Una fiesta en blanco y negro

         Hace pocos días me pidió mi hija que le escribiera cómo era este país cuando yo era pequeña, porque no tiene demasiadas referencias del pasado: Las cosas han cambiado tanto que no puedes imaginarte cómo era por lo que ves ahora, ni los mayores hablamos de ello, así que la nueva generación no tiene recuerdos, ni siquiera prestados. También es verdad que nosotros -sus padres, me refiero- tenemos más años que la mayoría de los padres de sus amigos/as, así que justito justito nos tocó vivir la transición, no sólo política, sino también la económica, la de los años sesenta, y lo podemos contar. Sobre todo yo, que he pasado por toda la escala social: Desde un pisito de cincuenta metros en Lavapiés donde vivíamos ocho personas, con niños jugando a la pelota en la calle y vecinas que se asomaban al balcón y tocaban diana al grito de Pepitooooo, A comer!, hasta mi vida tranquila en una urbanización de la sierra ahora, de jubilada.

        Así que, pensando en ello, he retrocedido a los Primeros de Mayo de mi infancia, porque son para recordar. Para empezar, porque no se llamaban Primero de Mayo, eso era "de rojos". Tampoco al color rojo se le llamaba rojo en aquella época: Como no se cansaba de repetirnos la jefa de estudios del colegio, las niñas no teníamos vestiditos rojos, teníamos vestiditos encarnados. Y todavía en los años setenta, en cierta terraza de un barrio de Madrid, cuando pedí un vermú rojo, me corrigieron: se pedía un vermú de color.

        En consonancia con todo ello, los Primeros de Mayo se llamaban Fiesta del Trabajo: Con el Sindicato Vertical había paz social por decreto, porque, representados todos los estamentos como estaban en el tal Sindicato, nadie podía protestar con razón. Como la Unión Soviética, que era un Estado tan perfecto que el disidente tenía que estar loco y lo encerraban en un manicomio; aquí los encerraban en la cárcel, pero estaban igual de locos. 

        Total, que era un día de fiesta, y, como toda fiesta que se precie, tenía su evento especial, en este caso La Demostración Sindical, que era una exhibición de gimnasia de algunos cientos de obreros traídos de todo el país al estadio Santiago Bernabéu, el estadio del Real Madrid, para hacer unas tablas de gimnasia preciosas, con figuras de flores, grecas, cuadros y otras composiciones al ritmo de la Marcha Radetzky, que me encantaba y me sigue encantando.

        Naturalmente, la Demostración Sindical se retransmitía por el único canal de televisión de la época, banco y negro y televisión pequeñita colocada en el centro del mueble que casi todas las casas tenían en el cuarto de estar -se llamaba "el salón", si era algo más grande- de pared a pared: armarios en la parte baja que hacían de aparador, un hueco para la televisión, otro estante con puerta que era el mueble-bar, algún cajón en la parte media y el resto estantes donde se colocaban las enciclopedias que se vendían por fascículos en los quioscos, como el Diccionario Enciclopédico Monitor (no recuerdo si doce o trece tomos), o, años después, la colección Fauna  de Félix Rodríguez de la Fuente (diez tomos, ésa sí la recuerdo).

        Y qué pasaba con las reivindicaciones obreras? Pues no existían, claro. Aunque había algún cabo suelto, porque la víspera del primero de mayo, en nuestro colegio -que estaba en la calle de Atocha- los padres tenían que ir a buscar a sus hijas, aunque fueran mayores, si salían después de las seis de la tarde, porque, a partir de esa hora, había "algún loco que protestaba" y aquello se llenaba de policías: Las manifestaciones subían siempre por la calle Atocha, generalmente desde el Paseo del Prado, para terminar en la Puerta del Sol o vaya a saber dónde, porque siempre se disolvían antes de llegar a destino por obra de la Fuerzas de Seguridad del Estado, que pongo en mayúsculas porque eran muchas y, doy fe, muy altas, cachas y bien pertrechadas. 

        No sé hasta cuándo duró aquella Demostración Sindical. Tengo que mirarlo en San Google, aunque quizás ni siquiera él lo sepa. Pero la Marcha Radetzky, como el Intermedio de Carmen -que era la banda sonora de los festivales de gimnasia del colegio todos los finales de curso- para mí siempre estarán asociadas a unas tablas de gimnasia perfectas que tan pronto eran flores como palabras, círculos, fuentes o cualquier otra cosa, pero todas ellas preciosas, vivas y cambiantes. Incluso en blanco y negro.

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