Buenos días, mundo.
Buenos días, mundo. Ayer fue un buen día, así que esta mañana me he levantado y de decidido sacudirme la pereza y contar algo.
Algo.
El día no empezó bien. Me faltaban cinco páginas para terminar Patria, y no lo pude retrasar más. Con los buenos libros me ocurre como a los niños cuando van al parque: Salen de casa disparados, pero vuelven arrastrando los pies. Cuando empecé Patria me zampé las 500 primeras páginas en una semana; las siguientes ochenta, en otra semana, y las últimas 20 ya sólo las pude alargar una semana más. Y digo zampé a conciencia, porque "tragarse", "comerse" los libros en este caso me parecían metáforas algo "flojas" para esta novela: es impresionante; impresionante en sí misma, como retrato perfecto de una sociedad en conflicto, pero también impresionante por lo exacta para los que hemos vivido esa época; refleja tan bien lo que pasó, y cómo lo sentía cada parte -los españoles y los abertzales-, que después de esto ya está todo dicho. Las frases de Miren son lapidarias, sobre todo cuando dice eso de "Primero nos oprime el Estado, y ahora nos oprimen las víctimas", o "Hernández Carrizo y no habla euskera. Si eso es ser vasco..."
Desde los años setenta, en que muchos creíamos ingenuamente que ETA era un movimiento de liberación, con la leyenda del pastorcito que sólo sabe hablar euskera y le da el alto la Guardia Civil en el monte y se asusta porque no entiende castellano, y huye, y la Guardia Civil le dispara (si huye, algo habrá hecho) y lo mata, y eso pasa en Euskadi !a diario! o casi, fíjate qué horror, hasta la muerte de Miguel Angel Blanco, o de Francisco Tomás y Valiente, o de Ernest LLuc (vasco, castellano, catalán, todos somos opresores), hemos recorrido un largo camino que, por fin, va quedando atrás. (Por cierto, nunca supimos cuántos pastorcitos que sólo sabían hablar euskera había en Euskal Herría, vista la cantidad de ellos que había masacrado la Guardia Civil).
Así que, como había terminado una preciosa novela que no quería que terminase, me fui al cine con mi hija, a ver a Tarantino, que no me gusta. Y no fui por masoquismo; es que, con Tarantino y con Coppola, que tampoco me gusta, siempre pienso que son tan buenos que, a lo mejor, la película que no vea es su obra maestra y me la voy a perder. Así que vimos Erase una vez en Hollywood, y a mí me gustó y a mi hija, no, como suele pasar. No la voy a destripar, así que sólo diré que, claro, cuando se oía una canción de Mamas & Papas cantada por José Feliciano, o el Bring a little loving de Los Bravos, a mi hija Leo no le decían nada, pero a mí, sí; no se puede decir que sea nostalgia, porque en 1969, año en que está ambientada la película, yo sólo tenía 14 años, demasiado joven (tengo nostalgia de los 17, de los 20, pero no de los 14); pero sí que me sentí entre melancólica y alegre, como deben ser los revival.
Cuando llegamos a casa, a punto estuve de buscar en mi colección de vinilos el single de Bring a little loving y enseñárselo a mi hija, "mira lo que tengo aquí", pero luego me imaginé su respuesta "Felicidades, mamá, tienes un disco de tu época" y lo dejé correr. Cogí el móvil, busqué en youtube la canción y se la hice oír entera. Mucho mejor. Con eso me conformé: hay un tema de un grupo español de los 60 que está en la banda sonora de una peli de Tarantino. Y con esa canción bailé yo a los trece años. Bailé con Bravos, Pekenikes, Brincos. Y Adamo y Serrat. ¿Lo último que he bailado? Si me acuerdo del nombre... Bachata rosa. Hace algunos lustros, lo sé. He bailado después, claro, pero digamos que en las bodas, si me entendéis.
Y ya me está costando seguir, así que por hoy, basta. Seguiremos.
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