El ocho de marzo y Carla

        En la facultad de Políticas y Sociología, allá por el año 1976, había una asignatura en cuarto que se llamaba "Cultura y Personalidad". Era del grupo de Antropología Social, y la habíamos elegido como optativa las Tres Marías, para los no-iniciados Lili (con apellido compuesto), Mico (también con apellido compuesto) y yo (con apellido muy corto, aunque muy sonoro). Las Tres Marías que respondíamos mejor al Trío Las Panchas, porque lo dejábamos todo para última hora. Como el trabajo de fin de curso de la asignatura apuntada antes. Porque los trabajos de fin de curso, muchos y diversos en aquella facultad, tenían su ritual: Lili aportaba sus ganas de juerga y sus tentaciones para no dar ni chapa, Mico ponía su preciosa casa en la periferia de Madrid y yo hacía el trabajo mayormente.

        Secuencia estándar: Después de la facultad, (nocturno, es decir, a las 22 h), íbamos a casa de Mico a "trabajar"; pero, ah, primero había que tomar algún tentempié, que duraba hasta casi la hora en la que llegaban (si era viernes) los hermanos mayores de Mico con sus amigos, y, cómo no, nos sumábamos a la juerga, porque, total, teníamos toda la noche para hacer el trabajo. Se iban los amigos, y Lili y Mico, Mico y Lili, se las apañaban para seguir hablando de cualquier cosa, mientras yo protestaba, esperando -tenían experiencia- que yo me rindiera y me pusiera a trabajar sola. En ese momento comentaban que estaban cansadísimas y se iban a dormir, porque, total, para lo que iban a participar, dado que yo ya tenía el trabajo prácticamente resuelto... Al día siguiente, el padre de Mico me llevaba a la puerta del banco donde trabajaba mientras las otras dos patas del banco seguían durmiendo plácidamente. Pero todo estaba bien. 

        Hasta que llegó aquel trabajo de fin de curso. Porque aquella vez, Mico vino con un encargo, o, como se decía en mi familia cuando algo era inasumible, "una embajada": Permitir firmar nuestro trabajo a una tercera persona amiga suya, que conocíamos de referencias poco caritativas entre nuestros compañeros. Pero aceptamos, porque, total, de tres a cuatro firmantes de un trabajo no había demasiada diferencia, ¿no?

        Así que llegamos a la entrevista con el profesor, y nos propuso un plan inédito en aquella facultad: Nos firmaba ya un notable sin leer el trabajo, o nos arriesgábamos a esperar, y ya nos diría la nota que nos merecíamos. Yo, a aquellas alturas del curso, estaba cansada, muy cansada, así que valoré volver a ir a la facultad en verano a buscar la nota sin autobuses, sin coche, después de trabajar, con calor... Intriga no tenía, porque ya tenía un notable en la mano... así que dije que yo quería el notable. Fui la única. Todas confiaban en mí.

        Y sí, las demás tuvieron su sobresaliente. Las tres. Que no habían dado ni golpe, pero sobre todo Carla, que no era de la pandilla, que ni siquiera nos caía simpática, que simplemente "le había echado morro", como se suele decir... Sobresaliente.

        Y ahora me diréis: ¿Y qué tiene que ver esto con el 8-M? Pues mi inconsciente lo sabe, aunque yo sólo lo tengo medio claro. Pero cuando Margarita Robles, una mujer que no es famosa precisamente por querer destacar, dijo -con una cara que había que verla- aquello de "Hay mujeres que se creen que el feminismo no existía hasta que no llegaron ellas" , me vino a la memoria. Será por aquello de que algunas se pirran por ponerse medallas que no son suyas. 

        Por fortuna, las y los feministas pasan de la foto y siguen a su bola.

        Y prometo no volver a hablar de política hasta el año que viene, por lo menos.

















Comentarios

  1. Es cierto. Como tú bien dices hay gente que se pirra por ponerse medallas que no son suyas. Lo peor de todo es que, además, suelen ser los más incompetentes y los que menos se lo merecen.

    Una pena. Bueno, una pena y una injusticia.

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