Divagando
Ayer mi hija me envió por whatsapp (guása, dicen ya muchas de mis amigas, y guása creo que aceptará el Diccionario a poco tardar, por el bien de la comunicación sin complejos, que no del buen lenguaje)... Y ya he empezado a divagar, desde el renglón uno. Porque he interrumpido la narración de lo que me contaba mi hija, que con esta digresión del guása ya se ha quedado fuera.
Y es que me he dado cuenta de que divagar es lo mío últimamente. Hace años, pocos, le comentaba a una amiga que, cuando llegaba el buen tiempo, salía a mi jardín con un libro y una cerveza, me sentaba delante de algún rincón bonito y miraba al infinito sin cansarme, sin hacer nada y sin darme cuenta del tiempo; el libro, la gran excusa, volvía a casa sin abrir, y la cerveza me duraba mucho, mucho tiempo. Ahora que tengo todo el tiempo para mí, esos ratos de bonanza ocurren casi todos los días: A una u otra hora, hacia el mediodía, siempre hay algún rato en el que el cielo está precioso, el sol calienta un poquito y hay algún rincón con hojas de otoño, con flores tardías o, simplemente, con perfectas ramas desnudas que parecen esculpidas contra un fondo azul.
Así que sigo disfrutando del dolce far niente que, cuando me jubilé, me pareció un premio, luego se convirtió en un cierto sentimiento de culpa -muy leve, todo hay que decirlo-, y ahora es, sencillamente, mi estado natural: Ni culpa ni premio, sólo estar aquí.
Pero es que divagar es maravilloso. Cuando conseguí encontrar el título para esta entrada -nunca comienzo una entrada sin tener un título molón, y después, cuando empiezo a escribir, es el título el que me arrastra, por mucho que haya pensado lo que quiero contar-; como decía, cuando le puse título, me di cuenta de que iba a ser inabarcable y, a la vez, de que me iba a llevar por algún camino imprevisto, como me pasa siempre que me pongo a escribir. Porque en este blog hago dos tipos de entradas: Las que salen solas -escojo un tema, le doy una vueltecilla más bien corta, como a mi perro, y me pongo a escribir-, y las que salen con ayuda: Me apunto un tema en cualquier papel, post-it, carta notificándome el IBI o boletín de actividades de una asociación; me hago un guión para recordar por qué me ha intesado el tema, y luego, cuando me siento frente a la pantalla del bicho - otros lo llaman portátil-, escribo el título, empiezo por el primer punto del guión y después sigo por los derroteros que me van marcando mis propias palabras, pero que ya no son mías, porque me llevan a otros sitios y otros pensamientos.
Y me centro un poco -poco-, algo que me interesa muchísimo desde hace tiempo, los personajes que cobran vida propia en tantas novelas -Unamuno, Pirandello, Paul Auster, tantos y tantos-, ahora ha dado una vuelta de tuerca y se ha convertido en el pensamiento que no sigue una línea trazada sino que se desvía porque las palabras, no ya los personajes sino el siguiente nivel (o quizás el nivel previo, porque ¿son antes las palabras o los personajes?), cobran vida propia y te llevan a otros derroteros. Y lo interesante es que, cuando terminas de escribir, te das cuenta de que lo que has escrito es mejor, más inquietante, o sugerente, o impactante, incluso más lógico, que tu primer guión, ése que tenías tan claro y que te llevó a empezar. Realmente, nunca te bañas dos veces en el mismo río.
Así que, con esta laxitud en mi coraza de disciplina que, más que laxitud, parece una voladura en toda regla, he dejado aparcadas entradas tan bonitas y tan importantes para mí como los centenarios de Benedetti y de Delibes, un análisis político de la unión de la izquierda o la crítica de la última novela que estoy leyendo. Y eso sólo en el último mes, porque de lo que he dejado atrás por pura inacción en épocas más remotas ya ni me acuerdo.
Es posible que la entrada sobre esta última novela, o quizás sobre Benedetti o Delibes todavía las haga. Porque las pretensiones se pueden quedar por el camino, pero las aficiones se afianzan. Y ahora que veo escrito las aficiones se afianzan, quizá investigue si tienen la misma raíz, aunque creo que tendría que tener algo más de interés por el tema. Otra disgresión. Pero es que, volviendo a la Literatura, con el tiempo, sólo queda lo que realmente nos hace felices.
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