Revisando a Marx
Hace poco tiempo me di cuenta de que olvidaba los nombres de las cosas. Empecé olvidando los nombres de famosos, seguí olvidando otros nombres conocidos y, por fin, empecé a olvidar los nombres de las cosas más cotidianas. No es alzheimer, me dijeron, sino (aquí una palabra que también he olvidado). Así que, para prevenir, comencé a hacer ejercicios de memoria: sudokus, poemas...
Y se me ocurrió apuntar nombres de cosas y actividades que había aprendido durante mi vida laboral; nombres como michinal, escandallo, paramento, retranqueo, y también heredero por estirpe, servidumbre de paso... Porque, gracias a ser funcionaria una gran parte de mi vida, he cambiado muchísimo de trabajo, he "tocado muchos palillos", como decía mi madre: Me he divertido, en suma. Porque he cambiado de trabajo cuando ya no tenía nada que aprender del sitio nuevo, es decir, cuando me empezaba a aburrir. Los puestos nuevos tienen varias fases: en la primera, te adaptas al modo de hacer las cosas de tus nuevos compañeros; en la segunda, aprendes lo que ellos saben y tú no; y en la tercera y última, cuando se pierde el interés porque ya no puedes aprender más, -el momento de la rutina- te distraes y empiezas a equivocarte. Y como no me gustan los errores, cruzaba ese puente buscando nuevos horizontes.
Así que comencé pensando en la cantidad de preciosos nombres que había aprendido y terminé filosofando sobre el trabajo, la realización personal, la plusvalía y Karl Marx. Porque es cierto, como decía Marx, que cuando haces un trabajo bien una parte de tu personalidad, de tu esencia, se quedan reflejados, incluso "capturados", y se van con él; pero también es cierto que cualquier trabajo que hagas, si lo haces bien, te devuelve una riqueza en forma de autoestima, de perfección e incluso de belleza. Porque cualquier cosa bien hecha tiene una belleza propia: Si no fuera así, muchos de nosotros no habríamos soportado las horas, días, años, que hemos trabajado en trabajos anodinos, sí; feos, sí; monótonos, sí; pero de los que sacábamos una satisfacción: "Lo he hecho bien".
Como Marx no trabajó en su vida, este efecto bumerán no pudo conocerlo, pero sí lo conocemos muy bien todos los que hemos tenido oficios muy por debajo de nuestra formación y nuestros conocimientos y, sin embargo, no nos hemos amargado la vida. Porque he oído -y dicho- muchas veces eso de "Estudiar te amuebla la cabeza, el resto no importa", o "Estudias para ser persona, no para ganar dinero". Era lo que tocaba en nuestra generación, que trabajabas para pagarte los estudios en unos turnos de noche diseñados para nosotros, y cuando terminabas la carrera te dabas cuenta de que no podías comenzar de cero con tu flamante título porque tu trabajo, ese que te había permitido estudiar, era infinitamente mejor que lo que te ofrecían unos comienzos duros, sin apoyo familiar y con un futuro incierto.
Y entonces te consolabas con aquellos tópicos, pero que resultaban ser ciertos. Porque no cambiabas los años de universidad por nada del mundo, aun sin recibir a cambio de tanto esfuerzo más que otra mirada más crítica, más sabia y, casi siempre, más feliz: No se pensaba en términos de frustración ante algo que se acababa allí, sino en términos de meta conseguida.
Y ahora, será quizás optimismo antropológico, pero sigo estando muy contenta de la cantidad de "oficios" por los que he pasado: Nada abre tanto la cabeza como llegar a una oficina nueva, oír hablar de la LAU y pensar "Qué tendrá que ver la Ley de Autonomía Universitaria con la vivienda pública", para darte cuenta al cabo de poco tiempo de que la Ley de Autonomía Universitaria, no, pero la Ley de Arrendamientos Urbanos, LAU, sí tiene que ver, y mucho, con la vivienda pública. Y entonces te das cuenta de que siempre, siempre, vas a tener algún prejuicio; porque pre-juicio es poner el carro antes que el caballo, creer que sabes antes de escuchar, ver las cosas desde una sola perspectiva; y siempre te va a faltar alguna perspectiva; y, con un poco de mala suerte, una importante. Como a Marx.
Así que, don Carlos, hizo usted el viaje de ida, pero no el de vuelta. Quizás le pilló un poco mayor.
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