Sobre techos, nidos y algunos pensamientos

         Cuando mi padre compró nuestro piso en la calle de Salitre, Lavapiés, allá por los años sesenta, lo primero que hizo fue tirarlo y hacerlo nuevo. Realmente lo necesitaba: La distribución era espantosa, el suelo eran todavía las baldosas rojas y amarillas de la bandera nacional tan populares en los cuarenta y cincuenta, la cocina era de carbón... Total, que mi padre se puso en manos de un "maestro de obras" que se llamaba entonces, amigo suyo, y le encomendó hacer una vivienda moderna, con su salón-comedor, su cocina de gas, su cuarto de baño con media bañera -se llamaba poliván- porque no cabía más... En fin, todo nuevo. Y se le ocurrió que debían tener un sitio de almacenaje para maletas, herramientas de poco uso y trastos varios. Lo que ahora se almacena en un garaje, si tienes garaje.

        Por aquel entonces no había armarios empotrados, luego no había altillos/maleteros. Así que, buscando un sitio que hiciera las veces, y con aquellos techos tan altos -cuatro metros de techo-, al maestro de obras se le ocurrió que el mejor sitio era la cocina. A mi padre no le convencía mucho, porque bajar un techo a dos ochenta cuando el resto de la casa tenía cuatro metros le parecía que iba a cantar mucho. Pero entonces le sorprendió un argumento de su amigo, que afirmó que, si pintaba el techo de la cocina de un color oscuro -azul oscuro, de hecho-, nadie se iba a fijar en el techo bajo, simplemente porque el ojo iba a huir de mirar aquel techo oscuro.

        Y tuvo razón. Porque ni yo, que oí la conversación y me quedé muy intrigada con la idea de cómo el ojo puede engañar al cerebro, ni siquiera yo, que había oído el truco, me fijé nunca en que aquel techo era sensiblemente más bajo que el resto. Se me olvidó. Y eso que cada vez que mi hermano terminaba una caja de galletas maría de las de tres quilos, allá, a aquel maletero, se iba la caja llena de libros, que no me cabían en casa y sólo encontré aquel sitio para para poder seguir comprando y que no nos echaran a las personas.

        Así que ahora, que quiero hacer la obra que tenía planeada con Salva, porque quiero terminar todo lo que queríamos hacer juntos, pienso pintar el techo del cuarto de baño de azul oscuro. Y no es que el techo sea bajo, o que el baño sea  pequeño, no necesito engañar sobre la sensación de espacio. Todo lo contrario, quiero hacer más "nido", y no quiero tirar paredes para hacerlo más pequeño. Y se me ha ocurrido que, dándole una vuelta de tuerca a lo aprendido, quizá unos colores oscuros hagan los sitios menos diáfanos, más "capullos", ahora que no somos dos. Porque ahora mismo se me hace demasiado grande.

        Y aquí lo dejo. Sí, lo sé, viene a huevo hablar de que tenemos que estar atentos a los pensamientos diferentes, porque nos pueden abrir horizontes y dar nuevas ideas. Vengan de donde vengan. Sobre todo, de los que no piensan como nosotros, que son los que más nos pueden sorprender. Pero hoy no es ese día, como dicen en El señor de los anillos. Hoy es el día de pensar en acurrucarme en ese nuevo nido y dormir, dormir y dormir, a ver si se pasa el tiempo y el mundo es otro cuando despierte.



Comentarios

  1. Precioso terminar lo que planteasteis juntos.
    Ánimo con ese nuevo nido.

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