No é negra, é un lunar
Antonio Machín era un cantante de boleros cubano y negro, negro retinto, que llegó a España en la época en que los cubanos salían disparados de la isla en los años cincuenta, mientras pudieron. Porque un compañero que academia de inglés que tuve (que no me enseñó nada de inglés pero que mis padres se empeñaron en apuntarme "porque nunca viene mal saber cosas prácticas"), nos contó a mi prima Meli (mis padres jamás de los jamases se hubieran arriesgado a que fuera sola) y a mí que, para salir de Cuba a finales de los años sesenta o principios de los setenta, le habían obligado a cortar caña durante seis meses en un ingenio azucarero. Y a dejar en Cuba la mayor parte del dinero que tenía, también.
Pero Antonio Machín llegó antes. Y aquí triunfó con sus boleros, su traje blanco impoluto y su piel negra negrísima, como la melena de Lola Flores por lo menos. Y era raro. Porque el franquismo no era precisamente antirracista, más bien hablaba de "razas superiores" como la "raza española" (Vallejo-Nájera dixit), a la que no pertenecían precisamente los ciudadanos negros, ni siquiera los de antiguas colonias.
El caso es que Antonio Machín, cuando le preguntaban en sus actuaciones -sobre todo en Televisión Española, donde sólo se podía ver que era "un poco oscuro", porque la propia televisión era en blanco y negro-, si era negro, había encontrado la respuesta perfecta: Yo no soy negro, é un lunar. Y todo el mundo se partía de la risa. Y se establecía una muy bonita complicidad con aquel negro retinto que no se sabía muy bien si era un Michael Jackson adelantado o una persona que se sentía muy cómoda con su piel y su estatus de refugiado, acogido o, simplemente, artista.
Porque, aunque de momento no conseguimos como país -y no sé si alguna vez lo conseguiremos- acoger a los refugiados políticos de todas las ideologías, aunque no sean las del gobierno de turno, el caso es que los cubanos en eso tuvieron suerte, porque fueron bienvenidos en muchos países, bienvenidas inversamente proporcionales a las simpatías que cosechó el gobierno de Castro en el mundo occidental. Y yo feliz, porque me pirran los boleros, y bailarlos con Salva; y no me importa que sean de la generación de mis padres: El baile es el baile, y cuando encuentras una pareja que baila bien (y no sé cómo lo hace, porque tiene oreja pero no tiene oído), lo que te encanta es mover el esqueleto, y en pareja mucho mejor. Que lo canten Machín, José Feliciano, Gatica, Alberto Cortez... Sólo hay uno que no soporto, y es Armando Manzanero: Un ritmo melódico no es excusa para ponerle letras almibaradas hasta el vómito.
Pero me he ido por las ramas. Vuelvo a lo mío. Y lo mío ahora es que tenemos otro caso de negro-no-negro. Porque Trump, el inefable Trump, acaba de decir que Kamala Harris no es negra. Lo han tenido que repetir varias veces en las noticias para convencernos que hemos oído bien. No es negra. Pero tampoco ha dicho que sea un lunar. Porque Trump no tiene gracia. Ninguna gracia. Recuerdo cuando ganó las elecciones Obama: Me pareció un gran salto en la política estadounidense que el Partido Demócrata en sus Primarias confrontara un negro con una mujer, y ambos jóvenes. Pero en las siguientes los demócratas volvieron a elegir un hombre anglosajón y de la tercera edad, sin casi. Y no fue casualidad, porque, por segunda vez, ahora nos habían vuelto a proponer (porque el resto del mundo, sin poder votar, vamos a tener unos mandatarios impuestos) los mismos dos: Ambos viejos, ambos anglosajones, protestantes, hombres.
Ninguna gracia, vamos. Así que Kamala Harris vuelve a ser la esencia del Partido Demócrata, tal y como yo lo veo (que sólo veo los símbolos, porque no soy experta en política americana, pero los símbolos siempre dicen mucho): Mujer, joven, negra, y con madre india, como nos ha informado diligentemente Trump cuando ha querido quitarle la etiqueta de "negra".
Bien. No es un lunar. Es negra. Y mujer. Y con sangre de los autóctonos americanos. Y joven. Y demócrata. Veremos.
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