Me gusta esta chica

        Esta mañana he puesto la tele en La 1 para ver las noticias, y me he encontrado con un politólogo.  El politólogo en cuestión estaba comentando que el curso político comienza igual de tenso que el anterior, y que eso se debe -opina él- a que la política, para muchos ciudadanos, tiene un sentido tribal, más que otra cosa. Es decir, que no nos guiamos por la razón, los programas, los argumentos, sino por un sentimiento de "pertenencia" al grupo -derechas o izquierdas- que no se racionaliza. Y es cierto. Veo a la gente de derechas que conozco, y conozco mucha, y son de dos tipos (siempre simplificando, claro): Los que no se ocupan de política y cuando llegan las elecciones ni se lo piensan, y los que no se ocupan de política pero cuando hay alguna conversación de café repiten algún mantra económico ultraliberal que no han pensado ni poco ni mucho, porque confían en que están en el lado bueno. 

        Vamos, puro sentimiento "ambos dos" grupos. Sentimiento de pertenencia, como decía más arriba, que es peligroso porque ya se sabe que se pertenece a una tribu hasta la muerte, contra todos sus enemigos -nosotros contra ellos-, sin concesiones -son de débiles, y, además, no hay que fiarse del enemigo- y sólo se ha ganado la guerra, no cuando se ha vencido, sino cuando se ha exterminado al "otro". Nosotros y ellos. Ellos son todos los demás, El que no está conmigo está contra mí, y Dios está conmigo. Porque para estas personas, cuando se habla de algún tema político, no usan muletillas como "en mi opinión", o "yo creo que", ya que tienen la razón y pueden hablar sin ninguna concesión a otro pensamiento; y, en los peores casos (pero he tenido que experimentar alguno con dos amigas de la infancia, dos!), te tachan cuando les opones argumentos, porque ellos juzgan y ellos deciden. Es muy triste, realmente, no volver a ver a una amiga por no opinar igual. Como ni ellas ni yo dirigimos el mundo, no entiendo la proporción entre lo que yo opino y que se me borre de la faz de la tierra. Pero parece ser que tener una opinión diferente es una traición a la Verdad. País!

        Por eso me ha gustado tanto coincidir en el sentido común con Ana Patricia Botín. 

        Soy de izquierdas. Siempre he sido de izquierdas. Racionalmente, y también sentimentalmente, ya que lo que me lleva a ser de izquierdas en un sentimiento, el de que todos tenemos derecho a comenzar nuestra vida gozando de las mismas oportunidades. Y racionalmente también, ya que creo que la raza humana debería ser solidaria consigo misma, como esas manadas de lobos en las que el líder, después de ganar un desafío, perdona al macho joven que le ha desafiado, porque sacrificarlo hace más débil a la manada.El perdón te hace fuerte, el exterminio te hace débil.

       Bueno, pues esto, aplicado a la economia, siempre ha significado -para mí- que la oposición al ejército de reserva -de parados- que les gusta a los ultraliberales para mantener salarios de hambre, podría convertirse, en otro escenario, en una clase media potente que pueda gastar. Porque estamos en una sociedad de consumo. Tienes que seguir pedaleando o te caes de la bici. 

    A mí me encantaba hablar de política con mi primo Santi. Era de ultraderecha -más bien ultratradicionalista-, pero escuchaba y pensaba. Si le argumentabas, por ejemplo, que por prestigio de país, para ser considerado un país rico, había que tener un ingreso mínimo de integración, porque un país rico tiene que tener dinero para mantener a todos sus ciudadanos; o si sostenías que dando dinero a los que tienen poco reactivas la economía y el gasto interno, porque el que tiene poco no puede ahorrar y gasta lo que tiene, lo entendía. Y siempre había argumentos entre nosotros que nos hacía transigir con la bondad parcial del pensamiento del otro, que es lo que comúnmente se llama negociar.

      Y esto qué tiene que ver con Ana Patricia Botín? Pues sí tiene que ver, porque hace algunas semanas la oí decir por la tele una frase que espero que cambie el mundo: Hay que reinventar el capitalismo.

       lo mejor me equivoco mucho, y no significa lo que creo que significa, pero yo entendí que su idea pasa por reforzar la clase media. Porque, veamos: El negocio primitivo de los bancos, el teórico al menos, es prestar a unos y guardar el dinero de otros. Es decir, hace falta que algunos ciudadanos tengan dinero para vivir y les sobre para ahorrar, y que otros ciudadanos no tengan dinero puntualmente pero tengan expectativas legítimas de tenerlo y, con esa certeza, puedan ir a un banco a que les preste. Para que ambos tipos de ciudadanos existan hace falta, o salarios dignos en las empresas, o pequeños negocios familiares que tengan beneficios, o, mejor, ambos supuestos.

        Ninguna de estas dos cosas se consiguen con las reformas laborales de 2010, que han supuesto despidos mal pagados, salarios sin convenios, horas extras gratuitas y dinero negro, mucho dinero negro, sin cotizaciones a la Seguridad Social que, consecuentemente, han hecho peligrar las pensiones y han justificado bajar las cotizaciones por desempleo. (Simplificando todo el lío, claro)

        Pero el caso es que la señorita Botín -para mí se es siempre señorita, porque ser o no ser señora pertenece a nuestra vida privada- piensa, con muy buen criterio, que necesita una clase media que tenga capacidad de ahorrar, y cuanto más amplia la clase media, mejor, y cuanto más ahorro, mejor, porque ése es el negocio de su banco. Pero ¿qué se ha hecho en estos últimos años en este país? Pues adelgazar la clase media para ganar en salarios, hasta el último euro, en trabajos sin contrato y en jornadas sin cobrar, sin tener en cuenta esa máxima que tanto tuve que oír cuando yo trabajaba en el Banco de Bilbao: El ultimo duro que lo gane otro, o la otra versión, más racista :El último duro, que lo gane el gitano. Porque no vale la pena ganar el último duro, eso es poca ganancia, es sinónimo de ser el último de la cordada si sólo ganas ese, o de avaricia si has ganado también los anteriores, y ya se sabe que La avaricia rompe el saco.

     Y parece que mi heroína está convenciendo a otros, porque comienzan a oírse voces entre empresarios de UBER, y otras compañías del sector servicios (me ha dicho mi hija), por ejemplo, de que hace falta que la gente tenga dinero para gastar. Vamos, que hay que recuperar el mercado interior, que es mucho más seguro que el exterior, porque depende en mayor medida de las políticas de cada gobierno.

        Con el coronavirus ya hemos visto que lo que depende del exterior está muy condicionado por ese exterior (los turistas de otros países y sus respectivos gobiernos, que no les dejan). Así que no queda más remedio que volver a mirarse el ombligo (metáfora de mirada hacia adentro, no de estar encantados de conocernos como decía mi amiga Begoña) y reactivar el mercado interno. Que, por otra parte, nos volvería a dar un nivel digno en el ranking de países desarrollados, con renta per cápita aceptable, universidades potentes, porcentaje digno de inversión en I+D, sin bolsa vergonzante de pobres... Vamos, volver a ser un Estado Social de Derecho, como dice nuestra Constitución. 

        Así que, repito, me gusta esa chica. A ver si en un futuro cercano se encierra en una habitación con el otro genio, Yolanda Díaz (qué casualidad, dos mujeres) y piensan algo juntas. Seguro que el país saldría ganando.

        Y si alguien tiene por ahí alguna lámpara vieja, ¿le importaría frotarla? Sólo por si acaso...






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