Me joden los vagos
Esta mañana he ido al pueblo a darme un garbeo para airearme, no sea que me salgan raíces de quedarme en casa, y he aparcado en una plaza de parapléjico, como llamo a las plazas de minusválidos; una plaza rara, colocada en batería en un sitio donde casi siempre la ocultan los camiones que descargan bebidas a los tres restaurantes que ocupan, en fila india, ese tramo de la calle principal del pueblo.
Y me doy mi garbeo, que consiste en leer un ratito el libro que toque -mis libros siempre han paseado conmigo- en uno de los bares del pueblo; luego salgo, y, para que baje un poco la cerveza antes de coger el volante, compro en la carnicería, la panadería, la frutería o el chino, según toque, o paso por la papelería para escanear algún documento -últimamente eso del escaneo lo tengo a la orden del día, que no se diga que las burocracias varias (telefonías, compañías de la luz, del gas, clubes de vacaciones, oficinas de Hacienda, comunidades de propietarios y un largo etcétera) no se esfuerzan en distraerte cuando se te muere alguien, que lo intentan y con mucho ahínco.
Pues, siguiendo el hilo, vuelvo de mi paseíllo, que no llega a paseo, y me encuentro con un coche cerrándome el mío. No pasa nada, la mujer está al volante. Me dice que si voy a salir, y, pensando que quiere aparcar, la aviso: Es una plaza de minusválidos. No quiere aparcar: Es un momento, el niño -siete, ocho años- entra en el bar y sale. Y El niño entra en el bar, pero no sale. (Por cierto, ¿quién encarga a su hijo que entre en un bar solo? ¿O mi mundo ya no es de este mundo?) Seguimos. Meto las compras en el coche, lo rodeo, entro yo (que me cuesta), me pongo el cinturón, bajo la ventanilla... El niño no sale. Espero unos segundos. Arranco. En ese momento veo que el coche de la mujer ha retrocedido para dejarme sitio para salir. Y salgo.
Y entonces, oh, sorpresa! es tan vaga la tía ésta que, por no retroceder uno o dos metros más, no me ha dejado sitio para salir, y oigo el crash que se oye cuando las hojalatas llamadas chapas de nuestros dos coches se dan un besito. Y entonces la vaga, que primero me ha cerrado por no aparcar bien a diez metros del bar y bajarse del coche (precisamente me había fijado que ese día, como casi siempre, había docenas de sitios para aparcar a lo largo de toda la calle principal del pueblo); luego se ha quedado en doble fila por no dar una vuelta a la manzana mientras yo salía, y por último no ha reculado lo suficiente como para dejarme maniobrar, ¡se pone a gritar no sé qué!. Así que le saqué el dedo en un gesto no muy fino y salí disparada, pensando para mis adentros que seguramente no habría aprendido nada, pero yo lo había intentado. Esa dentro de unos años iba a tener culo de costurera, como decía mi compañera Carmen cuando alguien se pegaba a la silla y el pegamento fraguaba.
Y tampoco es por hacerme la mártir, pero está muy, muy mal gritarle a una pobrecita minusválida como una servidora, que cuando me asombré del grado de minusvalía que me daban, me dijo la médica un "Guapa, es que no respiras" que me dejó muda para una temporada.
Por cierto, mi coche no tuvo secuelas, y el niño, a todo esto, no había salido.
Efectivamente. Me has hecho sonreír en uno de estos kit-insomnio-kat que me toman al asalto de un tiempo a esta parte durante las madrugadas…supongo que las fractura del hombro aun consolidándose, tampoco contribuye a un sueño “de tirón”… voy a ver si ahora…. ☺️
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