¿Quién me ha robado el mes de abril?

Abril, marzo, mayo, junio... Primavera, flores, lluvia templada y no tan templada, tardes que se van alargando en las terrazas, tomando horchata, o cerveza, o café con hielo (¿alguien todavía pide blanco y negro?)... Rara primavera ésta, en que las flores han salido, sí, pero entre nevadas y lluvias heladoras, con los tulipanes del jardín vistos desde la ventana, porque si salía al jardín iba a empaparme los pies con la hierba crecida, que cuando está mojada las cuchillas de las segadoras patinan y no se puede cortar.

Y una ventana diferente, la de los vídeos del wattshapp: Desde casa, en pijama y zapatillas o vestidos y repeinados, qué importaba, hemos visto a sopranos cantando arias en los balcones, familias aplaudiendo a la policía, voluntarios montando un hospital en Madrid, museos, personas confinadas haciendo pan, haciendo gimnasia, haciendo el tonto, con su perro, con su niño, con su desesperación... Bueno, esa última (la de la desesperación, digo), he sido yo. Este virus tiene feo hasta el nombre: Covid 19. Como dice el chiste que ha corrido por internet: Dios, haz otra versión del 2020, que ésta tiene un virus. 

Cuando los científicos descubren algo, buscan entre los dioses y los héroes griegos, o en otros nichos -ahora que está tan de moda llamarlos así- igualmente prolíficos en palabras bellas y evocadoras, nombres para la nueva estrella, la planta desconocida o el descubrimiento del siglo, que quedará eclipsado por el nuevo descubrimiento del siglo del año siguiente o el lustro siguiente, pero habrá tenido su momento de gloria y un precioso nombre, prueba irrefutable de que fue importante para alguien.  

Este virus, no.

Covid-19. Para lo que va a permanecer en nuestras vidas, ya podían haberse esforzado  los del bautizo. Porque, ¿Cuál fue el Covid-18? ¿Y va a haber otro? ¿Covid-20? ¿En serio? Con la cantidad de Fast and Furious, Guerra de las Galaxias, Terminator y otros nombres familiares que ya van por la novena, séptima, undécima secuela, precuela, nocuela, ¿En serio le han puesto este nombre para decirnos que va a haber un Covid-20?

Porque los nombres deben tener relación con lo que nombran. No vale con decir que este virus está seriado porque es similar a otros que se llamaron como él. Ahora mismo, el Covid para nosotros es sinónimo, no de una familia de virus, sino de confinamiento, claustrofobia, impotencia...

Y prometo que no he querido frustrarme. Al principio decidí restaurar una cómoda antigua -nunca tenía tiempo, qué mejor ocasión-; pero cuando estaba terminando de lijar, se acabó la lija y, ¡sorpresa!, sólo se podía comprar por internet. ¿Quién compra una lija por internet, que la entrega es más cara que la compra? Y además, el transporte contamina. 

Así que me puse a terminar un puzzle que tenía abandonado, y ¡sorpresa otra vez!, cuando lo terminé no tenía cola blanca para pegar las piezas (no es grave, lo puedes deshacer y guardar en su caja, ya lo has hecho con otros). Pero éste lo quería enmarcar. 

Piensa. Puedes dedicarle más tiempo a practicar piano, que no se han suspendido las clases. Pero dar clase por zoom con el móvil apoyado en una esquina del teclado no tuvo mucho éxito.
 
Jardín. Tienes un jardín. Pues ni tocarlo, oye: Lluvia, nieve, lluvia otra vez, y, por fin, cuando llegó junio, del invierno al infierno, como dice el refrán de Madrid. Así que me rendí, y me frustré como todo el mundo, y me senté tranquilamente en el sofá, con el mando de la tele en una mano y la cerveza en la otra, y esperé y esperé, y cuando llegó este final descafeinado parece que la alegría, lo que se dice la alegría, había cogido la mochila y la puerta y se había ido sin despedirse.

El motor de curvatura también iba de este encierro y este virus, ¿Y qué ha cambiado? ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Sólo era el 23 de marzo, aquí, en la otra esquina de esta misma primavera. Pero en estos tres meses han muerto vecinos, amigos y familia, han vuelto los estudiantes viajeros que estudiaban fuera, hay colas para recoger comida que no había...  Sobre todo, han pasado tres meses. Tres terribles, largos, interminables meses sin ver a nadie, sin tocar, sin besar y sin abrazar.

Así que yo, en concreto -porque este blog habla de mí y mi circunstancia- he optado por la huída, o, si lo preferís, la evasión: En marzo, con El motor de curvatura, aposté por evadirme hacia el futuro, haciéndome una fantástica peli de cómo íbamos a aprender de la experiencia, y realmente lo espero. Ahora no sé muy bien hacia dónde huir, pero siendo optimista como soy, creo que al futuro otra vez. No es mala idea. Si la alegría se fue sin despedirse, será porque piensa volver, ¡no?




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