Del pasado al futuro, pasando por un bautizo
Hace unos días asistí al bautizo de una sobrina nieta, la octava cronológica, pero la primera a la que bautizaban. Y debo confesar que fue una muy agradable sorpresa, no sólo por el día tan especial -que lo fue-, sino por la protagonista, una pequeña buda muy sabia que no lloró ni una sola vez, que sonreía a todo el mundo y que parecía en su salsa entre toda aquella gente, de unas manos a otras y sin afectarle lo más mínimo tanta movida: Habituada a ser prota desde el primer momento. Como debe ser.
Y la ceremonia no fue menos sorprendente. El oficiante -queda más elegante que cura, espero- fue de lo más cercano y coloquial, y nos hizo un precioso (instructivo también) viaje por la simbología del sacramento, desde el significado del agua (un nacimiento espiritual, después del nacimiento biológico) hasta el del aceite (como se unge a los luchadores antes de los combates, se unge al nacido para que sea un luchador por su recién adquirida fe), pasando por el significado del blanco (el color de las túnicas con las que se cubría a los bautizados en el Jordán en los primeros tiempos del cristianismo). En fin, una "inmersión total", como se dice ahora, en el significado de símbolos que creo que nunca nos habían explicado tan bonita y fácilmente a la mayoría de nosotros.
Pero lo realmente único llegó después, en la "confraternización" que suele seguir a estos eventos. Porque aquí, para mi asombro, a mi cerebro le plantearon un salto en el vacío, desde el confort de lo sabido -el bautizo- a la ciencia ficción más delirante por posible, casi real, puesto que su realidad está a la vuelta de la esquina, si no está ya entre nosotros: La inteligencia artificial. Porque hablando de todo con todo el mundo en la otra ceremonia, la del moderado bebercio, -moderado porque casi todos teníamos una edad- me topé con una interesantísima conversación con mi sobrino informático, que hablando, hablando, me soltó la bomba (que para él no lo era, claro): El mundo informático ha dado un salto cualitativo y ya no trata de "trabajar" acumulando probabilidades a partir de estadísticas infinitas, sino que los nuevos tiempos intentan imitar al cerebro humano y sus conexiones neuronales; hablando en cristiano, ya no se trata de trabajar con lo conocido, sino de dar saltos en el vacío, como hacen nuestras neuronas.
Pillada! Me queda muy grande adaptarme a esto ya. Y no me refiero sólo a este avance que tampoco estará tan cerca -espero-, porque, después de todo, si los científicos todavía no saben cómo funciona el cerebro humano, ¿Cómo otros científicos van a ser capaces de replicarlo? Pero, aunque no llegue a ver esto -que no llegaré-, me asombró comprobar cómo, de la manera más natural, tuve que dar un salto mental de más de dos mil años en una misma mañana. Y fue una situación excepcional? Pues no. Y despertó mi curiosidad? Pues, para mi tranquilidad, debo confesar que sí me sentí curiosa. Pero no sé cuánto más me durará el cerebro.
Me siento muy, pero que muy vieja. Menos mal que estoy jubilada. 😆
En menos de un siglo hemos hecho cambios de cientos de años por lo menos. Con luces y sombras
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