Cuidado, el monstruo sigue ahí
Cuando he oído estos días en la televisión que antes de encontrar al asesino del niño Mateo en el pueblo de Mocejón hubo cientos de mensajes en las redes sociales destilando odio a los inmigrantes y a los "menas" y acusándolos del crimen sin ningún motivo, he recordado al marroquí que se presentó una buena mañana en el Centro Base de Minusválidos de Vallecas cuando yo era la encargada de atender al público. Allá hacia 2007, no tan lejano. El pobre hombre me contó la historia de su mujer, que había desaparecido con sus dos niños, española ella, y yo automáticamente pensé "ésa ya se ha cansado del marido y éste se cree que la han secuestrado o poco menos". Así que contesté a su petición con un amable no, explicándole que no podía darle una fotocopia de la minusvalía de su mujer (que era a lo que había ido) porque era un documento personal. Pues faltaría más. Para qué querría aquello si su mujer había decidido dejarlo.
Y entonces, casi entre lágrimas pero manteniendo la dignidad, me contó una historia de terror: Su mujer era de una familia de delincuentes compuesta por la madre, dos hermanos ladrones y traficantes y ella, minusválida psíquica. Vamos, cortita, lo que llamamos en la jerga una "límite" (inteligencia límite). Así que la pobre chica, que no tenía más amparo en la vida que su madre, obedecía a ésta, que, a su vez, obedecía a sus hijos varones (la chica era chica y, además, retrasada), que, a su vez, entregaban a su hermana "en prenda" cuando había algún percance en sus negocios con los traficantes mientras las cosas se enderezaban.
Así vivía aquella criatura hasta que se casó con el "morito", y fueron felices unos años, los que tardaron los hermanos en salir de la cárcel. Porque cuando volvieron a su "vida civil", los ínclitos varones reclamaron de su madre los antiguos manejos con la hermana, y la madre encontró la solución: Coaccionarla con las dos criaturas que había tenido con el marroquí; así que, cada vez que necesitaban "tomarla prestada", la amenazaban con quitarle a sus hijos, y, fiándose de su madre, ella se sometía a todo.
En ésas estaba el pobre hombre que tenía delante de mí: Alguien le había aconsejado que, como ella se iba voluntariamente con sus hermanos y en ese caso nadie podía hacer nada, pidiera su minusvalía para intentar tutelarla judicialmente y así poder retenerla en casa cuando intentaran llevársela con la excusa de que "ella quería irse"
Y ahí fue cuando el "putomorodeloscojones" hizo que se me saltaran las lágrimas, porque después de aquella historia, en lugar de despotricar contra sus cuñados, su suegra, el mundo cruel o el sursum corda, dijo la frase redonda: Y tengo que protegerla, que la pobrecita ya ha sufrido bastante.
Así que, para disimular, le pedí todo lo que se me ocurrió, aunque aquella historia era demasiado horrible para no ser verdad. Y le entregué una lista de documentos larga como un día sin pan, que a los dos días me trajo puntualmente, todos y cada uno de ellos: Certificado de matrimonio, copia de las denuncias en comisaría, libro de familia con los nombres de los niños, solicitud de la tutela judicial... Allí estaba todo. Y más. Porque también me había llevado una fotografía que me hizo entrar rápidamente en el archivo a buscar el expediente de su mujer y hacerle la fotocopia, a ver si mientras tanto se me secaba el lagrimón que se me había caído y no lo notaba nadie.
Y por qué me ha recordado esta historia la de Mateo? Pues porque todos somos racistas. Porque mi primer pensamiento, cuando llegó aquel hombre con pinta de poco dinero y piel oscura fue ser racista porque era "del sur" y pobre. Y yo no me creía racista. Pero hay que estar atentos, porque nuestras primeras valoraciones las tomamos también con nuestros prejuicios, que siguen agazapados ahí, en los rincones oscuros, hasta mucho después de que creamos que ya los hemos desterrado para siempre.
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