Los lunares y la trampa del lenguaje

         A mi armario le gustan los lunares. Ahora mismo aloja un vestido blanco con lunares marrones y una blusa marrón con lunares blancos. Es la mínima expresión de lo que hubo: vestidos violetas con lunares blancos, vestidos verdes con lunares negros, pantalones fucsias, blancos, azules, con lunares blancos, negros, café con leche... Camisas, camisetas, pañuelos, foulards, con lunares blancos, negros, dorados... Adoro los lunares.

        Pero no voy a hablar de lunares, sino de la trampa del lenguaje. Hay un libro, un precioso libro, Introducción a la semántica francesa, de S. Ullman, que, bajo este título, habla, sobre todo, del acto de comunicación, los signos y los símbolos, la significación y el valor, el tabú y el eufemismo. 

        El tabú y el eufemismo, grandes hallazgos que ahora se han dado en llamar "lo políticamente correcto". Y he comenzado con mis lunares porque un día cualquiera iba yo a trabajar con mi conjunto preferido, pantalón blanco pirata con lunares negros y camisa negra con lunares blancos, cuando mi psicóloga preferida me lanzó un "Qué topos tan monos!". Topos! No entendí nada, pero acabé averiguando que los lunares se llamaban "topos". No sé desde cuándo, y no sé en qué medios sociales o lingüísticos, pero estaba visto que los "lunares" no eran palabra bienquista ni bienvista. Quizá por su connotación gitana, quizá, simplemente, por una connotación más genérica, popular, que chocaba frontalmente con lo snob. Así que, en los años noventa, cuando se pusieron de moda los lunares, se les llamaron "topos", nombre que ya debía existir desde antes, pero que no debía ser muy popular, porque el Diccionario de la RAE no lo recoge.

        Y de este eufemismo me fui a otros eufemismos, quizás influida -inconscientemente- por los cambios presentes y por venir, tantas ministras (más que ministros), tanta ley de libertades para las minorías, tanta reivindicación de "igual salario para igual trabajo"...

          Porque me chirrían las tonterías en el lenguaje. Y, se mire como se mire, la mayoría de los cambios por tabués y eufemismos son falta de valor. Falta de valentía para llamar al pan, pan, y al vino, vino. No hay que mirar muy lejos: Decimos "Me he explicado mal" en lugar de "Eres idiota y por eso no entiendes". Decimos "Soy una inútil con la informática" en lugar de "Tu aplicación informática es una mierda". Otras veces son reivindicaciones de colectivos que no se merecen desprecios gratuitos: Decimos gay en lugar de mariquita o maricón (de mierda, añaden algunos), negrito, o africano, o inmigrante, en lugar de negrata, sintecho en lugar de vagos o pordioseros... Y hay otras veces en las que el eufemismo simplemente demuestra que no se sabe qué hacer con lo que se designa, como la colección que hemos acumulados los viejos: Tercera edad, abuelos, mayores, personas mayores... Cualquier cosa menos jubilados o pensionistas, palabras perfectamente respetables, pero que nos apartan del mundo productivo, y, por tanto, están reclamando a gritos a la sociedad que nos ubique en algún tipo de utilidad, aunque sea la del descanso del IMSERSO y una contribución más que generosa al turismo interno.

        Pero cuando pensé en este speech -porque está siendo casi un mitin-, lo que quería contar era lo terrible que me parece el mundo de los oficios y el despiste de las feministas en este tema del lenguaje laboral, tan pendientes de la brecha salarial y de los "palabros" sexuales discriminatorios, tipo "cojonudo" versus "coñazo". Porque nadie habla de los cambios de nombre de algunas profesiones según se han ido "dignificando" cuando los hombres han entrado en ellas. Y me parece importante, muy importante para la dignidad de las mujeres, denunciar que no hay por qué cambiar el nombre de "cocinero" y llamarlo "restaurador", o cambiar el nombre de "modisto" y llamarlo "diseñador", o cambiar el nombre de "

        Claro que los grandes cocineros y los grandes modistos no han tenido problemas en llamarse así. Pero cuando han creado escuela y han llegado los pequeños, el "pelotón", es cuando ha llegado el conflicto de "nosotros no vamos a entrar en una profesión sin prestigio porque hasta ahora ha sido una profesión de mujeres ". 

        Así que creo que las feministas deberían estar atentas. Porque esto me recuerda algo que me contó una amiga, allá por los años setenta, y ya ha llovido desde entonces: Una compañera del banco donde yo trabajaba tenía un hermano, algo vaguete, que no había querido estudiar, y su padre consiguió que una amistad le buscara un puesto en otro banco -entonces una bicoca, porque pagaban muy bien-. La "amistad" habló con quien tuviera que hablar, y cuando ya estaba todo prácticamente resuelto, el padre, después de hablar con el hijo, le planteó la siguiente condición: "Me dice el niño que, como su hermana ya trabaja en un banco y él es el varón, está conforme si entra como jefe, porque tendría que ser más que su hermana". 

        Fin. Mil novecientos setenta y ocho. ¿Cuánto hemos cambiado?








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