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Mostrando entradas de enero, 2022

Es la brecha digital, ¿estúpida?

            Voy a empezar el comentario de hoy haciendo mi ficha técnica: No soy vieja, aunque sí jubilada. He trabajado en cuatro grandes empresas en mi vida laboral, y, para lo que nos ocupa, tengo que decir que, en mis últimos años de trabajo (y últimos quiere decir desde 1990, la mitad de mi vida laboral), he tenido que convivir con los llamados antes ordenadores, últimamente tablet, portátil, ipad, de sobremesa...           También he de decir que, durante estos casi veinte años, he tenido que aprender y manejar, si no se me olvida nada, seis bases de datos diferentes, dos programas de contabilidad y gestión de pagos, dos programas raritos de gestión, uno de contratación pública, otro de gestión de personal... y me han parecido juegos divertidos (lo divertido era hacer trampas, claro)          Pero nada me había preparado para la agresión de los bancos a mi autoestima con esto de lo digital. P...

Cinco nuevos presidentes, cinco

          Cuando comenzó el año y en las noticias de televisión, como suelen hacen, repasaron el año que terminaba, me sorprendió que durante 2021 hubiera habido cinco elecciones presidenciales en Latinoamérica, y, por tanto, cinco nuevos presidentes de sus respectivas repúblicas. Y pensé, algo -sólo algo, porque es demasiado complicado para entenderlo-, en aquellos países, de los que sólo sé, o casi sólo sé, lo que cuentan las novelas. Pero las novelas dan para mucho.           Tenemos, por ejemplo, Perú. Perú tiene a su maravilloso Nóbel, aunque yo no comparto sus ideas, que sin embargo dijo, cuando decidió participar activamente en política, algo muy cierto, un reproche muy justificado hacia las democracias occidentales, muy paternalistas y pagadas de su superioridad: Que los latinoamericanos tienen el mismo derecho que los europeos a tener democracias formales, porque es considerarlos inferiores defender que en Latinoaméric...

Obsolescencia programada

            Leí una vez en una novela cuyo título no recuerdo la historia de un relojero que murió de hambre por ser un excepcional maestro. Era tan bueno reparando los relojes que le llevaban a su taller, que nunca volvían a estropearse, así que sus clientes sólo iban una vez, y no volvían nunca. Sus compañeros de profesión le dieron buenos consejos: Debía arreglar los relojes de tal manera que, dejando un mínimo fallo, sus propietarios se quedaran tan contentos del arreglo que fueran fieles clientes, pero el fallo debía irse agravando hasta que el reloj tuviera que terminar en el taller para ser reparado de nuevo. El pobre hombre era tan honrado y tenía tal sentido del trabajo bien hecho que no hizo caso, y se arruinó.          Lo que le aconsejaban sus colegas al relojero era la obsolescencia programada.         Estoy muy harta de la obsolescencia programada. Hace años que clamo en el desierto sobre ...