El barrio

      Ayer comí con mi hija en Madrid.  Quedamos en el foro para ir a eventos, o simplemente para vernos de vez en cuando, y ayer fue uno de esos días. Y, casualmente, esta vez el restaurante estaba al lado de un comedor social al que yo había asignado muchos usuarios en mi etapa de la Comunidad de Madrid dedicada a los servicios sociales. Y, de unas cosas a otras, acabamos comentando que yo tenía un bar de referencia en mi calle de Lavapiés -ya sé que ahora está de moda, pero yo nací y viví allí durante cuarenta años, y, como soy gafe, sólo se puso de moda unos añitos después de haberme ido- : El Barbieri. Y ella me comentó que sólo tenía una frutería de referencia -muy importante, es vegetariana- en su nuevo barrio, la Prospe. La cosa se quedó así, hasta que, horas después, recordé que yo también tuve una frutería de referencia: La de mi amigo Abraham y su mujer, Carmen, en el mercado de Antón Martín. 

        Cuando te veían entrar al mercado, si eras de los que llamaban "de los suyos", te saludaban con un "Hola, camarada", a voz en grito, sobre todo él, más escandaloso que ella. Y si por casualidad cuando llegabas estaba su amigo Pedro, dueño de un restaurante en el barrio donde, se decía, iba de vez en cuando a comer Santiago Carrillo, ya tenías que apuntarte al menos diez minutos a la tertulia que se montaba, so pena de dejarles alicaídos y pensando si te habían ofendido en algo. En seguida me acostumbré a tratarles igual, gritando ¡camarada! cuando les veía, gesticulando y echando unas risas, y sorprendentemente empecé a ser más desinhibida y alegre sin saber cómo.

        Porque si miro hacia atrás, la gente espontánea y desinhibida -los Toni Manero- siempre me han alegrado la vida, aunque quizás tenga algo que ver mi barrio, lleno de gente joven que venía desde los barrios periféricos, paraban en Atocha y nos llenaban las calles de pandillas vociferantes pero alegres, divertidas y sin pizca de mal hacer. Una vida de barrio que pervive hoy en algunos de ellos con sus cambios obligados, claro: En lugar de mercerías, ferreterías, alguna papelería -que no librerías, eso era más difícil de encontrar- y, sobre todo, tiendas de arreglos, ahora hay chinos, locales de fitness, tiendas de apuestas -una de las pestes de nuestro siglo- y, antes y ahora, bares, muchos bares y restaurantes caseros. Las cotillas actuales parece que dividen su tiempo entre investigar la vida de sus vecinos y seguir los realitis de Tele Cinco, así que son menos dañinas, por lo cual estaré eternamente agradecida a la televisión basura y los/as hermanos, hijos, primos, amantes y vecinos de las/los Carrasco, Matamoros, Dúrcal, -y me vais a perdonar, pero tengo que poner un etcétera porque no me sé más personajes de esta fauna-, dicho con todo mi agradecimiento y simpatía, ya que han conseguido que mi vida sea más privada que antes.

            Y no sé muy bien a dónde quiero llegar esta vez, salvo a proclamar que estoy feliz de que a mi hija le guste la Prospe, y que ya tenga frutería de referencia, que haya encontrado una mercería donde, además, dan clases de todo tipo de bordados y puntos de aguja, tenga un restaurante dominicano  muy agradable a la puerta de casa donde hay platos vegetarianos, un gimnasio que le gusta y, claro, el mercado. Todavía tiene que localizar la librería del barrio, pero todo se andará. Mientras tanto, están Amazon y los libros de mamá.

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