El amigo americano

         Llevo pensando varios días cómo comenzar este comentario. Y no me decido. Porque hay muchas maneras, y todas buenas.

        Una de ellas podría ser hablar de cómo este millonario estúpido llamado Trump ha tirado por tierra los intentos más nobles de algunos norteamericanos por no avasallar al resto del mundo. Y eso que el resto del mundo les ha animado en su intento. Ahí están para demostrarlo el Nóbel de la Paz a Henry Kissinger por parar el Y tú-más con la URSS y convencer a Nixon de que había que buscar la paridad armamentística y seguir con la política de distensión que terminara con Vietnam, el Yom Kipur y otros desafíos, porque los soviéticos no iban a permitir la supremacía americana y aquella escalada no iba a terminar nunca. Y después llegó el Nóbel de la Paz para Obama, por su cambio en las relaciones con los demás, que pasó del "Conmigo o contra mí" de Bush a la multilateralidad, que básicamente es "Se puede llegar a algún acuerdo, por pequeño que sea, con todo el mundo". Claro que Kissinger era de origen alemán -es decir, rarito, europeo- y Obama, obviamente, negro, y negro de Hawai, no del profundo Sur - es decir, también rarito-.

        El segundo comienzo viene a ser una reflexión sobre la supremacía blanca, la supremacía del dinero, la del "Make American great again" (espero haberlo escrito bien), que, naturalmente, cura las heridas de autoestima que provocan el paro, la pobreza, el aburrimiento, la falta de expectativas... y que explica, por esos mismos motivos, que Trump no tenga preeminencia sólo entre el anglosajón blanco, sino también entre inmigrantes, mujeres, colectivos en general a los que ha despreciado y ninguneado, pero que, igual que los conversos, se sienten más americanos que los propios americanos de cuarta generación; es más, ellos se sienten más orgullosos todavía, porque lo acaban de conseguir, y generalmente con sangre, sudor y lágrimas. Puros conversos, vaya. 

        A partir de ahí, decirles Trump que América volverá a ser grande es decirles que ellos serán grandes, es decir, anglosajones altos y rubios, y, a ser posibles, gordos por tener comida de sobra. Que es lo que les llevó a los Estados Unidos de América a los primeros inmigrantes: El hambre. Y es de lo que se aprovecha Trump: He oído demasiadas veces en esta campaña electoral esta frase, dicha por personas muy diferentes: "Es un hombre que se ha arruinado tres veces y ha vuelto a ser millonario las tres veces". El sueño americano.  

        Hace unos pocos años, pero no muchos, se estrenó una peli llamada "En busca de la felicidad". En ella un padre -Will Smith- luchaba por abrirse camino para proporcionar una vida feliz a su hijo pequeño. Pero esa vida feliz, después de un montón de peripecias, algunas realmente traumáticas, se resuelve en que el padre consigue hacerse millonario y fundar su propia empresa millonaria, por cierto, de economía financiera; vamos, de ese tipo de empresas que no crean nada, sino que especulan con el dinero de los demás. Sueño americano en estado puro.

        La tercera vía, y quizás la que mejor explica la mentalidad del americano medio, sería comenzar por recordar que América fue, tras su descubrimiento, un lugar especial para los idealistas que creían que allí podrían construir un"nuevo mundo", una tierra prometida, partiendo de cero. América era la posibilidad real de construir la utopía. Y así llegaron los pilgrims del Mayflower, dispuestos a imponer su sociedad (bíblica) perfecta. Pero de querer construir una sociedad perfecta a sentirse superiores sólo hay un paso; y de sentirse superiores a montarse la política supremacista actual, cuando ya has incluido en tu ADN que formas parte de una sociedad perfecta, la del "sueño americano", no hay un paso, sino un pasito. Sobre todo, si Dios está contigo. Porque hay algo muy curioso en todos los políticos americanos: Rezan continuamente, por todo y por todos. O eso dicen.

       Todavía hay una cuarta vía, y, si rebuscara un poco, una quinta y una sexta, pero esto ya es muuuuy largo y creo que mi intención ya ha asomado la patita: A ver si se va este niño mimado, que, desgraciadamente para el mundo occidental, decidió hace cuatro años que su patio de juegos era la Casa Blanca, y comienza a gobernar el sentido común. Aunque, realmente, conmigo el sentido común no está siendo muy amable, porque, cuando me pongo optimista, me recuerda que el presidente electo tiene 78 años. 

    Veamos: Trump, hombre, blanco, viejo. Biden, hombre, blanco, viejo. Primarias del Partido Demócrata en los Estados Unidos de América de 2012: Hillary Clinton, mujer, blanca, joven, contra Barak Obama, hombre, negro, joven. Una mujer contra un negro, primera vez en Estados Unidos, Hurra por el Partido Demócrata!

      Lástima. Ocho años después, todavía tendremos que esperar a que en algún momento del futuro demuestren que quieren cambiar algo. Espero que, al menos, ahora sí cambie el trato que les dén a los próximos George Floyd. Los ciudadanos norteamericanos se merecen otra oportunidad.







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