Y qué quería contar yo?
Estamos teniendo una movida energética casi del calibre de la que tuvimos con Filomena, a saber, quedarnos sin gasóleo en medio de una ola de frío, y me ha venido a la cabeza la historia de Cortázar del pie, que no voy a contar aquí, pero que se basa en la confusión lingüística: El final del relato es: No confundir el pie con el pie. Igualito que la famosa, famosísima, historia de Tip y Coll con el vaso de agua, que tampoco quiero contar, pero que se basa en la misma confusión de las palabras que funden a nuestro cerebro si no estamos al loro.
El caso es que mi agobio con el gasóleo me llevó a acordarme de esta historia, y, como lo pensaba contar aquí, tengo que explicarlo: ¿Qué tienen en común Cortázar, Tip y Coll y mi gasóleo? Pues el lenguaje. Porque las palabras son fundamentales.
Y esto es lo que escribí hace unos días en un bloc, para no olvidarme de una historia que creía yo interesante, porque a menudo, si no me apunto al menos un esbozo, las ideas se me van tan deprisa como me vienen. Así que últimamente, como estoy ocupadísima con otros temas -que ya contaré- me he dedicado a escribir comienzos o finales de lo que quiero contar, para que no se me olvide. Pero deben ser muy crípticos los parrafitos, porque puedo jurar que ahora, después de copiar el que tocaba, no me acuerdo de nada de lo que pensaba escribir. Lo leo y lo releo, y no sé qué diablos quería contar yo.
Así que, antes de mandarlo a la papelera he decidido darle una vuelta, y le he encontrado un final tan interesante -espero- como el que he olvidado. Y es hablar de dos preciosas novelas (lo de preciosas refiriéndome a novelas ya sé que lo empleo mucho, pero es que a mí las novelas me emocionan o no; me pueden emocionar por la trama, por el estilo, por muchas cosas, pero siempre me provocan adjetivos con sentimiento como preciosa; no son maravillosas, ni sorprendentes, ni increíbles, sino preciosas, porque la belleza me toca el corazón, y el resto de cualidades ya no tanto.
Y de qué tratan esas dos novelas? Pues de esto mismo: De comenzar una historia y dejarla a la mitad para que la termine el lector. Recuerdo, incluso, que hace años ya hubo un intento en la televisión de preguntar al público cómo debía terminar cada episodio de una telenovela, pero no debió tener mucho éxito, porque los televidentes somos fundamentalmente vagos (la llaman la caja tonta, hay que recordarlo de vez en cuando, y supongo que es porque no queremos hacer el menor esfuerzo mental cuando le damos al mando).
Pero sigo con las novelas, no sea que se me vaya el hilo otra vez, porque vale la pena echarles una ojeada: La primera, bastante antigua (yo era joven) es Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino. La segunda, algo más reciente, aunque no mucho, es el Diario de 360º de Luis Goytisolo. No he vuelto a encontrar dos reflexiones sobre la literatura, el autor, el lector, la creación y la invención, con las que esté más de acuerdo ni que haya sentido tan intrigantes y creativas mientras las estaba leyendo. Y pocas veces he sentido tan intensa la comezón de saber cómo siguen las historias como con estas historias que, precisamente, te dejaban con la miel en los labios. Y hay que ser unos maestros para intrigar en unas cuantas páginas, porque lo realmente difícil de cualquier libro, sea ficción o no, es comenzarlo y terminarlo bien. Lo del medio es relleno, o dicho en fino, irrelevante.
Y si recuerdo lo que iba a contar, prometo apuntarlo mejor para contarlo de principio a fin. Porque yo también me he quedado con la intriga.
😂😂😂😂😂 pero aprovechando que el Pisuerga por Valladolid…. Tan oportunas las reseñas…
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