¿Y qué digo yo del Día del Libro?

         Hace días que tengo en la cabeza el runrún de que debería escribir una entrada para el blog, porque ya hay espacio temporal desde la última; pero no me decidía entre el tema Anita Obregón, también llamada Antoñita la Fantástica y, creo que más propio, nuestro espantapájaros patrio, vistos los esperpentos mediáticos de los que es protagonista últimamente (pero también antes, aunque tenían cierto morbo sin ser ya dolorosamente seniles, como este último), y el último libro que estoy leyendo, mal llamado Malas  porque trata de la historia del feminismo, es decir, de cómo las mujeres en los últimos tiempos se han pasado por el forro lo que se esperaba de ellas y cómo han salido ganando -relativamente-.

        Así que me ha pillado el toro y he llegado al Día del Libro sin una mísera entrada en el blog en lo que va de mes. Y no es que tenga grandes ideas para este día, es que he entrado en el ordenador a jugar mi partidita de mahjong diaria y resulta que el señorito incontrolable se me encilindra y no sale de la primera pantalla. Así que, como las rutinas hay que respetarlas y ahora tocaba ordenata, me he quitado el muermo de encima y he abierto una nueva página en la otra opción, el blog. Después de todo, ya tengo tema: Cervantes.

        Porque nunca me cansaré de lamentar que el Día de Libro sea el aniversario del día que murió nuestro genio en vez de ser el aniversario del día que nació, aunque bien es cierto que es muy común no saber el día exacto en el que han nacido los genios porque ese día todos los adivinos se habían dejado la bola en casa y, claro, nadie tomó nota. Aunque también da risa ver cómo los políticos (o vamos a decir las instituciones) se pirran por celebrar centenarios y bicentenarios, toque o no toque: He visto celebrar el centenario del Ateneo de Madrid en los años 1986 (lo he mirado en el Reglamento que nos regalaron a los socios para conmemorarlo) y otra vez hace poco, en 2023, creo. ¿Confundidos? No, sólo muchas ganas de foto de sus Presidentes: En 1884 el Ateneo se instaló donde está actualmente, en la calle del Prado, y en 1820 se fundó, durante el Trienio Liberal. A dos excusas toca dos celebraciones. 

        También es cierto que en este blog el año pasado hablé de lo mismo, pero es que hay muchos ejemplos, y mucha risa (al menos mía) por la cantidad de efemérides que se inventan (inventar en modo impersonal) para tener una foto. La más útil de todas, el milenario de la lengua castellana, allá por 1977, si no recuerdo mal, aunque el gran lingüista Emilio Alarcos no se cansó de repetir en el discurso del milenario que es imposible fechar el origen de una lengua. (Lo de Emilio Alarcos lo he mirado en wikipedia: Vamos, que yo no estuve allí, me lo han contado).

        Pero fue un milenario útil, muy útil para nuestra democracia, porque entra dentro de los tremendos esfuerzos que han realizado los intelectuales de todos los países para legitimar y prestigiar sus lenguas vernáculas cuando han querido formar una nación, llámese esa nación España en el Siglo XV o Alemania en el Siglo XIX; así que nunca me pareció raro -más bien me parece un acierto- que se doblara un poco el brazo a la historia para hacer coincidir el milenario de la lengua castellana con nuestra inauguración de un nuevo régimen político y, poco después, una nueva Constitución.

        Y a lo tonto, creo que me he salido del tema del Día del Libro, sin paliativos. Pero como reflexión  sobre qué hacemos con nuestros grandes de la cultura, llámense personas o llámense instituciones, me gustaría haber dejado la idea de que, a pesar de la sana rechifla, todas las conmemoraciones culturales son para bien. Hay que multiplicarlas. Bastantes libros se han quemado ya.




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