Te queremos, Roja

        En dos mil diez, cuando La Roja ganó el Mundial, yo me quedé un ratito más en mi oficina de la Plaza de España para ver el autobús del equipo pasando por la calle Princesa. Pero vi más que eso. Vi la calle, las calles, llenas de gente con las banderas de España arrolladas como capas, y cantando a voz en grito "Yo soy español, español, español". (Y si me permitís un apunte humorístico, la música era de la canción Kalinka, rusa donde las haya. Con lo que yo me había hartado de oír a mis compañeros de trabajo, cuando éramos ilegales, "Pues si eres comunista, vete a Rusia"). Pequeñas venganzas 😊  

        Y me encantó. Porque, hasta aquel momento, la bandera la había monopolizado la derecha, que la llevaba en el reloj, en la pegatina del coche, en el balcón de su casa... Y a mí me ponía negra ver que parecía que los de izquierdas no éramos españoles y no queríamos a nuestros símbolos. Porque de hecho, hay, ha habido y habrá, mucho republicanismo en la izquierda. Pero en aquel momento se acabó: La bandera era de todos, España estaba unida con un deporte estrella en el que habían brillado nuestros chicos. Y, además, aquello había sido fútbol del bueno; lo digo yo, que no me gusta el fútbol, pero que, desgraciadamente, a base de "tragarme" partidos de liga en blanco y negro todos los domingos, a las siete de la tarde, durante años, en aquella televisión de sólo dos canales -y al principio sólo uno-, he acabado entendiendo de fútbol tanto o más que el más moderno aficionado. Como una vez dije a un sobrino: "Desgraciadamente, sé hacer bien muchas cosas que no me gustan". Pues eso.

        Y ahora, ahí tenemos a la Roja de nuevo, pero esta vez en doblete: Porque no sólo ahora, en este campeonato de Europa, estamos hablando de la Roja. Ha sido todo un año, con la otra Roja, la de las chicas, ganadoras de la Copa en el Mundial, candidatas ahora a participar en los Juegos Olímpicos de París y disputando el campeonato de Europa. Y los chicos, esperando la final de la copa de Europa este domingo, y jugando cada partido como si no hubiera un mañana, porque juegan cada uno de los noventa minutos, en una exhibición de juventud y entusiasmo difícilmente igualable. Por no decir de juego. Porque a mí, que no me gusta el fútbol porque me parece un deporte pesado -todo es correr- y que se juega con las extremidades más inhábiles del cuerpo -los pies, que no tienen dedo opuesto-, este equipo me ha conquistado. Y es que no corren, vuelan; y no regatean, bailan. Y la verdad es que los dos últimos partidos, -los dos que he visto, no hay que pasarse- contra Alemania y Francia, han sido dos partidos ejemplares de buen fútbol por parte de ambos dos equipos en cada caso: Sin retener el balón, sin juego sucio (alguna cosilla, pero una golondrina no hace verano), sin bloqueos; sin dejar de atacar, jugar, buscar el área contraria, cuando uno de los dos llevaba ventaja en el marcador. Y no sé si el otro equipo copiaba la estrategia de España, pero España, desde luego, tenía la estrategia de los jovencitos (la mayoría) que componen su plantilla: Quieren jugar al fútbol; no ganar, aunque ganar está muy bien, sino jugar, correr, dar todo lo que tienen, divertirse, hacer lo que más les gusta, y hacerlo bien. Como debe ser un deporte.

        Y a más a más -porque cuando la gente es excepcional no se conforma con cualquier cosa-, este año los y las futbolistas de nuestra doble selección nos han obligado a pensar: Las chicas, en la igualdad de derechos, de oportunidades, de realidades objetivas, con sus reivindicaciones profesionales (feminismo es igualdad, pero como ya hablo de feminismo en otras ocasiones, ahí lo dejo); en la solidaridad entre compañeros, cuando hicieron piña con Jenni Hermoso; en la justicia, cuando dejaron muy clarito, pero que muy clarito, que sólo quieren vivir dignamente de lo que aman y mejor saben hacer -jugar al fútbol-, pero que no se conforman con menos.

        ¿Y los chicos? Pues no hay más que ver a Jamal con sus diez deditos recordando a su afición el barrio en el que ha vivido; o a Jamal y Williams bailando en el campo cada vez que marcan un gol; o a los chicos, todos, funcionando como uno solo, abrazándose después de las buenas jugadas, sin las "estrellas" ni "galaxias" a las que nos tienen acostumbrados otros. Así que sí, los chicos también son campeones en antirracismo, en no olvidad sus orígenes, en compañerismo y unidad de las buenas.

        Y terminando, que es gerundio, aunque las chicas no consigan clasificarse para las Olimpiadas, o los chicos se queden en la semi, para mí van a seguir siendo héroes y heroínas. Igual es porque, como ya he dicho, no me gusta el fútbol, pero por el fútbol y por otros muchos motivos, acabo esta página como la he empezado:

        Te queremos, Roja





Comentarios

  1. ¡Me asombra tu afición al fútbol cuñada, pero más aún que ya estuvieras disfrutándolo en 1.910!
    Jajaja

    ResponderEliminar
  2. Y por decir algo importante, siempre he pensado que las sorpresas son la sal de la vida, así que encantada de sorprenderte

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Una vida larga y feliz

Dios está con nosotros

El que tiene un pueblo tiene un tesoro

El 8 de marzo y Cervantes

Es la brecha digital, ¿estúpida?

Qué asco, otra vez jamón!

A dónde va Europa

Lo que nos define

Cuando somos malas, somos malísimas

Algo más que flores