Los zascas son buenos para la salud

         Tengo un precioso jardín que me tortura: Me paso el día -en invierno planeo, en verano trabajo...- pensando en él: Los arbustos crecen, los árboles tiran las hojas, los pajaritos comen moras (y luego salen zarzas...); en verano hay que regar y en invierno acolchar las plantas delicadas; se podan los setos, se cortan las flores secas para que salgan más, se siega el verde... Total, todo el año. Y ayer viene mi primo a vernos, y me dice: "Me encanta tu jardín, lo tienes tan salvaje..."

        Hace algunos años, mi madre estuvo una temporada viviendo con nosotros, operada de la espalda. Y un día me comentó que la había llamado su amiga del edificio donde vivía para recordarle que tenía que comprar el décimo de lotería que jugaban todos los meses -le tocaba a ella-. Mi madre estaba algo preocupada porque no podía comprarlo, convaleciente como estaba y viviendo en la sierra, así que, por mor de que no riñera con su "pandilla", me ofrecí a comprarlo yo. Me recorrí medio Madrid, ya que no había puestos de lotería de Cruz Roja en muchos sitios, y después de patearme algunos centros hospitalarios y subirme algunas cuestas medianamente empinadas, conseguí el puto décimo. Y se me ocurrió, por aquello del pisto y el autobombo -también llamado autoestima- , contarle mis trabajosas andanzas para conseguirlo. Cuál no sería mi sorpresa cuando, en lugar de darme las gracias y llamar a sus amigas para contarles que ya tenía el décimo de la discordia, me espetó un : "Pues, hija, ya que te ha costado tanto, éste lo voy a jugar yo sola". 

        Dos zascas con varios años de diferencia entre ellos, pero de los que no se olvidan. Y puestos a no olvidar, recuerdo dos -va de pares esta entrada- de cine: El primero, con nuestro inolvidable -para mi generación- Harrison Ford, cuando, en la peli del arca perdida, ve al árabe haciendo filigranas con su sable en medio del bazar, y, mirándole con cara de lástima, saca su pistola y le descerraja un tiro casi sin mirar, puro paleto el árabe. El segundo, el más famoso, importante, sorprendente y demoledor con los prejuicios de la época (de todas las épocas, me atrevería a afirmar) es la famosa frase Nadie es perfecto que cierra la preciosa Con faldas y a lo loco. Quiero creer que todo el mundo mundial la ha visto y la recuerda: Jack Lemmon disfrazado de chica, huyendo con Tony Curtis y Marilyn Monroe en la lancha de su pretendiente Piti Piti Tercero, y, de cara al viento, la confesión final: No lo entiendes, soy un hombre, y la respuesta del pretendiente: Nadie es perfecto

        Y esto es lo importante de los zascas: Que nos toman el pelo. Salen por peteneras. Ponen el acento en el sitio donde ni está, ni se le espera. Son lo imprevisible. Y hoy, no sé por qué, me he levantado con ganas de reírme de mí misma. Porque no es bueno creerse importante (al menos, no durante mucho tiempo). Así que, aunque esto de los zascas viene muy a cuento para dar la chapa sobre lo poco que nos ponemos en el lugar de los demás y por eso nos sorprenden, esta vez no quiero ponerme filosófica. Sólo quiero reírme un poco de mí misma. Por salud. Por recuperar el sentido del humor. Por volver al lugar en el que estaba mi espíritu antes de la pandemia: Un lugar con sol  y con penumbra, pero no con oscuridad; con risas y sonrisas, y sólo las tristezas justas; con soledades buscadas cuando tenía ganas de estar conmigo misma, pero no soledades impuestas.

       Lo dicho: Hoy me he levantado con ganas de recuperar mi risa de toda la vida. Y, afortunadamente, estaba ahí. Felices zascas a todos (y todas).


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