Amigas

Mi hija hoy me ha instalado spotyfy: Tenía muchas ganas de recuperar algunas canciones de los setenta que no guardo en disco, ahora llamado vinilo. Porque me gusta tener físicamente las cosas en casa, a mi alcance; y, como en los años setenta tenía dinero y pocos gastos, pude hacerme con una discoteca que no estaba mal; todavía no está mal, a pesar de la cantidad de ejemplares que presté, perdí o se estropearon en traslados, obras y otros eventos de ingrato recuerdo.

A partir de mediados de los ochenta dejé de oír la radio, fundamental para estar al día, y mis compras se fueron espaciando con alguna honrosa excepción, como Mecano o Sabina. Pero mis gustos y pertenencias se quedaron anclados en los cantautores -chilenos y españoles-, en un extremo, y la música anglosajona de los setenta -todavía no la música-disco, justo la anterior- por el otro. Caso aparte era Miguel Ríos, que no encajaba en ninguna de las dos categorías y era uno de los grandes. Los músicos de la movida ya se me quedaron lejanos, con sonido poco comparable con el buen sonido anglosajón (o de Miguel Ríos); eran un rock y un pop demasiado sencillos, pero no por haber ido a los orígenes, sino porque les faltaba sonido (para mi gusto), en una época en la que ya campaba a sus anchas el rock sinfónico de, por ejemplo, Moody Blues, que entonces (y ahora) me parecían unos genios.

Esas eran las disquisiciones que venían a cuento cuando comencé a seleccionar canciones para mi lista de favoritos. Pero, de repente, me encontré seleccionando melodías de los años sesenta, románticos, San Remo, twist y rock americanos de Chubby Checker o Paul Anka, y me quedé pensativa. No es mi época. Me gusta esa música, lo reconozco, pero no era mi idea para mi lista de favoritos, esas melodías que escuchas en bucle porque no te cansas, o porque te recuerdan algo. Y me di cuenta de que sí, que me recordaban algo.

Estamos en junio, y por la ventana del cuarto donde estoy escribiendo veo la piscina de mi casa, y a mi hija leyendo algo en la hamaca, pero no veo eso en realidad; si las lágrimas me dejaran seguir viendo algo, vería a la hermana de Mico saliendo de su casa camino de la piscina, con dos bandejas de sandwiches de jamón y queso, una en cada mano, en bikini y bailando al ritmo de Fats Domino (dawn, dawn, dawn, dawn, danbidubidú, banda sonora de American Graffiti, mil novecientos sesenta y dos, sueño americano), el tocadiscos a todo trapo, mientras Mico, su hermano y yo bailamos también en el césped, y hasta los dos perros de la familia parece que sacuden sus melenas al ritmo de la música.

La sigo viendo a menudo, en muchos sitios, pero ya no está. Murió de cáncer hace años. Podría contar muchos ratos y muchas risas, muchas noches sin dormir, haciendo que estudiábamos, pero sólo tenéis que pensar en una amiga para imaginarlo. Yo perdí una. Hoy, como tantas otras veces, y cuando menos me lo espero, la he vuelto a ver. Porque la sigo echando de menos.






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