El siglo de las luces
Si tuviera que hacer alguna diferencia entre literatura de la península y literatura latinoamericana, diría que se basa en dos aportaciones que hace la literatura de allá a la literatura en castellano. Una es el realismo mágico, que ya está más que estudiado, y la otra es la exuberancia en las narraciones y descripciones, al menos en aquellos países que tienen otra exuberancia natural como es la selva, exuberancia que no tiene nada que ver con la saturación lingüística con la que pretenden lucirse algunos autores que se dedican a poner un adjetivo detrás de otro hasta que hacen de cualquier descripción algo absolutamente farragoso e indescriptible, paradójicamente.
Pero volvamos a la otra exuberancia. Porque su máximo exponente creo que es El siglo de las luces, de Carpentier, y de él quiero hablar. Creo que me ha estado esperando tantos años, tan quietecito en su estante de la librería del salón, sin llamarme, esperando su tiempo, porque en otro tiempo probablemente me hubiera "saltado" más de un párrafo, como he hecho con tanta novela en la que era más urgente saber qué iba a pasar después que empaparme de la narración con todos sus rodeos, digresiones y morosidades. Pero hoy sí es es ese día, parafraseando a Aragorn, y he disfrutado leyendo, imaginando, viviendo, las aventuras, las desventuras, las ilusiones, las decepciones, las promesas y los engaños de los tres jóvenes protagonistas, que muy sutilmente -porque no son modelos ni arquetipos sino personas complejas, como somos todos- representan tres actitudes ante la vida: el conformismo, la rebeldía que persigue un ideal y la rebeldía sojuzgada pero que no ceja, y finalmente se libera
Esta es la historia de la Revolución Francesa en las Colonias, en concreto en las Antillas, pero es un fondo -un fondo muy importante, pero un fondo- sobre la estructura del texto, que en realidad trata de la evolución personal de los protagonistas. Esta evolución comienza en Cuba con unos adolescentes que se autoeducan hasta que llega el revulsivo de fuera en la forma de un revolucionario. Este revolucionario colma las expectativas de tres muchachos idealistas que buscan la aventura como fin en la vida, y a partir de su influencia los adolescentes toman diferentes caminos: uno no se atreve y se queda; otro abraza la revolución y se da de bruces con el desencanto; y la tercera tiene que elegir, a la postre, entre la revolución y el amor. Pero aquí no acaba la historia. Porque, cuando los personajes ya han llegado al final de su camino -que es el final de la revolución-, Carpentier da un giro maestro al relato, y en un homenaje a las mujeres (o eso me parece a mí) plantea una última vorágine revolucionaria en la que se sumergen los protagonistas con su última chispa de rebeldía para no volver jamás.
Así que sí, todo el libro es un exceso. Maravilloso. Apabullante. Asombroso. No sé qué más decir. Leedlo, y me apuntáis más adjetivos en los comentarios.
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