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Mostrando entradas de julio, 2025

El país de las casas vacías

            Cuando era una asidua del Ateneo de Madrid y estaba metida en todos los charcos (mienbro de la Junta de Gobierno, de la Sección de Literatura, de la Comisión de Actividades Culturales, de...), como acostumbro, porque soy exagerada para todo, una vez invitamos a Mario Benedetti a dar una conferencia. Y como solíamos hacer los chicos y chicas de la Sección de Literatura, después de la conferencia nos lo llevamos al bar, para hablar con él, ya relajados, de todo lo divino y lo humano y escuchar lo que nos quisiera contar, que los famosos que llevábamos, mayormente literatos de los muuuuuy buenos, eran muy generosos y nos contaban muchas cosas, amén de interesarse por nuestras vidas y proyectos, como suele hacer, según mi experiencia, la gente generosa que ya no tiene nada que demostrar, porque le sobra excelencia -y curiosidad e interés por sus semejantes y por la vida en general-.           Total, que ya me he id...

Esas rendijas por las que se cuelan los recuerdos

            Estaba yo esta mañana en una de mis terrazas del pueblo, ésas a las que voy todos los días con mi novela para salir de casa, airearme y leer un rato -corto- viendo pasar gente y comentando con los camareros, vecinos de mesa o cualquiera que pase por allí y pegue la hebra, cuando llegaron tres críos algo talluditos ya -unos quince años- con un perro muerto de sed, y le pidieron un cuenquito de agua a la dueña del autodefinido gastrobar, que es como llaman los pijos a los bares de toda la vida pero mucho más caros (y más monos, todo hay que decirlo) . Así que la dueña le sacó un bol de agua al pobre perro y a mí, sin anestesia, se me vino a la cabeza la anécdota que me había contado la madre de Salva allá por los años noventa, cuando tuvimos que vivir en su casa unos meses porque la nuestra estaba en obras -es decir, inhabitable-. Y es que Salva, con las ideas sin filtros que se forman los niños sobre el mundo y las cosas (sin las convencione...