Elefantes

Creo que fue Platón quien contó la fábula de los ciegos que se imaginaron al elefante según el lugar de su cuerpo que tocaban para explicar que la realidad es así, que todo depende de qué parte es la que tenemos al alcance de nuestra mano. La verdad es que hace tiempo que quiero contar una romántica historia de dos caras que tiene mucho que ver con esto del lado de la realidad en el que está cada uno, pero se me ha ido complicando, porque, cada vez que lo intento,  tengo más historias que contar que la vez anterior.

Porque las distintas caras de una misma historia  han dado mucho juego en literatura, por ejemplo, hasta crear un género propio, la novela circular; y sin los diferentes modos de ver lo mismo no existirían el racismo, la xenofobia, las guerras... Claro que todavía tendríamos que lidiar con las pandemias, el hambre y la muerte, que se me ocurra así a bote pronto; y ya sé que no es poco, pero el mundo sería distinto.

Total, que yo tenía una historia y ahora tengo más, pero me voy a ceñir a la original, la bonita, y dejar a un lado el comentario de la última novela de Luis Landero, Lluvia fina; o la historia del marroquí y la hermana del presidiario, también preciosa novela de amor donde las haya, que me tocó escuchar cuando trabajaba en el centro base de minusválidos del Puente de Vallecas.

Pero vamos a la primera, la original, tal y como me la contaron.

Desde que recuerdo, yo conocía a la pareja protagonista de esta historia; eran de la edad de mis padres, amigos y vecinos, y yo pasaba muchas tardes en su casa, cuando salía del colegio; de hecho, creo que pasaba más tardes en su casa que en la mía propia, pero no me contaron esta historia hasta muchos años después, cuando ya había muerto Franco.

Una tarde de verano se me acercó él y, hablando de esto y aquello, me contó una historia de guerra; en aquella época, para mi sorpresa, mucha gente mayor se me fue revelando como actores de una guerra que, hasta aquel momento, parecía no haber existido. Y me contaban sus andanzas, que tenían tintes muy dramáticos y hasta heroicos -porque lo normal se olvida, entra en lo cotidiano auque lo cotidiano se llame guerra-, pero lo extraordinario hay que sacarlo fuera, y no es por vanidad ni para reconocimiento propio, porque las personas que me lo contaban no esperaban nada, sino que era un modo de liberarse de un secreto o una vivencia extrema que les había pesado enormemente todos aquellos años.
 
Y esto fue lo que me contó. 

Yo estaba en el frente de Teruel con mi compañía, y un día nos encontramos otros dos compañeros y yo solos; nos habíamos perdido, y pensamos que allí nos íbamos a quedar, que ya no íbamos a salir; así que me puse a pensar, y les dije. "No nos preocupéis, que he sido pastor y me puedo guiar por las estrellas; así que vamos a escondernos hasta que sea de noche, y cruzamos las líneas por el monte" . Así lo hicimos, y llegamos al otro lado. Y cuando encontramos a un mando, y dijimos de qué compañía éramos, nos enteramos de que habíamos sido los únicos, nosotros tres, que nos habíamos salvado. Y uno de ellos me lo quiso agradecer tanto que me presentó a su familia, y me invitó a su casa; y salíamos a veces él, su hermana y yo, y luego su hermana y yo, hasta que le dije que yo tenía una novia de toda la vida y las historias del frente eran el pasado y lo había hecho por él como él lo hubiera hecho por mí.

Cuarenta años después, cuando el protagonista de mi historia ya había muerto, de vez en cuando  visitaba a su viuda y nos tomábamos un cafecito juntas en su casa. Generalmente hablábamos y hablábamos mientras la muchacha que la cuidaba nos traía café y galletas, pero una vez, en lugar de hablar, decidió que quería ver un álbum de fotografías conmigo. 

Me fue comentando fotografías de bodas, de amigos, de carnavales, de nietos...Y llegamos a una fotografía de estudio en la que se la veía muy guapa, posando con el peinado de moda y un poco de perfil: la foto que te hacías para que la llevara el novio en la cartera. Que había sido, efectivamente, el destino de aquella foto. 

Y esto fue lo que me contó.

El que entonces era mi novio, cuando le tocó la guerra en Madrid y lo llamaron a filas, se llevó esta foto que me había pedido; y en la guerra se hizo un amigo que estaba tan agradecido por un favor que le había hecho, que se empeñó en ennoviarlo con su hermana para ser como hermanos, porque no sabía cómo darle las gracias y todo le parecía poco; y F, no sé si por no hacerle un feo o porque la chica era guapa, empezó a salir con ella y, claro, yo le pedí que me devolviera la fotografía. Y me la devolvió. Y luego ya, al poco tiempo me eligió a mí otra vez y me la volvió a pedir, y se la volví a dar. Pero esta fotografía fue de ida y vuelta.

Dos personas, la misma historia, sesenta años juntas, y cada una vio algo distinto todo ese tiempo. 

El  elefante.


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