La penúltima boda
La segunda generación del Clan Canals tiene a sus varones casados desde hace años, unos más años que otros, pero cupo completo; no así las chicas, que no habían picado hasta ahora. Afortunadamente, ayer "colocamos" a la primera (se decía "colocar" cuando yo era joven; los chicos ya nacían "colocados"), el año próximo cae la segunda. Como a las dos primas que quedan no las veo yo en esas mudanzas, he concluído que ésta es mi penúltima boda (por mi parte de Botas las novedades de este tenor se cumplieron hace tiempo), y ha salido buena.
El principio no parecía muy prometedor, ya que se trataba de un "bodorrio" de más de doscientos invitados en un cigarral de Toledo, o sea, caminos de tierra que te hacen maldecir por haber lavado el coche justamente la víspera, lista de cosas que no se pueden olvidar (medicamentos, cargador del móvil, cepillo de dientes) porque vas a dormir fuera, ropa para el "Día D" y para el "Día E" ... Y, para cumplir la tradición en estos casos, los olvidos de la vuelta a casa, cuando estás tan cansado y tan feliz de que todo haya salido bien que no te fijas y se te olvidan las fotos, la chaqueta... Y no se me olvidó la cabeza porque la tengo encima de los hombros, como decía mi madre.
Pero todo salió bien... . Espich nostálgio del padre de la novia, espich humorístico genial del padre del novio, votos muy sentidos de los ya cónyuges... A mí no me extrañó nada que todo fuera perfecto porque hay mucho perfeccionista en la familia, pero me pilló totalmente por sorpresa el bailoteo. Porque, cuando había empezado ya el sarao, se paró todo porque los novios querían entrar con una música concreta, así que, quietos parados todos, esperando la entrada: Y empieza a sonar I am believer, de The Monkees, ¡mi primer disco! Porque allá por mil novecientos sesenta y siete, en mi doce cumpleaños, mi padre apareció con un tocadiscos Philips "portátil", que era la última moda, y una colección importante de discos de zarzuelas. Así que el cumpleaños se convirtió en una gran bronca en la que le vine a decir, más o menos, y con palabras algo más gruesas y llorosas que ahora, que aquél no era un regalo para mí sino un regalo para él, que se lo podía meter por aquel sitio y que mi enfado iba a durar una eternidad. Con lo que mi pobre padre, totalmente descolocado, sacó la cartera y empezó a soltar billetes para que me comprara los discos que me gustaran hasta que mis ojos dejaron de soltar agua para mirar aquel respetable montón de papeles con los que me compré, asesorada por mi prima Meli, la experta por aquel entonces, los discos del hit parade (qué nostálgico suena ahora) de Los Cuarenta Principales. Y entre ellos estaba la canción que sonaba en aquella boda.
Así que me puse a bailar como una loca, y seguí bailando al ritmo de la música de los setenta, ochenta y noventa que siguió sonando hasta las doce, hora en la que a las Cenicientas y Cenicientos nos dijeron muy discretamente que a la cama, porque ya iban a poner reguetón, rap y otras melodías poco aptas para nuestros "ancianos" oídos. Pero antes de nuestra más bien ignominiosa ida a la cama, cogí por banda la novia, le pregunté por aquella excentricidad de inaugurar el baile con la música de los sesenta, y me contó la verdad: No es que el novio tuviera una grandiosa cultura musical, ni que fuera un forofo de los clásicos, ni que... No, era más sencillo: Le encantaba la peli Shrek y era su canción más importante, casi su leit motiv. Dos generaciones unidas por la música.
Y entonces me puse a pensar (no aquella noche; aquella noche, entre el baile y la cerveza tuve el cerebro y el resto del cuerpo con una ocupación al completo). Y caí en la cuenta de que Happy Togheter (The Turtles, vaya nombrecitos, eh?) también era el fondo musical de un anuncio y que de Good Vibrations (The Bee Gees) se hizo una peli del mismo nombre en dos mil doce. Tres de los seis o siete singles de aquella compra compulsiva. No sé qué fue de los demás, pero de todos modos, qué ojo tuve
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