sólo me prestó, porque nunca conseguí que me lo regalase) el tomo del Blanco y Negro de ABC del año 1900, donde, entre otras cosas poco interesantes para mí, había un cuento por mes: Doce meses, doce cuentos. Y uno de aquellos cuentos es, casi punto por punto, como el del carpintero Baltazar:
En un pueblo de mar, un pescador se dedica a pasar por las tabernas de "señoritos" y por el casino del lugar vendiendo en una cesta el pescado que ha pescado en el día: gambas o rodaballos, o cigalas, lenguados... lo que toca. Y en una de esas tascas, se da cuenta de que uno de los parroquianos lo está mirando y comentando algo con sus contertulios. En esto, el parroquiano de marras lo llama, y se establece un diálogo entre ellos sobre el precio de la mercancía. El pescador está acostumbrado a que le regateen, pero no cuenta con lo que le propone el señorito: "Te la compro toda". Quiere lucirse. Hay una apuesta, un desafío, un postureo que se diría ahora, en el aire. Y entonces el pescador, herido en su orgullo, le responde: "Usted no me compra nada. Yo se lo regalo". Y deja la cesta en el suelo, y se va.
Así que los pobres sí tienen orgullo. Y ese orgullo arrambla con todo cuando la humillación o la ofensa duelen tanto que te transforman en un desconocido que vale lo mismo que el que ha agraviado, y se pone a su altura, y le desafía y le gana a costa de un hambre y de un sacrificio que el otro ni se imagina, pero que compensa allá en el rinconcito en el que todavía habita la dignidad.
No sé lo que dirían las mujeres de estos hombres, aunque Delibes lo contó muy clarito en Cinco horas con Mario; pero, humildemente, siempre he pensado que una mujer que hubiera estado en la misma situación que estos hombres habría actuado de la misma manera. Porque a mí, cuando me han picado en el orgullo, también me ha salido el aguijón. Otra cosa es que las mujeres hayamos tenido pocas ocasiones de actuar con orgullo, visto que no hemos sido protagonistas de casi nada.
Pero esta es otra historia.
Bien traído lo de la invisibilidad por razón de género…😉
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