Cuánto hace que no hablo de libros?
Estoy leyendo La forja de un rebelde, la novela mítica de Arturo Barea. Bueno, mítica para los jóvenes de izquierda en los años setenta, como era yo. Precisamente la estoy leyendo ahora, y no entonces, porque siempre me han dado mucha prevención los libros fetiche, como era éste. Y no es que hubiera pocos: Estaban Siddhartha y El lobo estepario, de Hermann Hesse, tan tontitos, tontitos, sobre todo Siddhartha, reduciendo toda una filosofía a cuatro bobadas; y Rebelión en la granja, de Orwell, magistral, para leer y releer sin cansarse; y Los principios fundamentales del materialismo histórico, de Marta Harnecker, libro plomo donde los haya, que hace una especie de catecismo autoritario de la ideología marxista; y La madre, de Máximo Gorki, terrible propaganda de sacrificios "por la causa"; y el Poema Pedagógico de Antón Makarenko, narración de un experimento pionero en educación con delincuentes juveniles; y Rayuela, Cien años de soledad, Tiempo de silencio, el poemario de León Felipe... y tantos y tantos.
Así que, después de leer algunos, con la mala suerte de que me leí sólo algunos de los buenos pero todos los peores -mi tradicional gafe funcionó también en esto-, muchos años después acabé leyendo, a pequeñas dosis, los que me faltaban, y por fin ha caído el de Arturo Barea. Como además de estar muy bien escrito, me encantan las novelas sobre la formación adolescente, la niñez y la construcción de la personalidad, me ha enganchado desde la primera página.
Y sobre lo de estar bien escrito, permítaseme una disgresión sobre lo difícil que es: Cuando Mario Benedetti dio una conferencia en el Ateneo, al terminar se pasó un ratito en el bar con los "chicos" de la Sección de Literatura, como ya era costumbre, y nos comentó, al hilo del lenguaje de los niños, que él estuvo más de un año con una libretita a cuestas apuntando frases de niños dondequiera que iba para construir el personaje de Beatriz, una niña de diez años si no recuerdo mal, en su novela Primavera con una esquina rota. Por eso, supongo, hay tan pocos libros magistrales con protagonista infantil, y con ello no me refiero a sagas como Manolito Gafotas o Guillermo o Antoñita la Fantástica (he puesto a propósito magistrales), sino a El camino de Delibes, o Crónica del alba de Sender, y esta vez no llego al número mágico de tres porque estos protagonistas infantiles son realmente difíciles de encontrar, si bien es verdad que a no recordarlos ayuda mi memoria, que va fallando últimamente.
Pero lo que, de momento, me está dejando cao en esta novela, es el final de su primera parte, donde Arturo, ya adolescente de dieciséis años, hace un relato de su inmersión en el mundo de los empleados de Madrid, los "obreros de cuello blanco" que tanto denostan, como también nos cuenta, los trabajadores manuales, que se ríen del "quiero y no puedo" de sus compañeros. A ver si os suena:
De poco tiempo a esta parte las chicas comienzan a trabajar en oficinas y en tiendas en una cantidad cada vez mayor... Con ellas sustituyeron a los empleados y a los dependientes. Porque con chicos solos no puede llenarse una oficina o una tienda, pero con mujeres y chicos sí... Había dependientes que llevaban treinta años en la casa y ganaban cincuenta o sesenta duros al mes... Ahora toda la dependencia es de muchachas... La que más, cobra quince duros al mes. Del antiguo personal no queda más que un viejo con gorro negro que se pasea por las salas y aterroriza a las chicas despidiéndolas a la menor falta o las manosea cuando están sacando cajas de algún rincón, sin derecho a que protesten.
Una vez don Julián me explicó cómo se hacen las especulaciones y el juego de bolsa. El banco no puede nunca perder. Los que pierden son los bolsistas que tienen poco dinero y los clientes. Además, al banco le dan aviso de las cosas antes de que nadie las sepa, en telegramas cifrados que traduce don Julián. (Y aquí cuenta cómo operan los bancos en bolsa, pero es algo largo y farragoso para transcribirlo, aunque muy ilustrativo)
Sigo con Barea:
Hay otro negocio que es mucho mejor... Unos industriales piensan montar una fábrica, pero no tienen ese dinero. Entonces, el banco adelanta el dinero y hace una emisión de acciones que saca al público. Si el público cubre la emisión, el banco se guarda la comisión del préstamo y el corretaje. Si no se cubre, el banco se guarda las acciones que no se han vendido y cuando la fábrica ya está en marcha, hace subir las acciones y la gente las compra... De esta manera los bancos son los dueños de los servicios públicos de Madrid y de casi todas las industrias de Bilbao.
El otro negocio es la cartera... (no la cartera de clientes, sino la cartera de las letras de cambio, que doy fe que es realmente un buen negocio, porque trabajé en ella más de tres años en el Banco de Bilbao cuando todavía no era BBVA)
Para resumir, como me contaba mi amigo Antón Menchaca, de los Menchaca Careaga de Bilbao, dueños de medio Banco de Bilbao: A los directivos de los bancos siempre les ha ido bien con sólo aplicar tres principios: Comprar barato, vender caro y que el dinero no sea tuyo.
La novela empieza en 1911, con el protagonista -Arturo- de unos diez años. Cuando cuenta esto, en la novela tiene unos dieciséis. Cómo han cambiado las cosas en cien años, verdad?
Las cosas también han cambiado mucho muchísimo en sesenta años
ResponderEliminarSon 100 pero con la tecnología por medio😜
ResponderEliminarLo de "cómo han cambiado las cosas en cien años" era irónico 😂
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