Aventuras y desventuras de una viuda novel
Dicen que cuando estás "de bajona", además, es cuando te pones enferma y, además, es cuando te caes a lo tonto por las escaleras del metro. Y es verdad. Porque cuando tienes estrés, o estás debilucha, es cuando todos los bichos que pululan por tierra y aire te atacan; en realidad, siempre te atacan, pero entonces pueden contigo. Y cuando tienes estrés, o estás debilucha, también te caes por las escaleras del metro, o te tuerces el tobillo con un bordillo (¡ripio, ripio!), sencillamente porque estás más distraída de lo normal. O tienes menos reflejos. O las dos cosas.
El caso es que yo este finde, después de la indigestión del tanatorio, el responso y el papeleo por la muerte de Salva, he sido la prueba viviente de que todo eso es cierto. Porque se va mi hija a respirar un poco con las amigas, de cena tranquila, yo me siento en el ordenador a hacer el mono (léase jugar al solitario mahjong, que tiene doce niveles y dura un ratillo largo), y casi inmediatamente me da un horrible dolor en el pecho. Sin avisar y sin anestesia. Empiezo a sudar muchísimo, miro en internet los síntomas del infarto en mujeres de 70 años, porque me suena mucho a infarto, y hete aquí que los tres primeros síntomas son los dos ya referidos. El tercero son mareos. Me levanto a buscar el móvil, y al ponerme de pie me voy para los lados; vamos, mareada. Así que, acojonada ya, encuentro el móvil, y pienso si llamar primero a mi hija, que está más lejos, o al camarada/amigo/cuasihermano de Salvador, Fernando, que vive al lado. No lo pienso mucho, porque Fernando está más cerca y, sábado noche como es, seguro que está con la novia. Y qué tiene su novia, me diréis? Pues que, para mi suerte, ¡es médica! Así que llamo a Fernando, y se desarrolla la siguiente conversación: - Hola, Isa - Hola. Estás con Silvia? - Sí, por? - Pásamela
Sutil, ¡no? Pues me pasa a la susodicha, le cuento mis síntomas, y me dice que llame inmediatamente al 112, que ellos salen ya para acá. Un grado más de acojone. Llamo al 112, le cuento a la médica otra vez mis síntomas, y me dice que no me mueva, que me manda ya a la uvi móvil ¡No, por Dios!¡Otra uvi móvil en menos de un mes! Y seguro que también del hospital de Villalba. Entretanto, y para que nadie dude de mi gafe, mi hija tiene el teléfono en mute porque se le había olvidado cambiarlo desde no sé cuándo y no contesta a mis llamadas ni las de Fernando.
Llega la pareja (no la de la Guardia Civil, aunque con este nivel de mala suerte también se podía haber cruzado), llega la uvi, vuelvo a contar lo mismo con pelos y señales -esta vez había mirado hora de comienzo del dolor, hora de fin del dolor, hora en la que me había tomado la temperatura por última vez, hora en la que... Una máquina, vamos-. Afortunadamente, me vieron tan competente y tan apoyada por los que supusieron familia, que no me llamaron indefensa abuelita. Les hubiera partido la cara, con dolor y todo, si lo hubieran hecho.
Así que llego a urgencias, me tienen toda la noche acribillándome a paseos por los pasillos para llevarme a radiología, rotura de venas finas (soy la princesa del guisante) para cogerme vías, electros y tomas de tensión imprevistos para no dejarme dormir (son especialistas en torturas sofisticadas) y, a las ocho de la mañana, me dicen, ¡por fin! que lo que tengo es covid. Y por fin también, me mandan a casita con una preciosa alta. De paso, como me han hecho tantas analíticas, me he enterado de cómo tengo el azúcar -perfecta-, el hígado -perfecto, puedo seguir bebiendo mis cervecitas-, el colesterol -ya lo sabía, altito pero no jirafa-, la tensión -trece/ocho, perfecta-... Ya me han hecho el chequeo de este año.
Por qué lo he contado? Pues, realmente, aparte de por ser un poco protagonista (lo de poco se queda muuuy corto, aunque espero ser también interesante), para dejar constancia de algo que muchas veces se nos olvida: Que por mucho que creamos en algunos momentos que ya no nos puede pasar nada más, sí que pasa. Siempre he oído la frase en mi familia "dinero llama a dinero". Pero por mi experiencia, también se podría decir "las malas rachas son rachas, y a veces muuuuy largas", igual que "la buena suerte atrae más buena suerte". Así que hay que seguir preparándose para lo que venga, porque lo que venga nos va a llegar.
Por tanto, última frase, con la que espero resumir bien todo lo anterior: Como decían en las novelas de espadachines y mosqueteros: ¡En guardia!
Me ha encantado el relato, por un momento me he preocupado . Ufff, menos mal que era Covid. Besitos prima.
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