El país de las casas vacías
Cuando era una asidua del Ateneo de Madrid y estaba metida en todos los charcos (mienbro de la Junta de Gobierno, de la Sección de Literatura, de la Comisión de Actividades Culturales, de...), como acostumbro, porque soy exagerada para todo, una vez invitamos a Mario Benedetti a dar una conferencia. Y como solíamos hacer los chicos y chicas de la Sección de Literatura, después de la conferencia nos lo llevamos al bar, para hablar con él, ya relajados, de todo lo divino y lo humano y escuchar lo que nos quisiera contar, que los famosos que llevábamos, mayormente literatos de los muuuuuy buenos, eran muy generosos y nos contaban muchas cosas, amén de interesarse por nuestras vidas y proyectos, como suele hacer, según mi experiencia, la gente generosa que ya no tiene nada que demostrar, porque le sobra excelencia -y curiosidad e interés por sus semejantes y por la vida en general-.
Total, que ya me he ido por la ramas: En aquella ocasión Benedetti, entre otras muchas cosas, nos contó cómo cargó durante más de un año todo el día todos los días con una libretita para apuntar en ella las frases y expresiones que le llamaban la atención de los niños y niñas de 10-12 años, porque tenía una prota de su novela "Primavera con una esquina rota" en la que había una niña de esa edad y tenía que reproducir fielmente su lenguaje si quería escribir una buena novela. Y no era el personaje principal, aunque sí era importante.
Y esto no pasa en El país de las casas vacías. Porque, aunque hay poco diálogo -afortunadamente para el lector-, éste no reproduce en absoluto el habla ni el pensamiento de los protagonistas, que, hasta donde he leído, son gente del campo. No hay más que ver el diálogo sobre los toros al principio de la novela, en el que el autor "empotra" con calzador lo siguiente: Lo más peligroso de una guerra muchas veces no es la lucha armada contra el enemigo político, sino el ajuste de cuentas con los que te rodean. Aclararé que el que dice esto es un campesino de un pueblo de Jaén, que ni está adoctrinado políticamente en la novela (no se le presenta como anarquista, ni de UGT, ni como agitador de ningún tipo). Os parece una manera de hablar creíble en un campesino de Jaén en el año 36?
También, y yéndome por las ramas otra vez, oí en una entrevista a Don Antonio Buero Vallejo, al preguntarle su opinión sobre una revista de cotilleo -creo que era el Diez Minutos-, decir lo único educado -y generoso- que se le ocurrió sin faltar a la verdad, y fue algo así como "Bueno, estas revistas tienen un gran valor sociológico...". Así que, cuando he leído en la "faja" del libro el comentario de Sabina "Macondo es la Jándula de Uclés", no he entendido nada. Porque un gran poeta como él no puede dejar de ver que la prosa es pedestre, que no está conseguida la inmersión necesaria para olvidarte de dónde estás mientras lees, que hay un grupo de historias pero están apiladas, inconexas, que no consiguen armar un argumento pero tampoco hacen una novela coral y, en fin, que falta oficio, y, si me apuran, que la imaginación está prestada, pero mal prestada. Porque en Macondo lo real maravilloso funciona, primero, por la maestría del narrador, y segundo, porque en una selva, que siempre es un paisaje exótico y desconocido, lo fantástico se hace real. Y en el caso de Uclés las dos cosas fallan estrepitosamente.
Entonces, Macondo funciona. Pero ¿Jándula? ¿En un pueblo de Jaén puedes construirte un paisaje en en el que llueva 28 días seguidos, 672 horas? ¿De verdad? Y que haya una mujer cuya piel es impermeable? ¿Y para qué la necesita en Jaén, con lo poco que llueve? ¿Para qué tener una cualidad maravillosa a la que no te toca sacarle partido? Claro, para dar verosimilitud lo combina con tradiciones seculares que -ésas sí- las sabe tratar muy bien, como la costumbre de someter a los recién nacidos malogrados a un ritual de enterramiento ancestral. Pero con esto no consigue -en mi opinión- crear la atmósfera necesaria para construir el mundo especial que quiere para su novela.
Y lo peor es que podría haberlo conseguido. Porque en Jaén, creo que en cualquier parte de España, hubiera funcionado muy bien lo real maravilloso si hubiera venido de la mano de Juan Rulfo, por ejemplo: Pedro Páramo hubiera sido un ejemplo perfecto a imitar en un pueblo de Jaén en el año 36, en vísperas de la guerra civil. Y prueba de ello, de que la selva en España es menos verosímil que el paisaje que nos propone Juan Rulfo, es -y es sólo un ejemplo, no se agota la lista- la novela de Irene Solá Canto yo y la montaña baila, en la que nos propone un paisaje y paisanaje también fantásticos, pero una fantasía que sí cuadra con nuestra idisincrasia y nuestras experiencias vitales.
Así que novela sin calidad literaria en su prosa, sin una buena construcción del mundo onírico que intenta pero no consigue, y, eso sí, algunos capítulos muy interesantes de crónica política y social sobre lo que estaba ocuriendo en España en general, pero que se quedan en crónicas cuasi periodísticas, éstas sí bien escritas. Tampoco entiendo cómo el autor puede ser tan crítico, cáustico y buen escritor, afilado y preciso, en estos capítulos generales, y tan flojo en la trama general. Más que flojo, creo que descuidado: Le importa más contar lo que cuenta que cómo lo cuenta. Pero eso no es literatura. Y estoy segura de lo que digo no por soberbia intelectual, sino porque hace años que no dejo una novela sin terminar. Y ésta lo ha conseguido.
En fin. No sabéis lo que me ha costado hablar de este desencanto, pero la novela tiene ya tanta fama, ha salido en tantos medios y la ha comentado tanta gente que me ha salido el Pepito Grillo que siempre va conmigo. Primera y última vez que m permito una crítica negativa, espero.
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