Historias de Spotify

        Muchas veces, cuando me siento delante del ordenador, lo primero que hago es ponerme Spotify. Me enseñó mi hija, y me encanta, porque de vez en cuando dejo lo que estoy haciendo en la pantalla, me levanto y me pongo a bailar con la canción que tengo seleccionada en ese momento. Otras veces me hacen viajar a espacios remotos; remotos en el tiempo, porque con el ídem he llegado a comprobar que los lugares y los viajes nos aportan, nadie lo duda, pero vamos a todos los sitios con nuestra mochila, como diría Marta. Así que, según el "color de mi aura" -vamos a llamarlo así- en el momento que esté, me pongo la lista de Spotify que encaja. Y hoy, no sé por qué, me han tocado las canciones de amor. Que no son tales, porque las más son de desamores, porque, realmente, hay cuatro o cinco desamores -por lo menos- por cada amor; entre otras cosas, porque el amor dura, y el desamor, no. Así que, en el tiempo, pueden caber muchos, muchísimos en el único tiempo que un amor

        Pero, como siempre, me he ido por la tangente. Porque hoy quería hablar de la canción que me encanta de ésta mi lista rara, rarita donde las haya, pero que es la mía. Y es una canción de un grupo también raro, rarito donde los hubiera, que se llamaba Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, y ésta es su letra:

        Me pongo a pintarte y no lo consigo. Despuès de estudiarte lentamente termino pensando que faltan sobre mi paleta colores intensos que reflejen tu rara belleza: No puedo captar tu sonrisa, plasmar tu mirada, pero poco a poco sólo pienso en tí. 

        Tú sigues viniendo y sigues posando con mucha paciencia porque siempre mi lienzo está en blanco; las horas se pasan volando y hay poco trabajo adelantado para tu retrato. Sospecho que no tienes prisa, y que te complace ver que poco a poco sólo pienso en tí.

        Y ésta es una canción de amor? diréis, con razón. Pues sí; para mí, sí: Porque es el paradigma del cortejo. Y el cortejo es la parte bonita, juguetona, alegre, del amor, donde se permite todo y donde las mujeres de todas las épocas tenían una cancha que no siempre se les permitía tener después. 

        Pero, sobre todo, me encanta esta canción porque me recuerda a mi amiga Amparo, que hace años se llevó el cáncer. Pero antes de eso acostumbrábamos a vernos en pubs y bares donde hablábamos de lo divino y lo humano, porque nos encantaba a las dos el cine, el teatro, la novela, la historia, pero casi nunca estábamos de acuerdo, y era muy estimulante, porque nunca se acababan aquellas conversaciones. Pero un día fue diferente. Porque en uno de aquellos bares de copas, a los que íbamos a hablar, se nos acercaron unos pipiolos dispuestos a ligar e inasequibles al desaliento. Recuerdo todavía con risas el apuro de Amparo según se iba apartando en el asiento corrido del pub y a uno de los chavales arrimándose de nuevo hasta llegar al borde del asiento. En ese momento ella se levantaba, se sentaba de nuevo en el extremo contrario y vuelta a empezar. Hay que decir que lo de pipiolos estaba justificado: Amparo tenía algo más de cuarenta, yo tenía unos treinta, no habíamos ido a ligar y los nenes eran veinteañeros haciéndoles un favor.  Vamos, voluntarismo a tope.

        Mientras tanto sus dos amigos, fieles escuderos, me daban bola a mí, lo que me llevó a pensar que eran unos chicos educados, y me entró la vena loca. Así que, a las tantas de la madrugada, cuando cerró el pub de marras, los invité a mi casa, con gran susto de Amparo. Llegamos a casa, el pretendiente siguió haciendo lo que ya hacía antes, los comparsas siguieron entreteniéndome a mí, y a las ocho o nueve de la mañana, ya no recuerdo, les pusimos de patitas en la escalera después de comentar ellos -buenos, muy buenos perdedores- que se lo habían pasado bomba con nuestro ninguneo. Así que, antes de irse escaleras abajo, comentamos brevemente lo poco que ya entonces -años ochenta- se practicaba el cortejo, lo divertido que era, lo que se podía estirar para prolongar la intriga, emoción, o como se quiera llamar. Pero, sobre todo, el valor que tenía por sí mismo como elemento de diversión, de adorno; de estética, en suma. Y nos hicimos amigos para siempre, como se suele decir.

        No hay más que contar.  La historia de la canción, de spotify y de mis recuerdos termina aquí, así que el resumen de esta entrada sería, más o menos, éste: A los viejos cualquier cosa nos lleva al pasado.  Así están el patio... y los años. 



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