Memoria traidora
Después de mi comentario en este blog sobre los domingos de mi infancia, y guasapeando con mi prima (una de mis primas, sin nombres) sobre las paellas de los domingos, hablamos de que la rutina en su casa también era misa, aperitivo de boquerones en vinagre en el bar del barrio y paella.
Misa... La misa del domingo... Cómo se me pudo olvidar la misa del domingo, si yo también la tenía integrada en mi rutina festiva? Y entonces comencé a recordar algunas anécdotas, propias y ajenas, sobre los olvidos interesados. Porque los psicólogos, los médicos -o ninguno de ellos y son otros los especialistas implicados-, ya tienen una teoría sobre qué olvidamos y por qué. Y lo que olvidamos son dos tipos de cosas: Las que no nos aportan, y las que necesitamos olvidar porque no podemos entenderlas, asimilarlas, integrarlas, cada uno que le ponga el verbo que le plazca.
Entre las primeras está mi Misa de los domingos, que nunca recordaré en mi barrio y mi parroquia, aunque sí tengo memoria de algunas misas en mi pueblo de veraneo, Las Navas del Marqués, donde el párroco era tan retrógrado (estricto, en lenguaje políticamente correcto) que, en los años sesenta, negaba la comunión a mujeres con pantalones o sin velo en la misa, por no mostrar el debido respeto a la ceremonia con su indumentaria "indecente".
Pero voy a la memoria selectiva de lo inasumible. E inasumible fue, en su día, la historia que me contó la tía Quini, tía de mi marido, y que había olvidado durante años: La imagen de una miliciana tirada en la calle, muerta, y de su edad: una adolescente como ella, encontrada a bocajarro cuando había salido a buscar leche, pan o lo que fuera que necesitaban ese día. Creo que leche. Si no recuerdo mal. Pero ella sí lo recordó mal, o no lo recordó, durante años, aunque, al cabo del tiempo y cuando consiguió integrarlo, sospechó (y más que eso) que en su decisión de ser enfermera cuando tuvo edad estuvo presente aquella imagen que todavía no había procesado pero que le marcó su futuro.
Mi memoria selectiva abarca también varios episodios, que quiero pensar que, si ya los recuerdo, significa que los he superado. No son para contarlos aquí, pero estoy feliz de haberlos recordado, porque, según esos sesudos científicos a los que he aludido antes, si los recuerdo es porque soy lo bastante fuerte como para colocarlos en el lugar que les corresponde en mi vida y en mi memoria. Y, realmente, las lagunas de la vida y de la memoria nos hacen más vulnerables, así que, como Todo es bueno pal convento, ¡Bienvenidos los malos recuerdos!. La vida tiene que ser completa, y, para vivirla con plenitud, no se puede tachar nada.
Creo que he dicho algo muy profundo. O igual es sólo que hace calor...
Tachar no conviene por muchas razones
ResponderEliminarY los que pensamos no poder superar, los modificamos 😜
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