Buceando, buceando, se encuentran tesoros
Como ya habréis notado, esta temporada estoy un poco rarita, con lo que no os extrañará que haya vuelto la mirada a los clásicos, esos que nos llevan a un tiempo acrítico -de los tiempos pasados ya está todo dicho-, y, por tanto, tranquilizador, seguro.
Así que volví a mi penúltimo proyecto de lectura (que había tenido un poco abandonado), y en mi retomar lecturas que había dejado para más adelante he dado buena cuenta de En busca del unicornio, preciosa novela que, en su día, fue premio Planeta 1987. El que he leído es un ejemplar de la edición número 20, y eso es lo que me asombra y me alegra a la vez. Porque no es una novela fácil: Está tan bien escrita, tan bien ambientada en su época, que la lectura no es fácil para un lector poco habituado: Imita perfectamente un diario de viaje de un explorador -más que un soldado- del siglo XVI (aunque está fechado en 1498), con el inicio típico de muchos escritos medievales «En el nombre de Dios Todopoderoso, yo, Juan de Olid… y porque de toda obra son comienzo y fundamento Dios y la Fe Católica…», y la estructura, a partir de ahí, de un diario, que a los que hemos estudiado latín en el colegio nos va a recordar, con toda seguridad, la manoseada Guerra de las Galias, donde había páginas enteras de «Llegamos a un lugar llamado … y los que habitaban esas tierras eran… y nos enfrentamos en una batalla (o nos recibieron con gestos de amistad), y estuvimos con ellos unos meses para reponernos, y seguimos viaje...»
Juan de Olid, el protagonista, se debe a su rey, a su señor, a su misión y a los principios que tiene aprendidos de amor caballeresco, servicio al honor y a las damas y los modos y pensamientos cortesanos propios de la época, por todo lo cual se nos hace un personaje muy tierno, como todos los ingenuos, porque la historia sigue su curso y se la encuentra de bruces cuando termina su aventura y vuelve a Castilla después de veinte años.
En fin, una preciosa novela del desencanto, muy bien construida, mejor ambientada y con algunas reflexiones filosóficas que valen la pena.
Y siguiendo con novelas difíciles, no puedo resistir la tentación de comentar otra que tampoco es para principiantes: Aquel invierno, de Jorge Semprún.
Esta novela -que no es una novela- de Jorge Semprún no es para todo el mundo. Porque no es que sea complicada, eso podría interesarle a cualquiera, sino que es personal, entendiendo como personal su actitud al escribirla, que es escribir para sí mismo, más que para que le lean.
También es difícil, porque, si no sabes nada de algunos temas «políticos» (el estalinismo, los campos de concentración nazis, la resistencia en la Segunda Guerra Mundial, la clandestinidad en el franquismo), resulta duro leer algunas páginas: Semprún no se molesta en ser didáctico y explicar demasiado, sino que va directamente a las vivencias, la filosofía, las traiciones o, simplemente, la realidad contada sin adornos.
Pero si aún así os lanzáis a la piscina, cuando cojáis el libro sentaos cómodos, buscad un lugar silencioso y no tengáis prisa, porque cualquier distracción os hará prácticamente imposible enteraros de lo que estáis leyendo. Al menos eso me ha ocurrido a mí.
Porque la novela -si es una novela- combina las reflexiones personales -yo las llamaría sentimientos metafísicos, si eso existe- con la vida en Buchenwald, con la sensación permanente de irrealidad y no-ser que provoca tener vidas ficticias y nombres ficticios en la clandestinidad del franquismo, con la historia del estalinismo y los gulags -narrada a través de anécdotas y experiencias personales-, con una sensación de, yo diría nostalgia, de la juventud, que es la única etapa de la vida del autor que le parece real.
Pero no es un libro triste ni oscuro, porque lo cruzan ráfagas de elementos poéticos, de paz, escenificados en la nieve, el sol, los domingos de invierno, los paisajes… Y eso, tal y como está estructurado el libro, es un hilo conductor que da mucha paz al lector y le ayuda a seguir leyendo una historia terrible, pero que ha sido la historia de Europa, contada por alguien que vivió lo que cuenta.
Bonitos comentarios de, habrá que comprobar, buenos libros.
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