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Mostrando entradas de diciembre, 2024

Mi cuñada Marta

          Hace algunos días mi cuñada Marta, en un intento heroico por sacarme de casa (reconozco que es casi imposible sacarme de casa últimamente) consiguió interesarme con un curso de flores. Aunque no exactamente de flores, sino de confeccionar centros de mesa que duren pero que no sean de plástico o de tela, sino de flores naturales tratadas para que se conserven.            Total, que voy al curso, toda contenta, con una idea preconcebida: el centro se podrá en algún lugar del salón que, como está pintado de gris, tendrá que ser verde y naranja, dos colores que van bien con el gris pero, a la vez, no hacen daño a la vista. Sólo dan un toque de color -por el naranja- pero algo sobrio, que no destaque demasiado.           Y vamos al curso. Y yo toda contenta, con mis verdes y mis naranjas, mientras el resto de alumnas se vuelven un poco locas metiendo en sus jarrones todo tipo de ramas, ho...

Un zas en toda la boca

            En mi entrada Pintar la valla, o Esas fake news arremetía contra la psicosis con todas las estadísticas en contra de que todo el mundo podía tener un okupa en su casa. Y parece que mi buena fe me ha castigado, porque he tenido -desde el 23 de diciembre hasta ayer- unos inquiokupas (ya tienen figura legal, se llaman así) en mi casa. Pero eso es como lo que le dije a mi amiga Cristina estas navidades, cuando se le olvidó traerme décimos de lotería de su sindicato CSIF y tocaron mil quinientos euros al décimo: Tendríais que hacer una colecta para darme una comisión, porque estoy segura de que si me hubieras traído los décimos no habría tocado ni la pedrea.          Pues lo mismo con todo. Me toca ser gafe.  Y estoy acostumbrada. Acostumbrada a empezar todo mucho antes porque siempre me pasa algo inesperado que retrasa, anula, retuerce. Aunque, si ya cuentas con ello, lo resuelves sin más problema; eso sí, hay que...

Y qué quería contar yo?

            Estamos teniendo una movida energética casi del calibre de la que tuvimos con Filomena, a saber, quedarnos sin gasóleo en medio de una ola de frío, y me ha venido a la cabeza la historia de Cortázar del pie, que no voy a contar aquí, pero que se basa en la confusión lingüística: El final del relato es: No confundir el pie con el pie.  Igualito que la famosa, famosísima, historia de Tip y Coll con el vaso de agua, que tampoco quiero contar, pero que se basa en la misma confusión de las palabras que funden a nuestro cerebro si no estamos al loro.          El caso es que mi agobio con el gasóleo me llevó a acordarme de esta historia, y, como lo pensaba contar aquí, tengo que explicarlo: ¿Qué tienen en común Cortázar, Tip y Coll y mi gasóleo? Pues el lenguaje. Porque las palabras son fundamentales.           Y esto es lo que escribí hace unos días en un bloc, para no olvidarme de una h...

Pensando sobre la buena gente

            Me estoy resistiendo a dejar en el papel mis impresiones sobre dos realidades de la misma realidad, reflejadas en dos novelas magistrales que tienen al menos veinte años de espacio entre la publicación de una y otra y un abismo entre las dos. Y, sin embargo, las dos realidades son la misma: El deterioro de la vejez. Y ya sé que he dicho muchas veces la palabra "realidad" y eso no es muy literario, pero es que realmente la misma situación puede convertirse en una infinidad de realidades dependiendo de los momentos, los apoyos, la solvencia -económica, intelectual- y tantas otras otras cosas. Así que he querido dar protagonismo a la palabreja para, ya desde el principio, hacer referencia a lo importante que es lo relativo, todo lo de alrededor, las condiciones, ante un hecho -cualquier hecho- que nos atropelle, ante el que nunca estaremos preparados pero que puede estar amortiguado por esas realidades relativas, o recrudecido y multiplicado p...