Almudena Grandes
No pensé hacer una reseña sobre su muerte, porque cuando me prometí crear un blog decidí no dedicarme a la actualidad, sino a mis pensamientos y filosofía, incluso a mi vida diaria, pero no a la actualidad: La actualidad tiene las patas muy cortas. Pero en este caso no puedo remediarlo. Porque la mezquindad de algunos no es comparable a nada, no se justifica con nada, no tiene explicación, y menos excusa, aunque ni siquiera lo han intentado: Han seguido el principio de sostenella y no enmendalla. Y mezquino es que las instituciones de Madrid, su ciudad, no hayan aparecido en el entierro. Y mezquino es que no hayan querido hacer ningún homenaje, ni manifestación de cariño, ni siquiera un reconocimiento institucional, hacia una gran figura que perdurará en los manuales de literatura del bachillerato español durante muchos años.
Y en este momento me permito recordar que, cuando Alberto Ruiz Gallardón ganó las elecciones autonómicas de Madrid en 1995, pensó que sería correcto agradecer con ciertos actos y homenajes instituciones al anterior presidente, Joaquín Leguina, dentro de la cortesía que debe presidir el buen funcionamiento de las instituciones. Parece que se ha olvidado esa cortesía debida a los méritos del rival, que no del enemigo, por parte de estos chicos de derechas que nos gobiernan hoy. Porque algún mérito tendrá el que ha sido elegido por la ciudadanía, que elegimos cada vez a quien nos peta.
Todos sabemos que Almudena Grandes era de izquierdas; comunista, creo, aunque nunca tuve el privilegio de conocerla y que me lo confirmara. Tanto da. Era una gran escritora. Y lo sé porque yo soy una lectora muy exigente. Después de sesenta años leyendo, desde que me encerraba con llave en la despensa de mi casa cuando todo el mundo dormía para leer novelas, porque eso de leer en casa no se entendía demasiado bien, hasta hoy, que prefiero leer por la mañana por aquello de la luz natural, porque ya los ojos me hacen trampas, estoy en condiciones de decir que Almudena Grandes es una de las grandes de la literatura española.
Y en qué me baso? Pues, ante todo, en que crea unos personajes que podrían seguir viviendo después de que la novela puso la palabra FIN, porque tienen entidad; vamos, como aquellos personajes que han retratado tan bien Pirandello, Paul Auster o nuestro Unamuno en Niebla.; y, por supuesto, nuestro Cervantes, hasta el punto de que un autor actual, Andrés Trapiello, ha escrito un colofón, Al morir Don Quijote, que no desmerece su título.
A más a más, sus tramas son intrigantes: En todas ellas el lector, aunque esté poco avezado en el mundo de la calidad literaria -es decir, que sigue una aventura sin pararse a ver si cada página está bien escrita- no podrá dejar la novela hasta saber qué pasa.... es decir, hasta el final.
Y lo último, pero quizás lo definitivo: No sé cuándo, ni a quién, escuché una vez que los protagonistas de las grandes novelas son siempre los perdedores, pero es cierto. Y si no, que se lo digan a Marsé con el Pijoaparte de Ultimas Tardes con Teresa, o a Vázquez Montalbán con la Muriel Colbert de Galíndez, el Pedro de Tiempo de Silencio de Luis Martín Santos, el Cipriano Salcedo de El Hereje de Delibes, o la galería coral de perdedores de Días Contados de Juan Madrid. Que para muestra basta un botón, y ya llevo botones para un abrigo hasta los pies.
Pero Almudena Grandes es más aún. Porque, para mí, que soy una adoradora de las mejores obras de Delibes (es decir, prácticamente todas), El lector de Julio Verne es comparable a El Camino: Son las novelas de un mundo visto por dos niños, Nino y Daniel El Mochuelo, respectivamente, en las que la realidad, sin distorsionarse, adquiere otro tinte más ingenuo y más luminoso que la luz del mundo adulto. Así que, desde aquí, voy a terminar este espich con parte del comentario de El lector de Julio Verne que hice para el blog de mi amigo Javier, allá en 2012, y que creo que será un bonito homenaje a esta gran mujer
Probablemente muchos de los que lean este comentario se hayan dado cuenta ya de que no me gustan mucho las autoras españolas. Y no es porque no me gusten las mujeres escritoras, sino porque, hasta ahora, no me gustaba (con excepciones, claro) lo que escribían: poco argumento, poca aventura y mucha mirada “entre visillos”, que a mí me pone nerviosa, porque me gusta que me cuenten historias. Pero de un tiempo a esta parte, como, naturalmente, las personas se hacen eco de su entorno, las novelas de las mujeres tienen más movimiento, más “aire”. Y aire tiene, y mucho, “El lector de Julio Verne”, ambientada en las sierras de Jaén, años cuarenta, muy lejos de la frontera con Francia, donde parece imposible que sobreviviera el maquis. Pero no es una novela del maquis, sino del orgullo de una gente que no se rinde, donde los del pueblo y los del monte van de la mano para no perder lo que les queda, la dignidad y la esperanza.
Es una novela poética, humorística, trágica, de aventuras y muchísimas más cosas. Si “El corazón helado” ya estaba muy bien contada –con una pizca de romanticismo y de parcialidad, pero sólo la imprescindible- , “El lector de Julio Verne” sigue con el tema de nuestra posguerra, pero con mucho más oficio de escribir y mucha más poesía. Almudena Grandes deja de construir protagonistas, por más que no los construya nada mal, y da la voz y el protagonismo al pueblo, al monte, a “la vaca lechera”, a los “alto a la guardia civil”, a las trochas y los caminos. La novela coral viene reforzada por los motes por los que se conoce a unos y otros, motes que dan nombre a familias enteras y componen un paisaje colectivo muy convincente.
Las novelas del pueblo, lo que quería escribir.
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