Un zas en toda la boca
En mi entrada Pintar la valla, o Esas fake news arremetía contra la psicosis con todas las estadísticas en contra de que todo el mundo podía tener un okupa en su casa. Y parece que mi buena fe me ha castigado, porque he tenido -desde el 23 de diciembre hasta ayer- unos inquiokupas (ya tienen figura legal, se llaman así) en mi casa. Pero eso es como lo que le dije a mi amiga Cristina estas navidades, cuando se le olvidó traerme décimos de lotería de su sindicato CSIF y tocaron mil quinientos euros al décimo: Tendríais que hacer una colecta para darme una comisión, porque estoy segura de que si me hubieras traído los décimos no habría tocado ni la pedrea.
Pues lo mismo con todo. Me toca ser gafe. Y estoy acostumbrada. Acostumbrada a empezar todo mucho antes porque siempre me pasa algo inesperado que retrasa, anula, retuerce. Aunque, si ya cuentas con ello, lo resuelves sin más problema; eso sí, hay que dedicarle más tiempo, atención y esfuerzo. Pero esta vez reconozco que no lo vi venir. No estaba preparada, con la muerte de Salva y todo eso. A pesar de mis quince años en Servicios Sociales de la Comunidad de Madrid y tres en el IVIMA, no vi venir a una señora que se trajo consigo y con su hijo, cuando vinieron a vivir a mi casa básicamente para hacerme compañía -ése era el meollo del contrato-, con unas condiciones de lujo en temas de dinero y de uso de una preciosa casa a la que estaban totalmente desacostumbrados -como decían en una peli de Peter Sellers-.
Pues se trajeron con ellos, para retomar el hilo, una serie de duendes -o de magos, vaya usted a saber- que hacían desaparecer billetes de la cartera y cadenas de oro con sus respectivas medallas de las repisas del salón. Lo malo es que aquellos duendes no habían hecho mi perfil psicológico antes de hacer su magia, porque no sabían que el dinero me importa poco, pero un recuerdo de Salva (la medalla y la cadena eran de Salva) cuando se acababa de morir era demasiado para una chica que, a pesar de su barniz del SEK, se sabía todas la mañas de Lavapiés y tenía un genio de mil demonios, aunque había dedicado gran parte de su vida y sus esfuerzos a controlarlo.
Ya no están. Se han ido con dinero por delante, claro, pero nunca un dinero ha estado tan bien gastado. Y ahora les olvidaré. Porque también creo desde hace mucho tiempo que las buenas personas en general somos más felices que la media; así que, cuando mi genio me deja, practico la máxima que aprendí en la facultad de Políticas y que parece que los políticos de ahora han olvidado: "Siempre es mejor un mal acuerdo que ningún acuerdo". Pero si algún día (ahora ni acordarme, pero la vida es larga) se cruza en mi camino una oportunidad, como quien no quiere la cosa, para contar lo que pasó en mi casa en las navidades de 2024, la aprovecharé, y no será bueno para ellos. Porque las personas cambiamos poco y vamos dejando miguitas en nuestro camino, como Garbancito, y esas miguitas a la larga nos delatarán.
Largo me lo fiáis, como se dice en Don Juan Tenorio, pero ya llegará. Y aquí estaremos cuando llegue.
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