Os presento a Paco
Hace unos días encontré por casualidad una convocatoria de narraciones breves del Parque Nacional de Guadarrama. Había que presentar un cuento corto, o un microrrelato, y una fotografía. Acabé leyéndome las bases completas, no por participar, sino más bien como ejercicio de nostalgia del tiempo que trabajé en Cercedilla y las cosas buenas que viví. Y entonces recordé a Paco y su fotografía. Sabía que la había guardado, así que la busqué, y, cuando la encontré, me di cuenta de que me faltaba contar su historia, en el concurso o aquí, pero en alguna parte. Porque es una historia que merece ser contada.
Así que Os presento a Paco
Este es Paco. Es simpático -no hay más que verle la nariz-; es gordito -y dicen que los gorditos son pacíficos y bonachones-; es, en fin, blanquito, como corresponde al muñeco de nieve que es. Y por qué os presento a Paco? Muy sencillo: Es, en el fondo, la razón por la que me vine aquí.
Soy de Lavapiés. Ese barrio tan de moda hoy, pero que, cuando yo era jovencita, era un barrio más de Madrid en los que convivían inmigrantes andaluces -obreros de la construcción, pintores de brocha gorda- con inmigrantes castellanoleoneses -tenderos, autónomos con pequeños talleres- y madrileños de pro, de los de tres y cuatro generaciones de pobres, primos hermanos de la familia de la Fortunata de Galdós.
Pero hete aquí que me contrataron para hacer un informe sobre la cabecera del río Manzanares, porque era importante proteger el agua del río de contaminaciones, ya que la bebíamos todos los madrileños. Y allá nos fuimos una buena colección de jóvenes sociólogos, historiadores, biólogos, geógrafos, dispuestos a conseguir hacer un Parque Natural alrededor del Manzanares y la Pedriza, esa Pedriza tan querida por los miembros de la Institución Libre de Enseñanza y por los montañeros madrileños.
Y pasaron los años, y me fui a vivir, enlazando símbolos con mi otro gran amor, el cine, a Las Verdes Praderas, Cuenca Alta del Manzanares, sierra de Madrid. Y pasaron más años, y me fui a trabajar al cogollito de la sierra, la cuna de los hermanos Fernández Ochoa, Cercedilla. Y allí me topé con los niños de Villa del Prado, y con Paco.
Porque los niños de Villa del Prado que llegaron un día al albergue que yo dirigía con más o menos fortuna -un albergue juvenil que cada semana acogía a niños de un colegio diferente de la comunidad autónoma para realizar actividades de naturaleza- no habían visto nunca la nieve. Y llegaron en enero, con una de las mayores nevadas de aquel año de dos mil dieciocho. Y se quedaron maravillados.
Los veía disfrutar, y tirarse en la nieve para hacer ángeles, y trabajar en dibujos imposibles con los monitores, y recordaba la historia que contaba Washington Irving en sus Cuentos de la Alhambra sobre la princesa de Granada que nunca había visto la nieve, y podía comprender la maravilla de aquella revelación.
Y así crearon a Paco. Lo sentaron en un banco del jardín, le pusieron una bufanda, le sacaron fotos y lo llevaron en su corazón para siempre jamás porque era la prueba de que la vida, el destino, su buena suerte, les había sorprendido con algo maravilloso que no habían planeado conseguir. Y era tan gracioso, que otra persona del albergue se animó a sentarse al lado de Paco y hubo una segunda sesión de fotos de Paco con diferentes personajes, en una improvisada procesión de fans.
Y después del evento me mandaron la foto al móvil. Y desde entonces, de vez en cuando, digo que he sido directora del albergue juvenil de Cercedilla, en mi pueblo y adonde voy; y siempre hay alguien -de todas las edades- que recuerda con cariño haber estado allí alguna vez con su colegio, y me siento muy orgullosa de haber participado en una aventura tan especial para todos ellos, porque eso transmiten sus ojos cuando dicen “Yo también fui a ese albergue”.
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