¿Tienes sal?
Hace un par de días oí que una ciudadana bienintencionada, sintiendo nostalgia de la vida de barrio, había creado una página que se llamaba ¿Tienes sal? para poner en contacto a gente que quisiera compartir algo y no se conociera. Hasta ahí, perfecto. La iniciativa parece que ha tenido éxito, y es una buena noticia que la gente quiera compartir, ayudarse, en fin, relacionarse.
Lo que me puso furiosa fue oír que con ello quería "revivir" la vida de barrio, tal y como ella se figuraba que había sido antaño; porque, evidentemente, ella no tiene edad para haber vivido los barrios tal y como eran en la época que añora. Si los hubiera vivido, jamás habría dicho tamaña tontería, a saber, que los barrios eran unos lugares amigables, solidarios, donde los vecinos se conocían y se apoyaban, los que convivían en tu calle, tu manzana, los tenderos de los puestos del mercado, los feligreses de tu parroquia, y todos eran buenos y bonitos y baratos y estaban deseando echarte una mano en lo que necesitaras.
He estado tan furiosa que quise esperar unos días antes de escribir esto, para no perder los papeles mientras lo escribo, pero creo que no lo voy a conseguir: Porque cada vez que pienso en mi barrio tal y como era, siento que la ira contra aquella mala gente que pretendía hacer la vida imposible a los demás me vuelve a dominar.
Porque los barrios estaban llenos de mala gente: Cuando te obligan a ser de cierta manera -santurrón (tienes que fingir una fe, aunque no la tengas), feliz (tienes que aparentar que te gusta tu vida, aunque sea un asco), hipócrita (tienes que aparentar ser "decente", "moral", "cristiano", porque los certificados de buena conducta los da el párroco)-; cuando te obligan a ser de cierta manera, insisto, una de las pocas cosas que te quedan es escudriñar la vida de los demás, criticar sus defectos, reales o inventados, y compararte con ellos para mejor, naturalmente.
Y lo hacían, vaya si lo hacían, al menos con los adolescentes y los jóvenes; he comentado alguna vez con compañeros de trabajo, de mi edad y más jóvenes, cómo eran sus pueblos pequeños -pequeños por tamaño y pequeños por mezquinos, porque cuanta menos gente más control-, y de cómo habían salido huyendo en cuanto habían podido. Y no digo con esto que no hubiera vecinos heroicos y días irrepetibles: Nuestra vecina del segundo izquierda (vivíamos en el segundo de una finca que sólo tenía dos viviendas por rellano), Angeles, hizo honor a su nombre cuando saltó de su ventana a la nuestra a través de un patio de luces que tenía una caída de ocho metros, para abrirnos la puerta de la calle un día que olvidamos las llaves y teníamos una olla al fuego.
Para compensar, en el primero derecha vivía uno de esos "comisarios de barrio" cuya misión era vigilar y delatar los comportamientos "indecentes" o "subversivos" de sus vecinos en los años cuarenta y cincuenta, que tenía nostalgia de aquella época y seguía ejerciendo, no fuera que la moral se relajara en el edificio.
Pero lo que yo realmente odiaba, y lo que nunca olvidaré, es el miedo y el odio que le tenía a la salida de misa de los domingos: Había que ir a misa de doce, para que todos vieran que ibas a la iglesia (creo que acabo de hablar de los comisarios políticos y del papel de los párrocos); y la ropa que estrenaras, había que estrenarla en domingo por varias razones: La primera, porque la misa debía ser lo más importante que hicieras en la semana (eras un buen cristiano); la segunda, para que los vecinos vieran que no eras pobre de solemnidad (todos iban a estar en misa, como tú); y la tercera, pero la más práctica, porque generalmente no pisabas la calle más que para ir al colegio y para ir a misa (y al colegio se iba de uniforme).
Así que te ponían la ropa de los domingos, nueva o no, ibas a misa y a la salida te esperaba el suplicio: todas las cotillas del barrio (léase respetables vecinas) se ponían en fila, en la calle, haciendo pasillo para verte bien, y te paraban para decirte cosas como "Ya eres una pollita, ¿y no tienes novio?", a lo que no podías contestar, o contestar un escueto "No, señora, soy muy joven todavía"; pero eso era peor, porque les daba pie para contestar "Algo habrá por ahí, con lo guapa que eres", y ponían cara que ellas creían de pícaras, a ver si te sacaban alguna sonrisilla avergonzada.
Todo aquello fue desapareciendo en los años setenta, con la llegada a Lavapiés de jóvenes universitarios que cambiaron el perfil del vecindario, y eso ya fue otra vida: Los antiguos vecinos no desaparecieron, pero también cambiaron, porque los aires de libertad y Tele 5 obran maravillas con la gente frustrada: Los cotillas tuvieron los reality, y los demás espero que hayan tenido una vida, la que hayan querido, por fin.
Así que no, los barrios están muy bien donde están. En el olvido más olvidado.
Eso espero.
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