Si tú me dices Ven es un bolero

             Malena es un nombre de tango, decía Almudena Grandes, esa gran escritora a la que doña Isa..., émula de doña Espe..., no le ha querido reconocer el genio, sólo por ser quien era y escribir lo que escribía. El rencor, la indiferencia o el desprecio hacia "los otros", es algo muy habitual entre los poderosos de escasa catadura moral, aunque hay otra hornada -y no pocos, afortunadamente- que se creen eso de "nobleza obliga" y se comportan como lo que deberíamos ser todos: buenas personas, amigos de sus amigos y buenos ciudadanos. 

              Pero esto iba a ir de otra cosa, y me ha pillado por el camino la muerte de la autora de El lector de Julio Verne, una de las novelas más risueñas, románticas y aparentemente ingenuas -está contada desde la perspectiva de un niño-, de la literatura del siglo XX, a la altura de El camino o Alfanhuí.

            Así que, volviendo al título, que, evidentemente, está copiado del título de su novela, diré que esto va de adoraciones. Porque decir "Si tú me dices ven, lo dejo todo", es adorar. Y eso es malo. Muy, muy malo. Malííísimo. Así que, como sé que parece romántico, precioso, el colmo del amor, creo que se merece un pequeño comentario. Pero no el cliché, no, sino la realidad, la adoración en lo cotidiano, que existe, doy fe. Porque le ha pasado a gente que conozco. 

            No voy a hablar de esa doctrina que mantiene que las mujeres deben "adorar" a su pareja porque sólo las relaciones desiguales y saber cuál es el lugar de cada uno tiene éxito. Esa situación se ha dado mucho, pero no son el tema de esta historia las relaciones desiguales del machismo. Esto va de las otras relaciones desiguales, aquellas en las que las mujeres son el centro. Porque hay muchas que no quieren, ni por activa ni por pasiva, ser el centro de otro ser humano.  De hecho, es motivo de ruptura de parejas, como he podido comprobar desde hace años, y, últimamente, con la hija de una amiga, que se separa precisamente por eso: porque su marido la adora.

        Y es que la adoración está hecha para los seres perfectos. Todavía recuerdo de mis clases de religión aquello del culto de dulía (para los santos) y de latría (para Dios), y siempre me quedaba la duda de la hiperdulía, palabras todas ellas misteriosas, pero tremendamente sugerentes. Cuántas posibilidades de captar la imaginación tienen las palabras exóticas, y qué peligroso es que se utilice.

            Pero volviendo a esta charla, la hija de mi amiga se separa porque su marido la adora. Esto puede parecer paradójico, pero no lo es. Tengo otra amiga (es lo que se dice siempre, para qué vamos a buscar otra fórmula) que tuvo un pretendiente. Ese pretendiente le decía cosas como "eres más guapa que una actriz de cine"; le daba siempre la razón, no le encontraba defectos y, a pesar de ser sólo "amigos", a ella le costaba un potosí convencerlo de que se fuera de excursiones, viajes, y, en general, de que se construyera una vida sin ella. 

            A pesar de ello, él le seguía consultándola sobre sus novias, sus proyectos, sus trabajos Y ella se sentía culpable. Porque no sabía cómo no podía querer a alguien que no le encontraba defectos, que la adoraba, que la encontraba perfecta. Pero era una carga pesadísima: Tenía que medir sus palabras porque nunca sabía cómo las iba a interpretar; tenía que controlar sus gestos de afecto para que no fueran malinterpretados: tenía que estudiar en qué momento podía decir algo positivo sin que "el otro" se embarcara en un carrusel de ilusiones. Tenía que impedir, en suma, que una persona concreta, vivita y coleando, se le echara a la chepa y le hiciera responsable de su vida. Por amor.

            Así que es muy duro, durísimo, sentirse culpable, estar obligada a ser una borde con personas a las que realmente quieres. Pero es que tiene un precio. Mi amiga (seguimos con la máscara) no sabía si había más gente como ella, pero encontró a otras. Es verdad que en un período de tiempo realmente largo (una cada diez años, aunque esto no dice mucho porque estas cosas sólo se cuentan al psicólogo, al psiquiatra o a los amigos íntimos), pero, a pesar de las pocas experiencias compartidas y el paso del tiempo, la pauta quedó clara: El poder absoluto corrompe absolutamente. 

            Porque el problema de los adoradores es que te hacen peor persona. Cuando alguien que está a tu lado cree -sinceramente- que eres perfecta, al principio aumenta tu autoestima, y lo agradeces; después se hace algo molesto, porque sabes que tienes defectos y te parece artificial tanta coba; y, por último, cuando te das cuenta de que es genuino, que se lo creen de verdad, empiezas a creértelo tú, y te conviertes, poco a poco, en un ser irritable, que no soporta una crítica; impaciente, que no puede esperar; y, sobre todo, despótico, porque ¿cómo se puede llevar la contraria, o poner un simple pero, a alguien perfecto? Así que hay que cortar antes de llegar a ese límite, y, por supuesto, cuando cortas, como no puedes dar un motivo razonable, te sientes culpable, y -no se sabe si es peor o igual- los demás también opinan que lo eres y te señalan por mala, por egoísta, por corazón de piedra y otras lindezas que se les van ocurriendo según se van convirtiendo en furias vengadoras del pobrecito inocente cuyo único delito ha sido adorarte a tí, la peor de las mujeres.

        Y te aguantas. Hasta que, de vez en cuando, salta otra historia como la tuya y miras de reojo a la interfecta y os reconocéis, y entonces piensas que para algo sirvió lo que hiciste, para que otras no se sientan culpables por ser humanas y no querer ser diosas. Los dioses, al Olimpo, que es donde tienen que estar. Porque si yo te digo ven y lo dejas todo, no vengas, por favor. Ya sabes lo que hay. 






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